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La integación regional empieza a tomar cuerpo


En el marco del seminario sobre desafíos energéticos organizado por la Fundación Friedrich Ebert para celebrar sus 40 años en Chile a fines de abril, el presidente del Comité de Representantes del Mercosur, Carlos «Chacho» Álvarez, dijo que la necesidad de integración ha dejado de ser tema del vecindario y se ha convertido en un imperativo doméstico en la región («La integración no es una opción, ya está instalada, es agenda nacional»).



Lo expresado por «Chacho» Alvarez encuentra sustento en la dinámica que han adquirido los distintos procesos de concertación regional, los consensos logrados y sus efectos prácticos en la integración en las últimas semanas. Una primera constatación de esta dinámica fue la realización en la isla Margarita (Venezuela) de la primera Cumbre Energética Sudamericana los días 16 y 17 de abril, la que contó con la presencia de los presidentes de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Venezuela, y delegados de Uruguay, Surinam, Guyana y Perú.



Más allá de las controversias que resaltaron algunos medios (Banco del Sur, el etanol, la impasse entre Chile y Venezuela o la crítica que hizo Brasil a la creación de una organización de países exportadores de gas entre Argentina, Venezuela y Bolivia) y tras horas de negociación, primero entre los ministros de Energía, después entre los titulares de Relaciones Exteriores y más tarde entre los Presidentes, los países sudamericanos lograron un consenso básico acerca de un gran tratado energético para la región, en el que se contempla utilizar de manera complementaria los hidrocarburos, los llamados biocombustibles y la hidroelectricidad, además de diversas formas de energías alternativas, como la eólica y la solar (El País.com del 18/4).



En la llamada Declaración de Margarita, además se estableció que la integración energética debe ser utilizada como herramienta para promover el desarrollo social, económico y la erradicación de la pobreza. Asimismo, si bien hace un reconocimiento al potencial de los biocombustibles para diversificar la matriz energética regional y compromete la cooperación de los firmantes, llama a compatibilizar la producción de todas las fuentes de energía con la producción agrícola, la preservación del ambiente y la promoción y defensa de condiciones sociales y laborales dignas (La Jornada 18/4). Este llamado es concordante con la preocupación que manifestó Naciones Unidas sobre el uso masivo de etanol y sus efectos negativos sobre la pobreza, el hambre y la polución (El País 10/5).



Aprovechando este encuentro, los líderes de la región también acordaron institucionalizar el bloque regional como Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) con una secretaría permanente en Quito-Ecuador, y crear un consejo energético integrado por los ministros de Energía, quienes se encargarán de presentar una estrategia, un plan de acción y un tratado para la integración de energía en la próxima reunión de Cartagena-Colombia en octubre.



Otro proyecto que ha encontrado un camino institucional fue el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), con su primera reunión formal a fines de abril en Barquisimeto-Venezuela, a la que asistieron los Presidente Chávez, Morales y Ortega, el Primer Ministro de Haití, Rene Préval, los vicepresidentes de Cuba Carlos Lage y de Ecuador Lenín Moreno, y varios primeros ministros de países caribeños en calidad de invitados.



Definido inicialmente por los presidentes Chávez y Castro en el 2004 como un espacio de cooperación entre países del Sur en contraposición a las dependencias Norte-Sur que implica el ALCA promovido por Estados Unidos (consideración ideológica que le mitigo el apoyo de otros países de la región), el ALBA ha desperfilado su matriz antiestadounidense (ya sea por pragmatismo o por el fracaso del ALCA) a favor de una complementariedad y solidaridad que se ajusta más al consenso regional. Esto, unido a los beneficios que brinda ser miembro, como energía subsidiada o ayuda a programas sociales de parte de Venezuela como sugiere The Miami Herald del 30/4, puede sumar a Ecuador y a algunos países del Caribe y evadir la resistencia de otros países de la región.

Otra iniciativa que se empezó a operacionalizar con la reunión de los ministros de Economía y Finanzas de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela en Quito el 4/5, fue la del Banco del Sur. Los ministros de Finanzas de Venezuela, Argentina, Bolivia y Ecuador ya habían fijado algunos criterios al respecto: inaugurarlo el primer semestre de este año con un capital suscrito inicial de 7 mil millones de dólares (el ministro de Finanzas de Venezuela se comprometió a dar un aporte inicial en 600 millones de dólares). Sin embargo, un punto fundamental para su consagración era la presencia brasileña, la que se logró tras la reunión del 27/4 entre los presidentes Kirchner y Lula Da Silva en la que renovaron el «vínculo estratégico» (Agencia DERF 3/5).



Uno de los países que ha apostado más fuerte a esta alternativa financiera ha sido Venezuela tras su decisión de abandonar el FMI y el BM. Como lo expresa EL País del 2/5, esto era una cuestión de tiempo, después de que Caracas liquidara anticipadamente una deuda de US$ 3.300 millones que tenía con ambas instituciones y que vencía el 2012. Entonces, el ministro Rodrigo Cabezas, además de certificar un ahorro de US$ 8 millones por concepto intereses y recordar los costos que tuvo el Caracazo para el Presidente Carlos Andrés Pérez tras el acuerdo con el FMI y BM en 1989, expresó: «señores del FMI, señores del Banco Mundial, chao con ustedes. Venezuela es libre…y gracias a Dios, ni los venezolanos de hoy ni los niños por nacer tenemos un solo centavo de deuda con esos organismos…dominados por los halcones estadounidenses» (El Mundo 1/5). El ministro, en todo caso, aclaró que seguirán tramitando créditos con el BID y la CAF.



Otro que planteó que el Banco de Sur podría ser una alternativa a otros organismos multilaterales de crédito, como el FMI y el BM, fue el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, quien acusó a estos organismos de imponer políticas fiscales que han fracasado en la región (El Mostrador del 2/5). El periodista Pablo Azócar citando a Naomi Klein, recuerda, entre otros, que el Banco Mundial obligó a cobrar aranceles en las escuelas de Ghana a cambio de un préstamo; que exigió que Tanzania privatizara su sistema de agua; que puso como condición privatizar las telecomunicaciones en Centroamérica a cambio de una ayuda tras el huracán Mitch; que exigió «flexibilidad laboral» después del tsunami asiático en Sri Lanka; que le negó la sal y el agua a Ecuador cuando osó gastar parte de sus ingresos petroleros en salud y educación, etcétera (El Mostrador del 4/5).



Por último, otro hecho significativo de este proceso fue la instalación del Parlamento del Mercosur en Montevideo-Uruguay, y que contó con la participación de legisladores de Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela (La Nación del 7/5). Más allá de la capacidad de decisión del mismo, el sólo hecho de que parlamentarios de los países signatario intercambien punto de vistas y logren algunos consenso «representa un salto cualitativo espectacular en el proceso de integración regional», tal como calificó el hecho el viceministro argentino de Integración Económica y Mercosur, Eduardo Sigal.

Parece, entonces, que la diplomacia presidencial (bilateral y multilateral) instalada en la lógica del consenso y un cierto pragmatismo, han empezado a desentrabar una serie de propuestas subregionales que habían estado rondando retóricamente desde hacía tiempo como respuesta a los desafíos que presenta el proceso de globalización, al fracaso del llamado Consenso de Washington que rigió el devenir regional desde 1990 en adelante y a la escasa prioridad que le ha dado la política exterior del Presidente Bush a la región (barrera que es potenciada por las resistencia de los demócratas a los TLCs y sus criticas en temas laborales y ambientales).



La integración, entonces y como lo expresó Carlos «Chaco» Alvarez, se ha convertido en un imperativo doméstico para la región, incluso para países aliados de Estados Unidos como lo comprobó en su reciente viaje a Washington el Presidente de Colombia, Alvaro Uribe, desde donde volvió frustrado y con las manos vacías según lo constata el artículo «Como Perder un Aliado» publicado por The Washington Post el 10/5.







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(*) Cientista Político y Periodista, Secretario Adjunto Comisión Internacional del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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