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Calentamiento global


Todos estamos un poquito calientes, ésa es la verdad. Es cosa de revisar la prensa. Caliente está Cecilia Bolocco con su amante italiano y calientes quedaron los pasajeros del Metro que tuvieron que bajarse a caminar el sábado en dirección a la montaña y ayer lunes casi se amotinaron en Las Rejas, todos gentilmente escoltados por las Fuerzas Especiales. Caliente están los motociclistas con los cobros en la Costanera Norte, y para qué decir los automovilistas de Santiago, que aún no saben cómo doblar en las esquinas segregadas y andan con un bate de béisbol listo para romperle la crisma al primero que se cruce.



Es pura calidad de vida lo que se respira en el aire caliente de la capital. Caliente se puso Frei en la junta nacional DC, y caliente se van a poner los hospitales con el efecto invernadero así continúe sin llover, aunque en esto hay deseos encontrados desde que el ministro Cortazár reza a la Virgen de la Sequía para evitar un aguacero, porque entonces sí que la calentura va a llegar a tope con los paraderos de Transantiago y esos transformer articulados que atochan las calles en un homenaje a la insensatez.



Caliente están las regiones y los pobladores de Aysén, los cotizantes de las isapres y los deudores de tarjetas. Los resultados del Simce de calientes pasaron a freírse directamente, y hasta la propia Presidenta está caliente con sus asesores y los asesores con los tecnócratas y los tecnócratas con los políticos. Incluso Flores se calentó con Chile Primero, y para qué hablar de la derecha, que siempre ha estado caliente con La Moneda pero ya no se aguanta la erección al ver el provecho que puede sacar de la ley del máximo desorden en que ha caído la Concertación.



De no creerse, pero sin rubor y apenas criterio, los dirigentes oficialistas están todos calientes con Andrés Velasco: Isabel Allende pide su cabeza, Hormázabal recomienda cocinarla al baño maría, Zaldívar exige verla colgada de una lanza DC, Ominami sueña cosas horribles con ella, y hasta el mismísimo Belisario tiene algo que conversar de tú a tú con la cabeza del ministro. Será, sin duda, porque tras el último cambio de gabinete fue él quien quedó en la primera línea de fuego ante quienes disparan desde afuera y adentro contra lo que alguna vez se conoció como el proyecto ciudadano de Michelle Bachelet.



La excitación en este caso lleva cálculo: si sale Velasco, ya no quedará nada del bacheletismo, y podrá entonces endosársele la falta de gobernabilidad, el agotamiento de los partidos y el fracaso de los dirigentes al chivo de Hacienda. En el fondo, se trata de vengarse de Expansiva y transformar a Velasco en el negrito de Harvard, en el afuerino que tiene empeño pero ningún conocimiento del terreno real, el que nada sabe de este arcoiris de camaradería y diálogo que es la cultura de la Concertación.



Nosotras, las micros amarillas, conocemos el negocio, dicen. No como estos improvisadores del Transantiago. Con Velasco fuera, la Concertación va a cambiar definitivamente el sistema binominal, redistribuirá el ingreso, reformará la educación, modernizará el sistema de pensiones, velará por la salud, creará cultura y riqueza a manos llenas, encontrará a los desaparecidos y todos volveremos a ser felices de nuevo como un 5 de Octubre hace casi veinte años. Están todos súper calientes con la idea.



Ya lo dijo y reafirmó Al Gore en su paso por CasaPiedra: Chile es una zona de alto riesgo en el cambio climático. Según su diagnóstico, los chilenos vamos a empezar a calentarnos cada vez más. Y si no hacemos algo, ni el Capitán Planeta lo podrá evitar.



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Roberto Brodsky, periodista y escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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