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Crecimiento económico chileno y el FMI


La Presidenta de la República ha llamado a renovar la política y sus coaliciones. Dentro de ese proceso debemos ser capaces de proponer nuevas medidas que supongan enfrentar los grandes desafíos nacionales. Uno de ellos es el crecimiento económico. Nos hemos ido quedando atrás en el contexto latinoamericano y de cara a las economías emergentes. Por ello son bienvenidos los nuevos anuncios de «Chile invierte». Ahora bien, un desafío enorme es cómo mejorar nuestra inserción en una economía global. Para ello debemos asumir el lado oscuro de la globalización y ayudar a mejorarlo. Para ello propongo leer el último libro de Joseph Stiglitz: Cómo hacer que funcione la globalización.



Me entero que Joseph Stiglitz fue presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton y vicepresidente senior y economista jefe del Banco Mundial. Sus trabajos como teórico de la economía lo llevaron a estudiar los mercados incompletos y las asimetrías en la información. Por ello recibió el Premio Nóbel el 2001. Su libro «El malestar en la globalización» lo hizo mundialmente famoso. Se trata pues de una voz autorizada en la teoría y en la práctica.



Para él, la globalización supone la integración creciente de los países en un flujo incesante de bienes y servicios, capital e incluso trabajo. Este proceso se desata tras la caída del Muro de Berlín. La globalización trae consigo la esperanza que el nivel de vida de la humanidad se eleve. ¿Cómo? Ingresando los países pobres y de renta media a los mercados internacionales vendiendo sus productos, captando inversión extranjera para fabricar nuevos productos a precios más bajos y abriendo las fronteras de los países ricos a una población trabajadora deseosa de formarse, trabajar, estudiar y enviar sus remesas a sus familias de origen. El sudeste asiático, China e India han experimentado sus beneficios, experimentando un crecimiento económico notable, reducción de la pobreza, aunque con aumento de las desigualdades.



Sin embargo, tras las protestas de Seattle en 1999, el lado oscuro de la globalización irrumpió con fuerza en la agenda mundial. Ello se expresó en un aumento de las desigualdades, incluso en los países ricos por deterioro de los sueldos obreros, caída de las clases medias y aumento escandalosos de una clase de nuevos ricos ligadas a las grades corporaciones. No menor ha sido el debate en torno a los perjuicios al medioambiente, efecto invernadero mediante. Se teme el debilitamiento de la diversidad cultural, ante un mundo que se ha llamado «Mc World». Se la critica por establecer un gobierno mundial de los intereses corporativos de las transnacionales y de las finanzas mundiales en detrimento del bienestar de los países pobres y de rentas medias, que se alejan del desarrollo. Hay tres mil millones de seres humanos que viven con menos de dos dólares al día. África y América Latina han llevado la peor parte en este proceso.



Stiglitz propone en este libro una nueva etapa para gobernar la globalización y hacer que ella funcione mejor. Sólo quiero mencionar un punto: el rediseño del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial a los cuales critica de ser débiles ante los grandes acreedores y especuladores financieros mundiales, y muy malos socios de la estabilidad de las economías nacionales, el desarrollo de un comercio justo y el fin de la pobreza.



El tema anterior es relevante, pues el premio Nóbel de Economía acusa al FMI de haber entrabado la recuperación económica de Chile, tras la crisis de 1998. No duda en calificar a nuestra economía como una de las mejores gestionadas del mundo. Entre otras cosas, teníamos un fondo de estabilización del cobre para las tan mentadas «vacas flacas». Los chilenos apoyamos una política proverbial que dice que en tiempos de bonanza, se ahorra; en tiempos de crisis económica se abren los graneros, el pueblo ve aminorada la crisis y la economía se recupera más rápido.



Stiglitz cuenta que cuando las autoridades chilenas decidieron gastar dinero de su fondo de estabilización, el FMI les dijo que no lo hicieran. «El FMI insistía en que consideraría el gasto del fondo de estabilización como una forma de gasto deficitario». Chile argumentó que este era el momento para usar esas divisas y estabilizar la economía. La crisis económica mundial había supuesto que, según datos del Banco Mundial, caímos de un 6,6% de crecimiento de la economía en 1997, a un – 0,8% en 1999. La cesantía, según el INE, había pasado de un 6,3% al 9,8 % (Si se incluyen los programas de empleo el desempleo llega a 10,6% en 1999)



El FMI insistió en que no se debía hacer uso del fondo de estabilización. El gobierno chileno temió que la disputa con el FMI alertara a la banca mundial y esta aumentase las tasas de interés de los créditos. Chilenos. Stiglitz termina señalando que Chile «siguió una política menos expansiva que la que hubiese adoptado en el caso de que el FMI hubiera alentado el gasto a cargo del fondo de estabilización -que podría haberse permitido perfectamente-, sufrió un descenso más pronunciado del crecimiento que si no hubiera sido así». Por ello, el 2002 crecimos a un magro 2,2% de crecimiento y la cesantía fue de 8,9% (10,7% si incluimos los programas de empleo)



Moraleja de la historia, es que Chile debe realizar una diplomacia multilateral decididamente orientada a crear una arquitectura financiera internacional que represente con más justicia los intereses y derechos de los países más pobres y los de renta media. Por otra parte, debemos promover un gobierno que tenga más facultades y recursos a la hora defender sus legítimos grados de autonomía nacional y control sobre sus políticas macroeconómicas. Por cierto, debemos además preguntarnos si hoy no estaremos recibiendo las mismas presiones del FMI. La renovación de la política en democracia pasa por ello: tomarnos en serio la globalización y reclamar un orden internacional financiero más justo y equitativo.



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Sergio Micco Aguayo, abogado y cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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