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Para un Nuevo Progresismo


Los escándalos de corrupción, los complejos problemas de gestión del Plan Transantiago, y los continuos episodios y disputas políticas en el Parlamento, han afectado la capacidad de debatir y mostrar la visión que la Concertación y el Gobierno de Michelle Bachelet ofrecen a Chile. El actual cuadro esta mellando la legitimidad de la Concertación y de la propia política. Estamos llegando a un punto sensible y delicado. No es sólo el Gobierno el que enfrenta los riesgos asociados a esta crisis de legitimidad, sino el conjunto de las instituciones políticas, incluido al Parlamento.



En momentos de crisis, es usual creer que a través de operaciones políticas o diseños bien construidos de manejo, es suficiente para «salir del paso». Esto, sin embargo, sólo en parte es cierto. El Gobierno ha demostrado que puede dar golpes de autoridad y rearticularse para desatar los nudos en que se encuentra, con rapidez y decisión. Sin embargo, estas soluciones son una condición necesaria, pero no suficiente.



Pienso que debemos volver a mostrar con claridad quiénes somos y hacia dónde vamos. Cuáles son los valores que encarnamos y qué es lo queremos para nuestro país.



Este esfuerzo no puede desentenderse del juicio social crítico del que somos objeto, y que emerge ante cualquier evento inesperado, a veces de manera injusta e inexplicable. La Concertación debe recuperar una base de autoridad, legitimidad y credibilidad, que se han debilitado. Sólo desde este suelo, podemos reinventar una oferta luminosa, responsable, innovadora y creativa para Chile. Sigo creyendo que el lugar donde esto es posible es la Concertación. Pero debemos probar nuevamente que esto es así.



Quisiera mostrar cuál es mi visión de país, y de lo que necesitamos para que ella sea posible.



Veo un país moderno y maduro para incorporar la idea de un Estado de Bienestar que se haga cargo del reto de la protección social. Chile necesita más cohesión e integración, una sensación básica de que estamos todos en el mismo barco, en las dificultades y en los beneficios del crecimiento. Esta visión nace de una mirada sistémica del país, que debe evitar los desequilibrios que finalmente generan inestabilidad y más incertidumbre. Se trata de un compromiso básico con el país: cumplir con derechos sociales básicos (pensiones, educación, salud, protección de la infancia, seguro de cesantía, etc.) y cultivar una mirada donde estos derechos sean expansivos y no limitados a mínimos.

Hacernos cargo de los más desprotegidos nace también de un sentido de Nación que nos puede interpretar a todos y que no se vincula a posiciones políticas, ideológicas y menos aún, sectoriales. Creo que Chile puede mirar esta tarea desde una mirada unitaria. Esta es la gran relevancia del éxito del Gobierno de la Presidenta Bachelet. Por sus efectos, los desafíos de este Gobierno exceden con creces a este período presidencial



En segundo término, veo un país que se comprometa con un desarrollo integral, eficiente en la creación de riqueza y empleos decentes, que multiplique los mecanismos para apoyar la creatividad empresarial, la innovación, las buenas ideas de emprendedores responsables con su entorno socia y ambiental. Para ello, la complementación público-privada debe dar nuevos saltos en el respaldo a las micro, pequeñas y medianas empresas. La agenda económica orientada al crecimiento también debe avanzar más fuertemente para apoyar a las mipymes.



En tercer lugar, veo un país más abierto al mundo, más comprometido con las libertades individuales, más respetuoso y tolerante, más heterodoxo y ecléctico, que sea atractivo para todos y con todos. Un país que pueda conversar, más allá del chato debate decimonónico sobre moral sexual. Un «nuevo progresismo» debe ser capaz de enfrentar las trabas de la intolerancia que están enquistadas en nuestra cultura y que afectan el desarrollo integral de la gente.



Por último, veo un país que enfrente la crisis de legitimidad de las instituciones, que se ha desgastado crecientemente, por efecto de los múltiples casos de corrupción en los últimos años.



Hemos llegado a un punto muy delicado. Especial preocupación merece el descrédito del parlamento. No es sólo la imagen pública de 120 diputados y 38 senadores. Es la legitimidad de la institución que representa por antonomasia la soberanía popular y el sistema democrático. Hay una tarea urgente que hacer, porque la fortaleza de la democracia depende de estas instituciones.



Es necesaria una reforma intelectual y moral en los partidos políticos. Los partidos de la Concertación han llegado a confundirse con la acción y la posición en el Estado. En este proceso, han perdido su rol de expresión y nexo privilegiado con la sociedad. Esta desconexión, es un pilar de la crisis política actual y debemos revertirla. Necesitamos un cuerpo político que, sin dejar su responsabilidad en los desafíos del Gobierno, logre empalmar esa responsabilidad con un liderazgo social, que encarne y exprese los juicios, sueños y expectativas de la gente. Sólo tejiendo nuevamente esta red se abrirán las condiciones para nuevos liderazgos, un «Nuevo Progresismo» y un renovado impulso político que reencante al país.



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Marcelo Díaz. Primer Vicepresidente de la Cámara de Diputados

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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