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Doblando la curva


Pareciera que la Concertación es víctima de su propio éxito. Después de lograr afianzar la democracia y cuando el desánimo se mezcla con el escándalo, nos damos cuenta que todavía quedan desafíos pendientes. Pero, pasar a una nueva etapa implica cambiar el instrumento, con actores repotenciados y un más amplio abanico de posibilidades.



Construir un país más justo y un régimen político más participativo exige reemplazar el método y el enfoque, porque la necesaria refundación de la Concertación no es una reunión de los mismos de siempre que deciden renovar el pacto de accionistas y cambiar de razón social. Es dar vuelta la página, terminar con la forma oligárquica de hacer política que ha caracterizado a la transición y dejar vía libre al protagonismo de la gente. Doble reto si se aborda desde el gobierno, pero posible si se enfrenta con la fuerza plural del pueblo soberano.



La Concertación expresa a la mayoría que derrotó al autoritarismo. El cumplimiento del programa ha redundado en que surja nítidamente la necesidad de pasar a una segunda época. Sin embargo, han primado las fuerzas del statu quo, los que se creen imprescindibles, los que se preguntan: si está todo bien, ¿para que cambiar?



Mala receta. Los avances innegables de estos años no alcanzan a tapar el sol, es imprescindible avanzar para profundizar la democracia y ello no es posible sin movimientos sociales fuertes y un relevo generacional que traiga aire fresco a un escenario partidista con olor a encierro. Porque nunca debe confundirse la paz de la justicia con la paz de los cementerios.



El triunfo de la transición cierra un ciclo que se complementa con la muerte física del ex dictador, pero se requiere abrir otro que sea capaz de ir más allá y acabar con todo rastro de su régimen.



Una coalición como la Concertación debe hacer coincidir dos objetivos: el de la estabilización y el de la democratización. Al ritmo de una transición tan compleja como la que Chile ha vivido, ha primado la negociación permanente y, luego de consolidar los espacios de poder, la necesidad de conservar lo logrado, por lo que cualquier innovación se mira con recelo, tratando de mantener posiciones y no descuidar el control de los factores de mando tan trabajosamente alcanzados.



De allí que muchas veces ha primado el fin práctico de controlar el aparato del Estado, sobre un conjunto de reformas cada vez más difíciles de aprobar pues se necesita el acuerdo de la derecha. Por cierto, con esas condiciones, oposición y oficialismo se parecen cada vez más y la corrupción no es una amenaza sino una campante realidad.



Uno de los escollos más importantes a superar es la camisa de fuerza del sistema binominal, último sobreviviente de los enclaves políticos de la dictadura gracias a que ha prevalecido hasta ahora el miedo a la dispersión y la comodidad de una suerte de «Congreso termal», postergando indefinidamente su reforma porque es más fácil y más cómodo.



Por el contrario, la hora presente exige juntar voluntades para extender los espacios de libertad, desenredar la madeja, terminar con la concentración del poder y la exclusividad de los políticos profesionales, arrasando con los diques que impiden la libre expresión de la soberanía popular.



La construcción de una nueva coalición supone la convergencia de personas, ideas y herramientas, reuniendo mayorías que incluyan a los millones que se han restado del ejercicio del sufragio, en especial a los jóvenes. Y esa meta no puede cumplirse si la agenda programática deja fuera aquellas materias vinculadas al sistema electoral proporcional, los referéndum y plebiscitos, la revocación de mandatos, la iniciativa popular de ley, la profundización de la descentralización y la elección de Consejeros Regionales e Intendentes, la prohibición de la reelección consecutiva de Alcaldes y Parlamentarios, y la transformación de la antigua promoción popular en una nueva ley de asociacionismo que promueva la organización de la sociedad civil.



En todo caso, lo político y lo social son dos dimensiones que no pueden separarse. Se requiere establecer un contrato social distinto, que supere las desigualdades, inequidades e injusticias junto a una mayor participación, de manera tal que podamos completar el ciclo, pasando de una democracia tutelada y parcial a una democracia plena. Es en el contexto de una democracia en movimiento donde podremos doblar la curva del desarrollo, alcanzar los beneficios que el conjunto de la sociedad chilena demanda y proyectarnos al mundo como un país donde libertades y derechos se complementen de manera fecunda.



Tales requerimientos necesitan el fortalecimiento explícito del sujeto popular mediante políticas públicas concretas, aplicadas por un Estado moderno libre de lógicas corporativas y la atención preferente de partidos sustancialmente reformados, pues es el impulso que surge de la gente el que hace girar la rueda del cambio.



Restablecer el equilibrio de poderes es esencial para cualquier sociedad democrática, pues no es sostenible mantener junto a un empresariado poderoso, sindicatos débiles y burocratizados, así como una Presidencia gigantesca al lado de un Congreso jibarizado, o individuos aislados frente a monopolios todopoderosos.



También es necesario recuperar el principio de la soberanía popular en la economía y la preeminencia del proceso político por sobre las decisiones aparentemente técnicas que en realidad obedecen a intereses empresariales, recortando el poder del Ministerio de Hacienda y la influencia de la ideología fundamentalista de mercado. Asimismo, urge dotar al Banco Central de un mandato más amplio para que no sólo se ocupe de la inflación, sino también del empleo y el crecimiento.



Condición sine qua non para llevar todo esto a la práctica es volver a convocar a los chilenos que se mandaron para su casa después de las elecciones de 1989, rompiendo el esquema veneciano de toma de decisiones que hasta ahora ha obedecido, con o sin razón, a esa vieja máxima del despotismo ilustrado que manda a hacer «todo por el pueblo, pero sin el pueblo».



La forma de llevar a cabo estos objetivos debería ser la constitución de un gran movimiento por la profundización de la democracia, caracterizado por un pluralismo sin exclusiones, capaz de abarcar el más vasto conjunto de reivindicaciones y de convertirse en un inmenso generador de tejido social, a partir de la convergencia en algunas ideas básicas resumidas en un programa democrático de avanzada, destinado a fortalecer las libertades, superar el actual esquema de gobernabilidad y perfeccionar el contrato social vigente, reponiendo la organización y movilización ciudadana como instrumento y las demandas populares como principal motivo de la acción política.



De esta forma podremos demostrar que vale la pena continuar unidos y que el futuro permanece disponible para quienes quieran conquistarlo.



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Cristián Fuentes V. Cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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