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Editorial: Política exterior y profesionalismo


En política exterior los Estados no mienten ni dicen la verdad. Lo que hacen es perseguir sus intereses nacionales. La actuación de sus representantes debe estar acorde con estos intereses nacionales, y el desempeño de los funcionarios debe ser juzgado desde esta perspectiva. Y no en función de sus preferencias privadas, sus simpatías o sus temores.



Los repetitivos problemas y conductas erráticas en torno a la política internacional regional, especialmente en la vecinal, constituyen un claro indicio de que nuestro país tiene serias deficiencias en su capacidad para construir y expresar sus intereses nacionales en la región.



Los errores cometidos cada cierto tiempo traen a la palestra la manida distinción entre funcionarios de carrera y funcionarios políticos, en la cual se ha dado, por supuesto, que aquellos constituyen una especie de príncipes de la discreción, las buenas maneras y la acción diplomática eficiente, frente a la transitoriedad, errores y bajo profesionalismo de los funcionarios políticos.



La situación es, a todas luces, mucho más compleja que eso y los errores los cometen unos y otros, y -además- muchos otros, que a veces ni siquiera pertenecen al cuadro funcionario de política exterior.



Provienen de un déficit cultural que impregna el imaginario político del Estado de Chile con una visión instrumental y autoritaria de las instituciones, las propias y las ajenas, y la convicción de que nuestras relaciones exteriores son esencialmente bilaterales y que para sostenerlas bastan la economía y las buenas maneras.



Lamentablemente para Chile, las tendencias globales no permiten esta visión estrecha y decimonónica. El mundo es crecientemente multilateral, requiere de Estados en forma, capaces de expresar sus intereses y cumplir sus obligaciones, insertos de manera clara y con responsabilidades en la corriente de confianzas colectivas que implican la solución de los nuevos problemas internacionales.



En tal proceso, la sociedad y su visión de mundo juegan un papel esencial para dar legitimidad a lo que hacen sus gobernantes, y se expresa en una opinión pública global que desea participar en una cantidad enorme de temas que trascienden el ámbito de los Estados y las visiones estatales de soberanía ilimitada.



La visión de la sociedad peruana sobre la Guerra del Pacífico no va a cambiar porque se suspenda un programa de televisión, que es una obra privada y una visión más acerca del hecho. Posiblemente empezaría a cambiar -y todavía se requeriría mucho tiempo- cuando les entreguemos el Huáscar, y Chile deje de ser depositario de botines de guerra. La infidencia del embajador Huepe no le quita ni le pone al hecho lamentable -y fuera de toda razón de Estado- de haberse validado por la diplomacia chilena un golpe de Estado, que resultó fallido, en contra de Hugo Chávez en abril de 2002.



El desarrollo de Chile basado en un crecimiento hacia afuera requiere de amplios espacios comunitarios, productivos y sociales, que sólo la paz, la democracia, el Estado de Derecho y las buenas relaciones vecinales aseguran. Requiere también de la acción colectiva expresada en un multilateralismo responsable, que garantice escenarios pacíficos y procedimientos de diálogo para hacer previsible e institucionalizada la solución de los conflictos y controversias.



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