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La inestabilidad bursátil mundial


Han pasado apenas dos semanas, y las pérdidas bursátiles desatadas mundialmente por el bajón de la Bolsa de Shanghai prácticamente han vuelto a ser recuperadas. Mal parados han quedado aquellos que se felicitaron por las correcciones, supuestamente necesarias y saludables de las cotizaciones. De la «corrección» ya no queda mucho y, de hecho, como se ha afirmado, ella no tuvo efecto notorio sobre la economía «real». O sea, ¿nada nuevo en el frente? No, todo lo contrario. Si no pasó «nada» es precisamente porque la corrección no se produjo. Ella ha quedado pendiente para un futuro seguramente más próximo que lejano.



Hay que poner las cosas en su lugar. La crisis de Shanghai hizo desaparecer momentáneamente alrededor de 3 trillones de dólares de la capitalización bursátil mundial (en acepción norteamericana 1 trillón equivale a 1 millón de millones). Ello representa cerca del 7 por ciento de esta capitalización al momento de la crisis, y cerca del 6 por ciento del PIB mundial. Son cifras espectaculares, que de sólo mencionarlas parecen justificar el espanto generalizado que se produjo el 27 de febrero y los días siguientes. Sin embargo, estas pérdidas no representan sino una parte de las ganancias bursátiles del año pasado. Estas ascendieron a cerca de 8 trillones. Es decir, con crisis y todo, las ganancias bursátiles mundiales del año pasado llegan a más de 5 trillones de dólares, equivalentes a más del 10 por ciento del PIB mundial.



Pues bien, si las pérdidas no tuvieron efecto alguno sobre la economía real, lo cierto es que tampoco lo pueden haber tenido las ganancias alcanzadas anteriormente. De hecho: mientras que la capitalización bursátil mundial en 2006 creció en casi 20 por ciento, la economía real sólo lo hizo en algo más del 5 por ciento. Queda claro entonces, que contrariamente a lo que quieren hacer creer los voceros de las finanzas internacionales, las bolsas no reflejan ni en tiempos buenos ni malos el estado real de la economía.



Más significativo es que hasta ahora, la «corrección» no ha afectado los papeles de la deuda, tanto pública como privada. Frente a los 40 trillones de capitalización bursátil alcanzado hacia fines del 2006, ya a fines del 2004 los papeles de deuda en circulación representaban, según datos del FMI, 57,8 trillones de dólares. A esto debe agregarse una cifra similar en créditos bancarios. Actualmente, la suma de ambos debe estar bordeando los 140 trillones de dólares, sin contar la deuda del sistema financiero. Es decir, la deuda supera la capitalización mundial en más de tres veces, y equivale a más de dos veces el PIB mundial.



A esto se ha llamado exceso de liquidez. Y dando fe de su humor, el actual Presidente de la Reserva Federal, B. Bernanke ha afirmado de que se trata de un exceso de ahorros fuera de los EE.UU. Todo ello en medio de una caída estrepitosa de los ahorros en su propio país. Sin embargo, se trata de algo diferente. Amparados por una avidez desmedida de acumulación de riqueza, los inversionistas institucionales no han dudado en financiar un nivel de consumo exagerado, la concentración mundial del ingreso y la propiedad, y cuanto negocio especulativo les ha parecido. Una gran responsabilidad en este crecimiento del crédito y de los riesgos asociados obviamente lo han tenido los Bancos Centrales, que utilizando el crédito de la nación han apoyado la expansión descontrolada de los negocios de los inversionistas institucionales.



Los niveles de endeudamiento global han llegado a tal punto, que dificultar su crecimiento adicional sería un verdadero suicidio económico. Mientras continúe la ruleta del crédito fácil, más allá de algunas pérdidas individuales, nada pasará. Pero cuando la rueda se detenga, las correcciones podrían adquirir proporciones mayúsculas.



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* Alexander Schubert es economista y politólogo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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