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Inmoralidad política


Cuando dos bestias se atacan mutuamente y después de la lucha quedan sólo sus restos esparcidos por el suelo, será difícil que alguien se interese por ellos. Desde hace ya un mes Alianza y Concertación se devoran lenta y consistentemente. Partieron con las cuentas mutuas a propósito de la muerte de Pinochet, siguieron con las de gastos reservados y últimamente con las de Piñera, el renombrado broker nacional. En vez de fortalecer la musculatura política con trabajo por la ciudadanía, nuestras coaliciones se engullen una a otra mientras esa ciudadanía tiene que mirar la sangre en la arena que brota de cada zarpazo. Las heridas que se inflingen no sanarán fácilmente. Nadie gana cuando se recalca la deshonestidad ajena para esconder o justificar la propia; nadie gana cuando los bandos se invalidan moralmente.



El porqué se ha llegado a este punto puede ser visto de distintas maneras. Una forma conservadora es hablar de la degradación de la clase política. Es pensar con nostalgia que antes era mejor y que esos tiempos en que Alessandri caminaba a pie de La Moneda a su departamento ya no volverán. Una posibilidad conspirativa es creer que ahora todo es estratégico y que debemos acostumbrarnos a vivir con espectáculos de este tipo porque unos ‘piensan PPD’ y otros ‘piensan UDI’. Una alternativa distinta es que el sistema bipartidista que hemos formado y la confluencia en un centro ideológico, invita a aprovechar cualquier medio para obtener el plus que hará la diferencia. No queda otra que invalidar moralmente al adversario para obtener una mínima ventaja en los votos.



Sin embargo, cuando ambos bandos se invalidan moralmente el resultado es un empate en la inmoralidad política. ¿Qué deben pensar los ciudadanos? Parece ser que nuestros políticos fundan su actuación en la ilusión de que los votantes deciden de acuerdo a parámetros morales. Hay buenos y malos, y puesto que uno siempre es de los buenos, los demás son despreciables. Quizás algunos lo hagan así, todos esos que ‘piensan PS-PPD-DC-RN-UDI’, por ejemplo. Pero a otros ciudadanos nos interesaría saber cuál es la alternativa programática que la Alianza nos ofrece, cuál es el plan de la Concertación para limpiar sus lastres de ya diecisiete años, cómo van a hacer entre ambos, gobierno y oposición, para construir una red de protección social digna, para disminuir los riesgos ciudadanos en educación, empleo, seguridad física, o para crear una institucionalidad que fomente y respete sus derechos.



Los ataques y contraataques morales parecen indicarnos que a nuestros dirigentes se les acabó el combustible político, que ya no tienen ideas ni imaginación para distinguirse de sus adversarios. Entonces recurren a lo más simple: amplifican las faltas que algunos cometieron en el presente o en el pasado para indicar dónde se encuentran los únicos dignos de aprecio y respeto. Nunca nadie les advirtió que no se debe decir todos cuando son algunos, siempre cuando es algunas veces, o algunas veces cuando ha sido una vez.



Este método de aniquilación mutua es el mejor para que cada vez sean menos los que voten y más los que rechazan la política y de paso el sistema democrático. Nadie podrá sorprenderse de que pronto tengamos nuestro propio ‘Chávez’, un corredor externo que gana a río revuelto y que se da el gusto de despreciar la democracia por la forma en que los ‘demócratas’ se comportan en su nombre. Esperemos no sea ese el Chile que tengamos que celebrar el bicentenario. A estas alturas, ya sólo queda tener esperanzas.



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Aldo Mascareño, doctor en sociología y académico del Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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