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Zona Cero, show business y proselitismo


Y es de no creer la magnitud destructiva que tuvo el combustible. Ni el amón gelatina ni la TNT marca ACME podrían haber hecho tal trabajo con mejor resultado. Un resultado a ratos poderosamente religioso. No es la Meca, es la Zona Cero, nuestra propia y chilena Zona Cero. Una donde hasta agnósticos ciudadanos peregrinos acuden a pedir milagros lai-coca-pita-listas: alza en encuestas, cupos parlamentarios, fama, gloria, dinero, trascendencia.



Emulando a las «newsis» del New York World o del The Journal, el periodistilla denominó Zona Cero al lugar donde quedaron los despojos de la mítica calle Serrano de Valparaíso, aquella arteria donde el barrio chino comenzaba a tomar ambiente y el Valparaíso profundo habitaba sin más trauma que el asentamiento de cafeses siuticones para el anodino transeúnte y el ilustrísimo funcionario público santiaguino trasladado a estos lares en clara muestra del indestructible centralismo.



De todas formas convenimos en que la Zona Cero porteña es un lugar que siempre ha sido y será la zona cero. Un lugar desplomado por el autoritarismo de Portales y Pinochet al matar primero sus noches y luego sus días, encandilado y fundido a fuerza de artificio o edificios, y finalmente, convertido en una gruta, producto de una brutal tronadura que revolvió los cimientos de lo que modestamente llamamos «la vida».



La catástrofe que construyó este santuario-politicón nadie sabe si fue un castigo moralizador de la divinidad contemporánea, ya que Valparaíso es la Gomorra chilena: altos índices de alcoholismo y drogadicción, mayor tasa a nivel nacional de infectados por VIH, cesantía, pobreza, protestas multitudinarias, minorías participantes, quiebra de cadenas de íconos como Mc Donald’s – o una señal para muchos barones que sintieron, al contemplar la Zona Cero, que se apoderaba de ellos un inmenso amor por el servicio público.



Ya vemos que sin encontrar culpables o al menos responsables -Gas Valpo aún no ha sido formalizada en tribunales-, sin que se levantara un monolito en recuerdo de las víctimas, sin siquiera haber limpiado los rastrojos de la ignominia del mercado, se llevó a cabo un multitudinario show denominado «Valparaíso mil veces de pie». Paradójico nombre. El show business de la noticia amarilla con título de película yanqui (Zona cero, véala sólo en cines…), varió hacia un espectáculo para todos y todas, en una fiesta in situ animada por Caprile – ¿Cuánto vale el show?-, en un evento exorcizador- purificador de las autoridades porteñas, en rito iniciático del ciudadano emprendedor que posee «legítimas aspiraciones» de expandir las fronteras de su boliche, dando circo a toda la ciudad y no sólo a los que pueden pagar por entrar a su holding de divertimento de nombre suicida.



Nuevamente la boca babosa se abre dejando que un dedo enorme y sucio rasgue las amígdalas y los estómagos del espectador desatento. El show business es el nuevo nicho para esta zona, la Zona Cero. Ya saben que el chip que se lleva es el propositivo, aunque sea evidente el despropósito. Cantemos el mantra de la época: En cada problema hay siempre una oportunidad.



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Karen Hermosilla Tobar. Periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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