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Tres jinetes de la crisis ecológica: Al Gore, Lagos y Kempf


La pregunta es pertinente: ¿Quién monitoreará a Al Gore en Chile y cuáles serán los comentarios del ex vicepresidente de EE.UU. si durante los días de su visita hay una alerta ambiental por contaminación elevada en la cuenca de Santiago? Ricardo Lagos, que acaba de ser nombrado delegado especial por el Secretario de la ONU en el dossier, podrá ser un conocido de Gore, pero de todas maneras será un pésimo interlocutor en el tema de la crisis ecológica.



Por supuesto, tampoco Sebastián Piñera, pese a ser anfitrión y promotor de la gira de Al Gore. Ser propietario de una isla o un santuario ecológico en el sur de Chile y de una compañía de aviación energívora y contaminadora podrán sumar cero (da lo mismo) en la cabeza del candidato-empresario chileno, pero nada indica que éste pueda ufanarse de poder cambiar la mentalidad depredadora de la cultura empresarial chilena.



Ésta es la consecuencia de dos factores: el primero es la ignorancia empresarial acerca de los temas ambientales, ecológicos y los relativos a la biodiversidad; el segundo es el aspecto cognitivo estudiado por la sociología del conocimiento que precisa que los intereses materiales y los más específicamente económicos y de poder son condicionantes de la representación del mundo, del juicio y que, además, obnubilan la razón.



No es necesario ver por debajo del agua para darse cuenta de que los conflictos de interés de un político-empresario mediático son un freno poderoso cuando se trata de la búsqueda del Bien Común y de lo que la tradición cristiana llama el Orden Justo (1).



El político Lagos y su actividad



Es evidente que el ex presidente Lagos tampoco tiene convicciones profundas con respecto a la problemática ambiental. Durante su mandato no se preocupó de preparar a la opinión pública acerca del impacto de las drásticas medidas que tendrán que tomarse para que Chile preserve su porción de bioesfera y haga frente a la crisis energética. Es lo que un político-intelectual inquieto y ambientalista sincero hubiera hecho.



Pese a que la documentación científica existe desde al menos veinte años e incluso siendo el fenómeno observable desde las ventanas de la Moneda, el problema ambiental —como lo explica Sara Larraín en El Mostrador.cl— se agudizó durante el período pasado.



Pero bueno, de las 24 horas, el político utilizará como máximo 12 para su labor. De esas 12 pasará 6 a 8 horas en reuniones y audiencias donde se discute de la urgencia de la gobernabilidad contingente y, el resto, leyendo memos y resúmenes de prensa para seguir la actualidadÂ… y viendo la televisión. Estudiar obras fundamentales y nutrirse de teoría e informes valiosos no ha sido nunca la prioridad del político. Además, formarse toma tiempo libre, reposo creador para sí, para la reflexión y el estudio.



El político oficial gasta su energía psíquica en la actividad cotidiana del gobierno o de la lucha partidaria; en esa manera de «hacer política» mediática «postmoderna» cuyo combustible son las chatas encuestas de opinión. Además, la «proximidad» y contacto con la gente real sólo se da en las campañas o en las salidas programadas. Cabe agregar que la remuneración simbólica de la actividad política es alta y retribuye con prestigio. De ahí las campañas de imagen y la importancia de las características histriónicas del «animal político».



Lagos tampoco mostró mucho oído atento y apertura hacia los grupos ambientalistas de Valdivia que exigían medidas en contra de la empresa Celco, sindicada como responsable de la desaparición de los cisnes de cuello negro. En una actitud poco académica y más bien arrogante, ni siquiera se acercó a dialogar con los manifestantes que reclamaban atención y tampoco reaccionó frente a la amenaza de represión policial, informó la prensa en su momento.



El economista, académico y ex presidente tendría que saberlo: el modelo neoliberal de acumulación de riquezas no sólo es explotador del trabajo humano y generador de desigualdad social, sino que también es depredador ambiental y enemigo de la biodiversidad por su lógica interna de búsqueda sin límites del lucro y la ganancia. Por algo los empresarios le declararon públicamente su amor. Muchos de ellos pertenecen al grupo de los «negacionistas»; de los que niegan que el problema exista.



Ahora bien, cualquier observador atento a la escena mundial reconoce que quienes han hecho avanzar a las sociedades en la toma de conciencia de la gravedad de un problema que constituye una amenaza planetaria y que se inscribe en una crisis ecológica de la civilización son los ciudadanos con sus movilizaciones, los científicos con sus trabajos, los periodistas con sus reportajes y las ONG ambientalistas con sus intervenciones. Problemática de la cual el movimiento sindical no puede estar ausente.



Pero en general, los políticos y los tecnócratas han estado a la zaga y sólo ahora se han visto directamente interpelados. Un vuelco de la situación se ha producido debido a los informes de expertos científicos climatólogos acerca de lo que sólo constituye una faceta de un problema más global; el cambio climático. Ya nadie puede ignorar lo que es una certeza racional: la humanidad puede autodestruirse debido a su incapacidad de cambiar de rumbo.



Un poco de filosofía



Fue Descartes quien sintetizó de manera brutal pero clara una tendencia específica de la modernidad occidental (Discours de la méthode, 1637, VI) al afirmar que con la técnica y la ciencia los hombres podrían convertirse «en amos y tutores de la naturaleza».



Desde el siglo XX, Jacques Ellul, en su libro La Técnica, le responderá: «Nos encontramos en el estadio de evolución histórica de eliminación de todo lo que no es técnica». El hombre niega su animalidad corporal y exacerba sus posibilidades tecno-científicas.



Sin ser tecnófobos, hay que reconocer que el efecto de pérdida de sentido de la realidad de la sociedad contemporánea hecha de concreto, acero y vidrio; de carreteras y túneles; ultra urbanizada, además de social y espacialmente compartimentada, lleva a vivir en un mundo artificial. A habitar más en lo virtual que en lo real, el desafío es, por lo tanto, darle una finalidad humana y social a la tecnociencia y humanizar la urbe.



El filósofo Agustín de Hipona (el santo de la Iglesia) escribía en sus «Confesiones» (siglo IV) que la vida humana debe ser «sentida», orientada incluso por el gusto («cum sapit»). De lo contrario ella pierde toda su significación. Con mayor razón en esta era de los cambios climáticos; una vida sin sabor es una vida donde los alimentos «OGMoneizados» pierden su gusto y se ‘macdonalizan’. Para Agustín, una vida con smog, contaminada por los gases y los malos olores sería una vida indeseable, sin sentido e insensata.



Marx, desde el siglo XIX afirmará, «La libertad sólo es posible si los productores directos, el hombre social (la sociedad), regula de manera racional sus intercambios con la naturaleza sometiéndolos al control común en vez de ser dominados por el poder ciego de estos intercambios; ellos (los hombres) podrán hacerlo gastando la menor energía posible, en las condiciones que sean las más dignas y las más conformes a la naturaleza humana».



El poco leído pero muy vilipendiado filósofo, en la Conclusión del Tercer Tomo del Capital continúa su reflexión afirmando que una de las condiciones para el acceso a la libertad es la reducción del tiempo de trabajo de los ciudadanos. Esto es posible a un cierto nivel de desarrollo del proceso productivo pero según las condiciones señaladas, es decir, ahorrando energía en la actividad económica; tanto energía humana como natural y, al mismo tiempo, respetando la dignidad del individuo-social. Marx, en su obra de madurez retomaba temas de su juventud (la liberación) en la noción kantiana de «dignidad humana».



Y Cornelius Castoriadis, poco antes de su muerte escribía: «La libertad es al mismo tiempo una actividad que se limita ella misma. Es decir que, de manera abstracta, formal, ser libre es poder hacerlo todo; pero la libertad es saber que no todo puede hacerse. [Â…] Una sociedad verdaderamente libre, una sociedad autónoma, debe saber auto-limitarse y saber que hay cosas que no se pueden hacer, que no se deben hacer, que ni siquiera hay que tratar de hacer. [Â…] Vivimos en un planeta que destruimos porque el imaginario dominante es el de la expansión ilimitada, de la acumulación ilimitada de mercancía inútil.»



Al Gore y los conservadores

Volviendo a Al Gore. El 21 de marzo pasado éste intervenía de manera notable en el Comité de Medio Ambiente del Congreso de EE.UU. Allí, el ex vicepresidente, que firmó por su gobierno el Protocolo de Kyoto en 1997, fue acogido como el hijo pródigo por senadores convertidos a la causa ecologista. Éstos aceptaron favorablemente la proposición del ex candidato demócrata, derrotado de manera fraudulenta por Bush, de estabilizar inmediatamente los GEI (gases de efecto invernadero) de EE.UU y de reducirlos nada menos que en un 90% en 2050.



El ex senador y vicepresidente de EE.UU. convertido a la causa ambientalista es persuasivo y no tiene pelos en la lengua. Y parece sincero. El miércoles 19 de febrero de este año, en la ciudad de Montreal, declaró que el medio político, financiero y ecologista tiene un imperativo común: «decir la verdad sobre lo que nos confronta».



De paso por la ciudad de Toronto, el 28 de abril, para presentar su documental «Una Verdad Incómoda», no tuvo empacho en arremeter en contra del gobierno conservador del Primer Ministro canadiense, Stephen Harper. Éste es amigo de los republicanos de EE.UU. El demócrata Al Gore, es el ‘enfant chéri’ (el niño mimado) del Partido Liberal de Canadá, la oposición oficial en el Parlamento de Ottawa.



Gore declaró primero no querer inmiscuirse en los asuntos internos de su vecino del Norte para luego criticar duramente el plan ambiental del gobierno conservador de Harper denunciándolo de «nulo y chocante» y de «fraude total». El plan no respeta el Protocolo de Kyoto puesto que no tiene objetivos absolutos al no apuntar a una reducción de los GEI, sino que busca solamente una simple disminución de la intensidad de las emanaciones. El plan fue denunciado de haber sido diseñado a la medida de los intereses de las compañías petroleras (de las cuales Harper ha sido miembro de sus consejos de administración) que explotan las arenas bituminosas de Alberta y grandes contaminadoras y utilizadoras de agua.



Días antes, el gobierno de Stephen Harper había desarrollado una ofensiva mediática denunciada como una campaña del terror por los partidos de oposición en el Parlamento de Ottawa. Allí se afirmaba que todo plan de reducción substancial de los gases de CO2 emitidos por las empresas implicaría una recesión económica.



El contexto mundial y la tarea de Lagos



Así es. No faltarán en América Latina quienes haciéndose eco de Harper, de los conservadores y de los «negacionistas» sostengan que el objetivo de los ciudadanos que se han comprometido con el medioambiente y con la calidad de vida, que los lleva a sensibilizar a las ciudadanías acerca de la inminente crisis ecológica de la civilización productivista, no es otro que detener el ‘crecimiento’ de los países y sobretodo de las llamadas «economías emergentes».



El falaz argumento puede prender si no hay debates ciudadanos claros.



El gran mérito de Al Gore es afirmar que «los gestos que serán necesarios para combatir el cambio climático van a mejorar a la vez nuestra calidad de vida y crear empleos estables de mayor valor», argumento que nunca ha sido tomado en serio por economistas afines al neoliberalismo, como Lagos.



Las emanaciones de GEI en América Latina no son tan altas (3,4%) pero no debe olvidarse que la devastación ambiental y social es inmensa. El crecimiento (leit motiv de todos los discursos concertacionistas y aliancistas) económico de la gran mayoría de los países latinoamericanos que se mide fundamentalmente en exportaciones de materias primas y de productos agrícolas, es resultado de actividades altamente depredadoras del medio ambiente, de las cuales son responsables tanto empresas criollas como multinacionales extranjeras.



En un contexto mundial y económico donde se generalizan las OPA salvajes (oferta hecha pública por una empresa de compra de otra cuyo fin es presionar a los accionistas interesados en venderla para ganar dinero rápido) de compañías mineras y de fusiones de conglomerados (los poderosos nuevos «jugadores» indios, chinos y brasileños) de gran demanda de China, India y Brasil en energía y materias primas, el precio de éstas se ha ido a las nubes. Las reglamentaciones en los países desarrollados y el trabajo informativo de los medios responsables inhiben las transacciones de empresas cuyas actividades atentan contra el medio ambiente y cuyo impacto sobre el mercado laboral interno es negativo (pérdida y baja de la calidad de los empleos).



No es lo mismo en países como Chile donde la legislación es demasiado permisiva, el periodismo postdictadura poco vigilante y la elite política es poco consciente o demasiado obsecuente.



El caso Barrick Gold es ilustrativo. Sin olvidar que los asalariados trabajan en condiciones ambientales e industriales inseguras: salmoneras, papeleras, cultivos agrícolas de exportación, extracción minera etc. donde los productos químicos, gases y pesticidas afectan la salud y ponen en peligro la vida. No por azar los vertederos y espacios de desechos químicos se encuentran cercanos a los barrios populares, poblaciones, villas miserias o favelas y en los lugares más desprotegidos de los territorios nacionales (2).



Por lo tanto, las medidas que el Estado tendrá que tomar para impedir la agravación del problema tendrán que enfrentarse a poderosos intereses empresariales nacionales y extranjeros que reaccionarán con el chantaje de la amenaza de la pérdida de empleos, la baja del crecimiento y la huída de la inversión.



Se añade a la lista otro criterio para definir un Estado moderno: su disposición a promover debates ciudadanos para producir reglas claras que tiendan a que la comunidad viva en armonía con su medio ambiente. Y al mismo tiempo se dote de mecanismos y desarrolle capacidades para controlar las fuerzas ciegas del capital y del mercado.



Es muy posible que una de las tareas de Ricardo Lagos en su nuevo trabajo sea la de apaciguar y buscar la manera de convencer a los recalcitrantes de que hay que tomar algunas medidas necesarias para garantizar el Orden Mundial. Pero nada más. Los economistas y los estadistas no se han destacado nunca por consideraciones ecológicas. Por lo que la sospecha de que su designación está determinada por cuestiones de imagen y de política internacional tiene asidero.

Las razones profundas del mandato de Lagos podrían estar en este despacho de la Associated Press fechado el pasado 1 de mayo: «Varias entidades, como el Congreso norteamericano, la Comisión de oficiales superiores del ejército en retiro y el Consejo de Seguridad de la ONU estudian la posibilidad de que el calentamiento global atribuible al efecto invernadero represente una amenaza significativa en el futuro (flujos y desórdenes migratorios incontrolables de los más pobres, «terrorismo», conflictos fronterizos)».



El informe de prensa continúa: «El cambio climático puede multiplicar la amenaza de inestabilidad en ciertas regiones frágiles del mundo (Asia, América Latina y Asia). ‘Es necesario ocuparse del riesgo creciente desde ahora porque esto va a ser peor de lo que pensamos’, escriben los altos oficiales de las FF.AA. norteamericanas en un informe recientemente publicado por CNA Corporation, una consultora del Gobierno Federal.»



Son estas consideraciones geoestratégicas (guerras por el control de fuentes de energía y de recursos naturales como el agua) acerca de los peligros de la agravación del desorden mundial y de «amenazas a la seguridad global» que inquietan a los estrategas militares que influyeron e inclinaron la balanza para que la elite política de EE.UU. comience a tomar medidas internas y externas para que el mundo crea que hacen algo.



Pese a la oposición de Bush y de los intereses petroleros que su administración representa. El Gobernador republicano del Estado de California, Arnold Schwarzenegger, se vio obligado a adoptar una ley imponiendo a los vehículos de todo tipo una disminución de las emisiones de CO2 de un 30% en 2016 .



La crítica de Hervé kempf a Al Gore



Es sabido que los EE.UU. son los principales contaminadores del planeta (28% de GEI) y los mayores consumidores de energía (según Platts, la división de análisis energético de la consultora McGraw Hill, EE.UU. tendría que instalar en un plazo de cinco años una capacidad de 37 gigawatts de centrales térmicas en … carbón, grandes contaminadoras).



De ahí la crítica que Hervé Kempf le hace a Al Gore en Le Monde del 30 de abril pasado: «Gore no aclara que una reducción drástica e inmediata del consumo de energía es necesaria para reducir las emisiones y además mantiene la ilusión de que el progreso tecnológico resolverá todos los problemas».



Por eso es que los políticos-lobbystas comienzan a hacer nata al ver la posibilidad de jugosos contratos en el mercado de las nuevas energías que se están desarrollando: las centrales atómicas de tercera generación, la energía eólica, los biocombustibles, la energía solar, etc.



Además, Kempf señala; «La clase media norteamericana no está dispuesta a hacer esfuerzos, ya que ella se siente fragilizada y en desventaja con respecto a la clase superior». CNN presentó el 29 de marzo un documental titulado: «La Guerra a la Clase Media». Allí se afirma que, en 2005, las desigualdades en EE.UU. han alcanzado su más alto nivel desde el 2005.» Y la clase media, según las tesis de Kempf, imita el modo de consumo y el estilo de vida de la clase superior u oligarquía.



Ahora bien, si los EE.UU. no hacen esfuerzos serios, tampoco se le podrá exigir a Rusia, China, Brasil o India que reduzcan las emisiones de Co2 y el consumo de energía. Por lo tanto, en 2050 el panorama podría ser apocalíptico. Bien lo saben Al Gore y Clinton, quienes han debido repetírselo una majaderamente a Lagos para que lo entienda de una vez por todas.



En gira por Quebec, en una entrevista televisiva en la red pública, Hervé Kempf señala que «lo novedoso con Al Gore es que es justamente un miembro de la misma oligarquía mundial que dirige el planeta el que trata de sensibilizarlos acerca de las amenazas de extinción como resultado de su modo de vivir producir, consumir y derrochar.»



Kempf sostiene: «Hasta aquí el discurso dominante de las elites económicas mundiales ha sido: consuman, consuman, aumentemos el PIB y el crecimiento, y todo el mundo se beneficiará. ¿Pero quién se beneficia con esta lógica productivista que se traduce en la búsqueda sin límites del crecimiento? ¿Por qué las elites opulentas aumentan de manera sustancial sus ganancias desde hace una década y además se disminuyen los impuestos y los tributos a las empresas? Mientras que en todos lados, incluso en EE.UU., las desigualdades aumentan.»



Para que no hayan confusiones, aclaremos que Kempf no es marxista sino que sus posiciones son el reflejo de un nuevo tipo de intelectual-periodista comprometido con la verdad (3). El periodista de Le Monde tiene el coraje de sostener la tesis de que el calentamiento del planeta forma parte de una crisis ecológica global. Y que esta última y la crisis social —que se expresa en el aumento de las desigualdades— se conjugan y forman dos facetas de un mismo desastre que amenaza a la humanidad.



Ahora bien, el desastre, según Kempf, «es el resultado de un sistema de poder (oligárquico) que no tiene otro fin que mantener los privilegios de las clases dirigentes.»



Kempf termina su ensayo con una nota de optimismo: «Pese a los desafíos que nos esperan, las soluciones emergen y renace el deseo de reconstruir el mundo frente a las perspectivas siniestras que promueve la oligarquía propietaria del planeta. Para poder hacerlo es necesario revitalizar la democracia rebajada por las elites y disputársela a las oligarquías.»



Kempf se reencuentra con la tradición política teorizada por el filósofo Jacques Rancičre en su libro «La Haine de la démocratie». Allí, el pensador francés sostiene que la democracia es un proceso que necesita ser recomenzado una y otra vez: «es la acción que arrebata sin cese a los gobiernos y sistemas oligárquicos el monopolio de la vida pública y ciudadana».



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(1) Atengámonos a la definición de Agustín (San) de lo que es el Orden Justo como aquél donde sin la Justicia (aplicable a lo social, político y económico) el reino del hombre queda entre las manos de una banda de forajidos.



(2)¿Qué tienen en común el Tsunami de 2004 en Indonesia que se saldó con 286.000 muertos y desaparecidos, el huracán Katrina en agosto de 2005 con 1.500 muertos en Nueva Orleans, las olas de calor en Europa en el verano de 2003 que dejaron 70.000 (sobre todo ancianos), muertos, con la reciente erupción volcánica en Aysén que se saldó con 3 muertos, y 7 desaparecidos? No es el número de decesos sino el hecho nada natural que las catástrofes golpearon a los más carenciados, desvalidos y socialmente desprotegidos.



(3) H. Kempf en su libro «Comment les riches détruisent la plančte» se apoya en la tesis del economista norteamericano Thorstein Veblen (1857-1929, PhD. de Yale y profesor de economía de la U. de Chicago) que en 1899 publicó un trabajo llamado «The Theory of the Leisure Class» (teoría de la clase de ocio) en el cual afirma que el deseo de los individuos es disponer de un confort cada vez mayor y de protegerse de la necesidad y la escasez es la motivación profunda que se encuentra en todas las etapas del proceso de acumulación de una sociedad industrial moderna. Sin embargo, lo que puede llamarse el nivel de satisfacción de esas necesidades «se ve profundamente afectado por las normas y costumbres de rivalidad pecuniaria». En otras palabras, Veblen considera que las necesidades (o la demanda en la jerga económica) no son infinitas, sino que más allá de un cierto nivel de satisfacción normal de las necesidades humanas es el sistema social con su juego de rivalidad y envidia el que estimula el consumo ostentoso. La conclusión es que la producción puede ser suficiente para satisfacer las necesidades fundamentales, por lo que el problema reside en las reglas del consumo: en quién y con qué objetivo las determina. Es el consumo de lujo de las clases superiores que crea rivalidad, envidia e imitación en las clases inferiores en una espiral sin fin que hoy habría que detener. Una medida propuesta por Veblen y Kempf es una elevada imposición fiscal a los ricos y al consumo de lujo. Sin olvidar hoy la función de la publicidad y la televisión en el proceso de consumo, hecho que Veblen no pudo analizar. Por lo tanto también la publicidad tendría que pagar altos impuestos por empujar al consumo. Ingresos que servirán para reforzar el proceso educativo y de aprendizaje de ese 40% de niños que no entiende lo que lee.




Leopoldo Lavín Mujica, Profesor, Département de philosophie, Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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