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Muchas cartas, pocas nueces y Chile Primero


En las últimas semanas se han sucedido las cartas y manifiestos. Esto parece un fenómeno natural frente a la crisis de los partidos y sus coaliciones. Sin embargo, es evidente que los intercambios epistolares, públicos, entre personas que trabajan en la misma coalición, es un síntoma preocupante que delata la absoluta falta de disposición al diálogo directo, a debatir ideas. Es como cuando en una familia comienzan a mandarse mensajes por fuera.



En realidad, esta falta de diálogo es una característica de los últimos años, que al parecer se ha consolidado y entrado en crisis. El problema es que estas crisis se han sucedido ya en varias ocasiones anteriores, y para nadie es claro que en esta ocasión tenga una solución diferente a la de los acuerdos «internos», donde sólo ha primado el afán de mantener la administración del Ejecutivo por un nuevo periodo, y no la decisión de enfrentar los problemas.



Comparto la idea que es posible «discutir en serio» y ello significa referirnos a los problemas del Chile que queremos. Entonces, tampoco me resultan claras las exclusivas referencias a modelos económicos o ministros de Hacienda, cuando no hay definiciones respecto al «Proyecto país» que se tiene, o se quiere, para lograr mayores niveles de desarrollo. Pareciera que, para sus autores, crecimiento, desarrollo y justicia social no van de la mano en el Chile actual, dejando expresa la sensación de que es necesaria una reforma total y profunda; pero como nada indica, ni creo, que ése sea el pensamiento genuino de la mayoría de ellos, sólo queda entonces el expediente de entender tanta carta y manifiesto como recursos de efecto para cambiar un ministro, asegurar candidaturas en la futura elección parlamentaria o bien conseguir nuevos espacios de poder.



El problema de los razonamientos fáciles es que sólo llegan hasta la mitad del camino. Las otras discusiones, las importantes, requieren de un poco más de esfuerzo. Los «trabajos» que en política no tiene más sustento que el poder por el poder concluyen al borde de la hoja en que están escritos. De esos casos podríamos encontrar ejemplos que llenan las páginas de varios matutinos, en los cuales se rasgan vestiduras apelando a «reencontrar el camino perdido», mediante «llamados al orden», al «debate disciplinado», o a recuperar la «lealtad partidaria», pero donde todas las soluciones propuestas buscan o ratificar lo mismo que ya están haciendo o proponen cambios efectistas y superficiales, sin intentar formulas dialogantes. El camino para salir del obstáculo vuelve a ser la negociación partidaria en vez de abrir el debate ciudadano, lo que refleja un estilo aparentemente ya consolidado de hacer política.



Declarados estos antecedentes, habría que convenir que esta falta de diálogo es alimentada por el drama de quienes siempre temen un escenario peor, lo que los arrastra al inevitable inmovilismo; y quienes, por otro lado, ven el error de los primeros pero, sin capacidad alguna de diálogo, se quedan sólo en el reclamo público para buscar el arreglo interno.



En de estas dos posiciones ciegas no son nuevas en la política. Y, en un clásico ejemplo, tenemos el Ensayos de Teodicea de Gottfried Leibniz (1646-1716), publicado ya en el ocaso de su vida, donde su preocupación era el problema de cómo Dios todopoderoso, infinitamente bueno, había creado un mundo en que dominan el mal, el pecado y la injusticia. Finalmente, llegó a la conclusión que de todos los mundos posibles, este que Dios creó, este mundo malo, donde nada parece funcionar bien, finalmente es el mejor de los mundos. Es evidente que en ese caso cualquier cambio empeoraría las cosas, y este optimismo autocomplaciente Leibniz lo resumía en la siguiente idea: «Â…creo que todas las cosas que pueden ser admitidas dentro de la perfecta armonía del universo, efectivamente, están ahí».



En el otro lado estaban quienes decían querer cambiarlo todo, para no cambiar nada, quienes sólo se quejaban para buscar los preciados acuerdos. Ellos le contestan a los autocomplacientes con la respuesta que Voltaire (1694-1798) dio Leibniz en su relato Cándido o el Optimismo. En esa obra, Cándido ha sido educado en la doctrina de Leibniz acerca del mundo que creó Dios. Naturalmente se desilusiona y cuando le preguntan «¿Qué es el optimismo?» responde: «No es sino el empeño de sostener que todo es magnífico cuanto todo es pésimo». Sin embargo, a pesar del fracaso de las enseñanzas que recibió y de las múltiples desgracias que vive el personaje, la conclusión del libro se resume en la última frase de Cándido quien les dice a sus amigos: «trabajemos sin razonar, es el único modo de que la vida se haga soportable». Es evidente que esta forma añeja de hacer política no resiste más.



Mucho más claros, y formando parte de otra disposición, me parecen los argumentos de naciente Chile Primero. Los que buscan centrar la discusión en el camino de nuestro país hacia la innovación tecnológica, y en la mayor participación de las PYMES en esta área. Su preocupación explicita es acelerar nuestro desarrollo como nación y enfrentar nuestro necesario reposicionamiento a nivel internacional, en un mundo globalizado donde es evidente que sufrimos una creciente falta de competitividad, frente a la natural emulación de otras naciones hermanas que también buscan salir del subdesarrollo. Este esfuerzo lo plantean en el marco de un necesario cambio en los estilos de construir y hacer política, todo lo cual me parece más que alentador.



Es evidente que la nueva ecuación ha de incorporar otras variables, pero esa actitud de diálogo o «conversación», como prefieran llamarla, es muchísimo más productiva que el centrar los esfuerzos en el cambio o no de un ministro, o en llamar al orden, o develar las dos almas concertacionistas, etc., etc.. Eso tendría sentido si se tratara de la piedra de tope para el impulso del diálogo, y no me parece que ninguno de los que proponen esos tipos de medidas lo crea así.



Nuestra historia nos enseña que en esta conversación los necesitamos a todos, por eso también me parece sana la disposición de quienes piden rectificar un modelo o ecuación, pues estas rectificaciones buscan formar parte de una misma disposición para enfrentar de manera dialogante los desafíos y problemas del Chile actual. Descalificarlos a priori, tampoco me parece el camino.



En realidad, hay temas planteados urgentes y directamente, como el de la carga impositiva, o la flexibilidad laboral, o la negociación colectiva, que es mejor discutirlos directamente que utilizarlos como recurso para descalificar, sobre todo cuando las propuestas propias no difieren tanto de las otras, las de quienes creen que todo está bien. Siempre es mejor decir las cosas. Es fácil plantear que «el neoliberalismo está en retroceso» para así descalificar como neoliberales a otros. El problema es la ecuación que se propone. Cuando no la hay, he de entender que se trata de un «trabajo» en el sentido de Cándido.



Esto me preocupa más aun cuando la propuesta resultante es alguna forma de pacto político, «tregua» u otros «trabajos» varios, que no enfrentan la conversación en función de las grandes transformaciones que nuestro país requiere. En este marco, me parece a lo menos poco claro que la ecuación termine sólo como una propuesta de acuerdos entre los partidos, o acerca del «rol del parlamento», cuando nada dicen respecto a lograr el término del sistema binominal, ni de incorporar a sectores con un peso social mucho mayor que el de varios de los actores que participan de estas cartas y manifiestos. Sectores excluidos que justamente han creído en la seriedad de un dialogo que se inició formalmente al apoyar con su voto la elección de la presidenta Michelle Bachelet.



Hay algo más fuera de los estrechos márgenes de los que creen que todo está bien, para quienes todo crítico es su enemigo, y de aquellos que se dan el «trabajo» de criticar pero sin acometer conversaciones y caminos de dialogo que puedan cambiar el estado de las cosas. Probablemente ese tendrá que ser el primer desafío de Chile Primero. Se requieren propuestas de fondo, cambios en los ejes del diálogo, que incluyan el cumplimiento de los compromisos adquiridos.



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Gonzalo Rovira. Ex dirigente de la FECH y ex candidato a Senador por Santiago Poniente del pacto Juntos Podemos Más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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