Publicidad

Chile, energía y cambio climático


El cambio climático y el calentamiento global son un hecho, como lo constatamos a diario. El informe de Naciones Unidas debe servir para alentar medidas a escala local, nacional y mundial que permitan eliminar progresivamente sus causas y mientras tanto atenuar sus efectos. Pero no es menos cierto que las medidas que se conocen y proponen, según fluye del mismo informe, no tendrán efectos en el corto plazo, y su impacto tampoco será tan significativo como para modificar sustantivamente la tendencia.



La principal dificultad está en la imposibilidad real de cambiar el patrón de desarrollo y, por ende, de consumo de nuestras sociedades. El mundo avanza, desde la revolución industrial en adelante, sobre la base de un consumo creciente de energía, tanto para la producción de bienes y servicios, como para los hogares. Así ha ocurrido en los países industrializados, así está ocurriendo en los países en vías de desarrollo y va a ocurrir en los grandes países emergentes como China e India. Hasta el momento la principal base de generación de energía para los hogares, la industria y el transporte es el combustible fósil, sea éste carbón o petróleo, cuya combustión genera dióxido de carbono, letal para la vida y causante del efecto invernadero.



Si el consumo de energía no va a reducirse, sino que aumentará de todas maneras, el mayor acento debe estar en la sustitución de las fuentes actuales y una diversificación de la matriz basada en recursos renovables y no contaminantes, que la ciencia y la tecnología pueden hacer viables, en el mediano plazo, técnica y económicamente para su masificación. Según el experto venezolano José Cordeiro, del proyecto Millennium de la Universidad de Naciones Unidas, hay suficiente energía en el mundo -en la tierra y el espacio- como para sostener cientos de civilizaciones como la nuestra. Sólo es cuestión de focalización, recursos para investigación y tiempo para que puedan ser desarrolladas y utilizadas a costos asumibles por las personas y las empresas.



Siguiendo esta tesis, podemos anotar tres fuentes cuya investigación está en curso en otras partes, a la que creemos que Chile debería asociarse, financiando su participación con recursos del cobre: una, asociarnos con Brasil y Estados Unidos en las investigaciones para el desarrollo de la producción de etanol a partir del maíz, la caña de azúcar, pastizales y biomasa mediante hidrólisis enzimática -no contaminante, pero todavía muy cara-, lo que nos daría posibilidades de reconvertir algunas zonas de cultivo en Chile en el mediano plazo. Podría llegar a ser para nuestro país el equivalente a lo que ha sido el surgimiento de la industria del salmón. Según Rogério César Cerqueira Leite, de la Universidad de Campinas, coordinador del Proyecto Etanol, Brasil se ha propuesto sustituir, de aquí a 15 años, el 10% del consumo mundial de gasolina por este nuevo combustible. Estados Unidos por su parte va a cuadruplicar en 10 años la elaboración de etanol a partir del maíz, mientras los pronósticos indican que habrá déficit de oferta de este producto, que nosotros podríamos suministrar. Otra opción complementaria, es asociarnos con la Unión Europea, China, Japón, Rusia, India, Corea del Sur y Estados Unidos en el proyecto «ITER» (Reactor Experimental Termonuclear que estará situado en Europa) que en diez años pretende producir con un litro de agua de mar la misma energía que con un kilo de carbón. Asimismo, tendría mucho sentido asociarnos al proyecto europeo CA-OE (Coordinated Action on Ocean Energy) para desarrollar la tecnología de producción de energía utilizando las mareas, las olas y las diferencias de temperaturas del mar. Francia dispone de sistemas en aplicación, y se supone que España podría hacia el 2050 cubrir de este modo, desde las costas de Galicia, casi la totalidad de la energía que consume. Esta fuente es considerada seriamente por varios países: Estados Unidos tiene proyectos en marcha y una planta en Hawai, Cuba iniciará uno, mientras Brasil en el 2006 puso en marcha una investigación que, según la Universidad de Río de Janeiro, podría en el largo plazo proporcionar el 15% del consumo eléctrico del país. Asimismo, hay experiencias en varias partes del mundo relacionadas con el uso de algas para producir biodiesel aprovechando la energía solar, la fotosíntesis y el campo electromagnético.



Los acuerdos que tenemos con la UE, Estados Unidos, Brasil y otros países no deben agotarse en el intercambio de productos, sino que ampliar su alcance hacia la cooperación en temas como éste, estratégico y urgente, con participación de las universidades y las empresas, en asociación con el Estado.



__________





Héctor Casanueva. Vicerrector Académico de la Universidad Miguel de Cervantes, Director del CELARE y ex embajador de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias