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Reformar el Partido Socialista


Las últimas encuestas siguen sosteniendo -y en aumento- la percepción negativa que la gente tiene de la política. Más aún, los principales afectados por esta percepción ciudadana son los partidos políticos. Por cierto, ninguna novedad y, sin duda, un gran problema para el progreso democrático de Chile.



El bajo nivel de participación de la ciudadanía en los partidos, la profunda y progresiva desarticulación entre los movimientos sociales y éstos, su limitado poder para modernizarse y ejercer su función, el paupérrimo debate público al interior de las tienda, el debilitado rol que juegan entre el gobierno y la ciudadanía, son sólo algunos de los problemas en los que el sistema político multipartidista de Chile está inmerso, sin contar la dudosa representatividad democrática del sistema binominal.



Estos escollos del sistema tienen una directa incidencia en el presente y futuro democrático de nuestra nación. Más aún si asumimos que las sociedades democráticas se fundan sobre la base de una ciudadanía organizada en partidos políticos.



Por ello, las y los socialistas tenemos el imperativo de cuestionarnos esta problemática para darle rumbo y solución. Por tres motivos principales:



1. Porque aspiramos a solucionar las diferencias sociales y culturales de los chilenos y eso, con los datos reflejados en los sondeos de opinión, la población no lo cree ni de nosotros ni de nuestros más acérrimos adversarios políticos. Por lo que nuestra condición político partidaria, se debilita y así la democracia. Se asienta en la conciencia ciudadana la lógica política del mal menor y la contradicción entre nuestros fines, nuestras acciones y nuestros supuestos representados: la ciudadanía;



2. Porque somos los principales responsables de la idea de una democracia participativa y de un gobierno ciudadano. Lo cual no podemos desarrollar solamente sobre la base de que las expresiones sociales formen parte de comisiones gubernamentales que no logran tener la fuerza suficiente ante el parlamento para así concretar sus productos en leyes y derechos. Ante ello, deben construirse mecanismos de participación de la ciudadanía, es decir, de decisión, más concretos;



3. Los partidos, incluyendo el socialista, no son la excepción. Los partidos se encuentran aislados de la ciudadanía, por las relaciones internas corporativas que engendran para la obtención del poder partidario y Estatal. Su labor no es permeable al movimiento de las inquietudes sociales y ciudadanas, y sin embargo, aspiran representar la ciudadanía -particularmente paradojal para el PSCH que tiene una vocación popular desde su gestación-. Intentan interpretar la voluntad ciudadana pero son superados por las lógicas exclusivas que cada partido, a su modo y en grados distintos, tiene.



La redistribución de la riqueza es y ha sido uno de los principales desafíos a sortear por la Concertación. Y aunque el principal eslogan de campaña del ex Presidente Lagos fue «crecer con igualdad», pese al progreso que en muchos aspectos del desarrollo social y humano ha tenido Chile, la desigualdad sigue siendo brutal. Por ello, no podrá enfrentarse macizamente una transformación social que permita estrechar sustancialmente la diferencia entre las y los chilenos, si no se realiza una reforma al sistema político.



La Concertación ha intentado impulsar reformas que permitan la redistribución de la riqueza. Que no han estado ligadas al sistema político, pero han fracasado. Han perdido terreno ante una derecha, que gracias al actual sistema político logra frenar estos auspiciosos cambios para la gran mayoría de la ciudadanía, debido a la mala representación parlamentaria que el sistema binominal reproduce.



Por ello, la Concertación en el actual gobierno de la Presidenta Bachelet, ha retomado con fuerza la discusión de la reforma al sistema político. Sin embargo, esta reforma se topará con los mismos escollos con los cuales, por ejemplo, una reforma tributaria igualitaria ha chocado. Y aun con partidos que deseen tomar con fuerza esa bandera, la realidad de los partidos, de los cuales no se salva ninguno, también es un freno a esas necesidades democráticas.



El sistema binominal va acompañado de los pocos límites para que las autoridades no se perpetúen en el ejercicio del poder, con la inscripción voluntaria y el voto obligatorio que no permiten una participación fluida de más de dos millones de jóvenes que podrían tener algo diferente que decir, opinar y decidir. Estos condimentos tienen consecuencias que finalmente seducen fuertemente a las autoridades políticas electas por el voto popular. Los mismos diputados y senadores, alcaldes y en menor grado concejales, asumen finalmente la perpetuidad del sistema al desarrollar una acción política más bien individual, muchas veces desligada de los partidos, con la idea de la carrera política personal.



Consecuentemente, debemos por ende, asumir que ese cambio en el sistema político debe producirse. Pero en función de la fuerza de su éxito, debe iniciarse desde otros nichos políticos. Lo que hoy puede cambiar esa percepción ciudadana negativa de la política, paradójicamente, son los partidos.



El Partidos Socialista de Chile lo debe asumir. El PS tiene condiciones políticas e históricas que permiten la renovación de su conservadora y tradicional lógica política. Hay que abrirse a la ciudadanía para legitimarse y fortalecerse con ella.



Cambiar el sistema político es una puerta hoy cerrada para lograr un país desarrollado y equitativo. Pero necesariamente tendrá que abrirse si el peso de la mayoría ciudadana se refleja en un partido masivo. Si esto se transforma en regla para la Concertación, tanto mejor.



Por ello el PS, debe emprender su reforma orgánica. Para derrumbar sus tradicionales marcos reglamentarios y estatutarios que son murallas como las de un bunker que sirvió para una guerra que ya no existe y quien sabe si existió. Una modernización que permita a la ciudadanía hacerse parte de un partido sin su añosa rigidez. Debemos abrir nuestras elecciones internas a la ciudadanía.



Demos derechos a las y los ciudadanos no militantes, sin filiación en otro partido. Hagamos participar concretamente nuestros anhelados representados ciudadanos en las elecciones internas partidarias. No debemos tener miedo de hacer carne nuestro propio discurso democrático y ciudadano, más aun cuando este camino nos lleva a la renovación de la legitimidad de la política y al PS, fuerza de un partido popular, masivo y profundamente democrático.



Un acontecimiento como éste determinaría un mayor peso político y democrático de sus dirigentes y tendría, a su vez, repercusiones políticas y democráticas profundas para el actual sistema de partidos políticos.



Un dirigente electo por diez mil militantes no tendría comparación con uno potencialmente electo por veinte o treinta mil ciudadanos. Un universo prácticamente sin límites. El promedio de respaldo de un diputado sería cercano al peso electoral de un dirigente partidario. Hoy el equivalente en respaldo electoral a un dirigente partidario es de un dirigente universitario de federación. Con la acepción que uno es respaldo desde todo el territorio nacional, y el otro, por la concentración de estudiantes de una universidad. Entre un partido con niveles de participación de treinta mil personas y otro con una participación activa de noventa a cien mil, es de tamaña diferencia e incidencia para cualquier sistema político con un funcionamiento tan plano como el chileno.



Abrirse a la ciudadanía debe ser un objetivo y no un miedo. Más aun si nuestra vocación popular de igualdad y libertad está en nuestra génesis socialista. Convertir al PS en un partido masivo sin lugar a dudas, no es un objetivo en sí mismo, sino un paso para transformar la actual democracia chilena, colmada de trabas para las decisiones de la mayoría y la representación plural. Por ello esta transformación conlleva el imperativo de replantear el instrumento partidario, y el acceso ciudadano a un partido que realmente los represente.



Una transformación partidaria necesaria que la actual generación dirigente de Chile sin excepción, especialmente la progresistas, ‘ha predicado pero no ha practicado’.



Conjugar la premisa de campaña de la Presidenta Bachelet, «la continuidad y el cambio», es plantear el PS como una herramienta política moderna para lograr lo que las fuerzas democráticas de la Concertación llevan intentando hace ya casi veinte años: equidad y libertad social, redistribución de la riqueza e igualdad de oportunidades para todas y todos las personas.





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Juan-Pablo Pallamar Urzúa, ex presidente de la Juventud Socialista de Chile

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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