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Anarcocapitalismo: Prosperidad y turbulencias


Enfrentamos un mundo esquizofrénico, escribió Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, debido a la disociación entre economía y política. Y el tema de Davos este año fue el del «cambio en la ecuación de poder», del centro a la periferia y de arriba hacia abajo.



Vivimos años prósperos según las mediciones convencionales. El crecimiento acumulado de la economía mundial durante el último quinquenio, en pleno auge del anarcocapitalismo, fue el más alto de la segunda posguerra, y excepcional en China e India. Los términos de intercambio pasaron a ser favorables a los
exportadores de los productos primarios, una inversión de la tendencia. En un proceso que se inició en 1998, la cuenta corriente (externa) de los países en desarrollo, excluidos los exportadores de petróleo del Oriente Medio, logró, en 2006, un superávit equivalente al 1% del Producto Mundial Bruto, mientras
que la de los países desarrollados tuvo un déficit de 2%.



De acuerdo a estimaciones del Banco Mundial, en 2006, la economía de los países desarrollados creció en un respetable 3,1% (EE.UU., 3,2%, Japón, 2,9% y la eurozona, 2,4%). La de los países en desarrollo, excluidos los exportadores de petróleo del Oriente Medio, aún más, 7,0%. China saltó 10,7%, el más alto en once años, seguida por Venezuela, Argentina, India y Perú (en nuestro caso fue alrededor de 3,0%). Las previsiones son optimistas para este año, y los índices bursátiles están en niveles récord, no solamente en Wall Street y la City de Londres, sino además, desde Shanghai a Santiago.



El otro lado de la medalla, es que la historia se aceleró, y marcha a tumbos y vaivenes recios, en lo que todavía llamamos posguerra fría, lo que demuestra que sabemos de dónde venimos, pero no dónde estamos y menos adónde vamos. Y las turbulencias son múltiples.



La más notoria es la violencia y el caos en el Oriente Medio, la principal región exportadora de petróleo, una historia de larga data. En la década de 1920, las tribus iraquíes fueron pacificadas por los británicos con bombardeos químicos, y el ministro de Defensa, Churchill, se vanaglorió. Treinta años más
tarde, fundaron el Pacto de Bagdad y provocaron una reacción nacionalista que derrocó al régimen probritánico. Cuando Sadam Hussein se apoderó del poder, se alió sucesivamente con EE.UU, Francia, la Unión Soviética y de nuevo con EE.UU hasta que invadió Kuwait.



En 1953, la CIA, en una disputa petrolera, derrocó al premier iraní Mosadeq, el gran demócrata de la región, y años más tarde desembocamos en la república islámica. En el decenio de 1980, los muyahedines afganos, calificados de «combatientes por la libertad» y apoyados por Reagan, a través de los servicios secretos saudíes y pakistaníes, derrotaron a los soviéticos, y de
ahí derivamos hacia Bin Laden y a un régimen cuya principal actividad económica es el contrabando de opio.



Finalmente Washington invadió Irak, sin la bendición del Consejo de Seguridad, por razones que nunca demostró y con supuestos que no se cumplieron. Creó un caos indiscriptible que disminuyó, no aumentó, su seguridad, y que está a punto de provocar un choque de civilizaciones, entre suníes y shiíes, el primero desde el siglo VII. Y si ataca a Irán, como muchos temen, Ä„qué Dios
nos pille confesados!



Una segunda borrasca es el cada día más evidente calentamiento del planeta, el mayor fracaso del mercado mundial, según Gordon Brown, ministro de Hacienda y próximo premier británico. No obstante, la política es local, a pesar de la globalización económica y de problemas supranacionales, como el citado. Cierto
es que heredamos de los aliados de la Segunda Guerra Mundial una red de organizaciones internacionales fundadas en la cooperación, más o menos voluntaria según el poder de cada país. Marchó con altibajos durante la guerra fría, y hubo grandes esperanzas cuando ese conflicto terminó. Por desgracia, el unilateralismo y la negativa para extender esa red por el gobierno libertario de EE.UU la debilitó.



Washington se aisló. Según una reciente encuesta de la BBC, más de 26.000 personas en 25 países, 49% vs. 32% cree que la influencia norteamericana en el mundo es negativa, no positiva. En sólo cinco, la consideran positiva: Estados Unidos, Filipinas, Kenya, Nigeria y Polonia. En 18, negativa: Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Corea, Chile (51% a 32%), China, Egipto,
Emiratos Árabes Unidos, Francia, Gran Bretaña, Indonesia, Italia, Líbano, México, Portugal, Rusia y Turquía. En Irak, EE.UU va a quedarse prácticamente solo, Gran Bretaña piensa disminuir sus tropas, y en Afganistán, tiene un tibio apoyo de la OTAN y Pakistán. Peor todavía, el mayor incremento de la productividad emigró de EE.UU a Asia en 2006 y en los últimos meses el centro
financiero mundial comienza a mudarse, en realidad a retornar, desde Wall Street a la City. Al parecer, el unilateralismo tuvo un efecto búmeran, mas los liliputienses no pueden marginar a Gulliver.



Una tercera turbulencia es la cada día más pública desilusión con el anarcocapitalismo, a pesar de los resultados económicos, en lugares como el medioeste norteamericano, la Renania alemana y ciudades europeo orientales y latinoamericanas. Los efectos políticos son evidentes. El quiebre de las negociaciones de la ronda de Doha, y aunque se reinicien, tienen una bajísima
posibilidad de ser aprobada por el Congreso norteamericano. La reciente elección de Senadores populistas en Montana, Ohio y Virginia y la respuesta demócrata al mensaje presidencial de este año. El rechazo de la Constitución europea por plebiscitos en Francia y Holanda y, según encuestas, si se hubiera votado en Alemania y Dinamarca, habría corrido serio peligro. Las victorias de la derecha nacionalista en Europa Oriental y del populismo en América Latina. A lo que se suman las bajísimas cotas de popularidad del premier japonés y el presidente coreano.



La explicación es que la base de la pirámide del ingreso mundial se extendió y acható y su cúspide se afiló. Según Lawrence Summers, el único economista que ha sido secretario del Tesoro en EE.UU, los beneficiados por la globalización son los nuevos trabajadores asiáticos, en especial de China, y accionistas y
gerentes de empresas que emplean esa mano de obra barata. El resto, quedó con el mismo o menor ingreso. En EE.UU., p.ej., la renta media no subió desde el año 2000, salvo levemente el 2006, a pesar de que la productividad creció a una tasa anual de 2,3%, y se supone que ambas cifras marchan juntas. Según el
economista jefe de Morgan Stanley, las rentas brutas (salarios, transferencias sociales, pensiones) disminuyó a menos del 54% de la renta nacional del conjunto de países desarrollados, un nivel históricamente bajo, mientras que la parte de los beneficios de las empresas llegó a casi 16%.



El futuro de la globalización, de acuerdo a Summers, se resolverá según cómo se distribuyan sus frutos, y si bien los demócratas están por la economía de mercado, modifican sus resultados. Nuestro país como es obvio no influirá en el desenlace, pero será afectado.



Por ello, reproduzco dos sabias frases, para que se piense como amortiguar una mala sorpresa. Una antigua de Carlo de Benedetti, quien dividió a sus colegas de Confindustria entre los que tienen mentalidad de la edad de piedra, y se felicitan porque la gallina pondrá más huevos de oro gracias a la desaparición del comunismo y el debilitamiento del sindicalismo, y los inteligentes, que se
preocupan de la salud de la ponedora. Y otra muy reciente de Lawrence Summers: «sólo debemos temer a la falta de temor». Espero que el gobierno y sus partidos sean inteligentes y humildes y dejen de lado frondas y crispaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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