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Transantiago III. Era Cortázar


Pasadas ya un par de semanas del dramático cambio de gabinete efectuado por la Presidenta de la República, en medio de una crisis social y política desarrollada en pocos días; situación crítica anunciada a muchos actores políticos relevantes con mucha antelación y que, lamentablemente desatendieron o no intentaron comprender, obnubilados quizás por el discurso técnico o la simulación computacional vista en algunos noticieros de televisión, incluso en medio de la crisis. No tenemos Zar, tenemos Cortázar como ministro del área y en él se cifran grandes esperanzas de encontrar soluciones, para el corto, mediano y largo plazo, a una situación que está afectando la calidad de vida de los habitantes de la capital y que tiene a la coalición gobernante en el más grave proceso de descapitalización política vivido en sus diecisiete años gobernando, los mismos años que gobernó Pinochet.



También es el momento para remarcar que la crítica al Transantiago durante los primeros días no fue artera, ni malintencionada, fue absolutamente válida: que la responsabilidad no era solamente de los operadores, particularmente de los nacionales; que el diseño tenía errores graves en área claves y que la implementación caminaba al descalabro.



Que el ministro Cortázar haya anunciado, concentrando el problema en el número de buses, que la flota en régimen debe ser 6.400 no 5.600 y, de ninguna manera, los 4.600 que debían comenzar a operar el pasado octubre, significa que los fallos de cálculo básico eran del orden de 15% (febrero) y de un 40% (octubre). Esas cifras son un fiel reflejo de que las cosas se estaban haciendo muy mal.



Encuestas dadas a conocer revelan la mala evaluación que hacen los santiaguinos del nuevo sistema de transporte público de su ciudad. Revisando la realizada por la Universidad Diego Portales, es evidente que la percepción de la calidad del servicio, en sus diferentes facetas, promedia parecido en todas las zonas evaluadas. Éstas sólo se refieren al transporte de superficie, pero es de imaginar que cuando se haga una del Metro, la evaluación será de las mismas características y, en su caso específico, demostrará el cambio radical en la percepción ciudadana de un medio de transporte que tenía una muy alta valoración.



Si el Transantiago debe operar con 6.400 buses, será muy difícil encontrar una fórmula que haga posible una tarifa bajo $ 650, pagada por el usuario o subsidiada por el Estado en forma compartida, sobre todo cuando se ha incorporando la evasión a niveles insostenibles e incontrolables; no debemos olvidar que el subsidio, que es necesario, no es un regalo fiscal, porque igual lo pagarán todos los chilenos. Por otra parte, los buses interprovinciales que se incorporarán al transporte urbano para reforzar al Metro no solucionan los problemas que afectan a los usuarios. Si usáramos términos médicos, el remedio es un placebo que operará más en la psiquis que en el organismo.



Ante la necesidad que las micros salgan a la calle, como dijo el ministro al hacer sus anuncios, y que éstas circulen con la frecuencia requerida, cabe hacer notar lo siguiente: Qué flota es la que se requiere en la calle, el número total en régimen o ese total menos el 10% de flota de reserva.



Por otra parte, la salida a la calle de los buses es seguramente según la frecuencia establecida, que no es la misma con los vehículos desplazándose por la ciudad: por su velocidad, porque las flotas operan ciegas y porque los sistemas de información de localización y de operación de éstas no son una necesidad, son vitales y son la médula del funcionamiento del plan. Asimismo, no se deben corregir sólo algunos recorridos, se debe corregir la actual malla sobre la base de la malla antigua, no afectando las actuales concesiones, reduciendo drásticamente los trasbordos porque ahí están de verdad nudos centrales del problema en el transporte de superficie.



Los anuncios de infraestructura son muy importantes para los usuarios, particularmente la construcción de miles de paraderos. Es de esperar que se mentalicen los altos funcionarios sobre los problemas que aquejan a la población y no respondan a los periodistas que «cuando llueve, todos se mojan», como se hizo a algunos medios el mismo día llovió.



En relación a la inversión en infraestructura, es necesario tener en cuenta que si la tecnología estuviera funcionando -o poniéndonos en el escenario de pleno funcionamiento de ésta, en lo que tiene que ver con la velocidad comercial de las flotas-, se transparentaría la cruda realidad que significa que la acción del Estado ha sido extremadamente lenta en esta área y que difícilmente se llegará a estándares de desplazamiento que satisfagan a la población en el mediano plazo.



Quizás tenía razón quien dijo que el Transantiago comenzó por razones electorales. Muchos pueden haber pensado en las próximas municipales, pero no, más bien parece que se refería a las perspectivas electorales de quienes estaban a cargo de la implementación. La verdad es que el sólo hecho de pensar en la exposición pública, concretamente minutos televisivos que vivieron los chilenos, particularmente los habitantes de la ciudad de Santiago durante varias semanas, con caras y nombres que se hicieron inolvidables tratando de explicar lo inexplicable, culpando a otros de sus responsabilidades y majaderamente decir que día a día el sistema mejoraba, cuando empeoraba. Pero los nombres están posicionados, el público de los matinales, que no utiliza el transporte público en las horas punta, también vota y la memoria de la gente es impredecible; mala cosa.





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Darío Contador. Consultor en Transportes y Telecomunicaciones. dariocontador@gmail.com

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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