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Un nuevo consenso nacional: recuperar la vergüenza


Escribo esta columna desde una desagradable sensación de perplejidad. No comprendo cómo ha pasado de manera tan intrascendente en el debate nacional la muerte de un trabajador en una protesta. No entiendo por qué no han salido miles a marchar horrorizados por lo violento que resulta que un obrero muera de un balazo en la cabeza. Pero por sobre todas las cosas, no me puedo explicar cómo hemos aceptado que un ser humano tenga semejantes condiciones de trabajo.



Al carabinero tal vez le dio mucho susto y simplemente disparó, o quizás, tiendo a pensar esto último, actúo de manera irresponsable teniendo en cuenta el monopolio de las armas que ostenta el Estado (y a la histórica connivencia entre fuerzas de orden y oligarquía que ha caracterizado al campo chileno). Pero nosotros como sociedad no tenemos excusa, hemos aceptado concientemente la convivencia de dos países, de dos realidades profundamente disímiles, donde hay algunos que viven bien a costa de poner en jaque la dignidad de los otros. En nuestra desidia no caben interpretaciones, hemos elegido vivir y perpetuar un país injusto.



Creo que hay pocas cosas más terribles que un país que se acostumbra a la injusticia. Se acostumbra, aunque no lo acepte, se acostumbra, aunque todo el día nos escuchemos a nosotros mismos repetir lo terrible que es ser uno de los países más desiguales del mundo. Se acostumbra a la inequidad, si nadie hace una política seria y sistemática que pretenda resolverla.



Cuando los sectores políticos repiten una y otra vez la necesidad de realizar un gran acuerdo nacional que nos permita enfrentar juntos una estrategia de desarrollo, no puedo sino que encontrarles toda la razón, de hecho propongo que tal consenso tenga un sólo punto: recuperar la vergüenza. Ojalá me apoyen en esta campaña todos los que se dicen defensores de la moral. ¿Qué más moral que abochornarnos con la vida perra que algunos llevan?



No nos podemos demorar mucho, miren que la ética y la moral son construcciones colectivas, dependen de nuestro esfuerzos, y así como afloran y se desarrollan, también desaparecen o se vuelven escuálidas y bacías frases de sentido común. Recuperar la vergüenza resulta entonces una condición necesaria para decir «no más» , para que nuestros hijos se hagan mujeres y hombres de una ética a toda prueba, responsables de su destino y del destino de las generaciones futuras.



Cuanto me hubiera gustado un discurso de la presidenta en que reconociera avergonzada el fracaso que significa para su gobierno progresista que una bala que depende políticamente de La Moneda haya volado las sienes de un trabajador. Cuanto me hubiera gustado que los estudiantes de la Universidad de Chile avergonzados por habernos enterado por la tele que había obreros peleando por derechos laborales que asumíamos como ganados, decidiéramos abrir nuestras facultades a la realidad de las grandes mayorías. Cuanto me gustaría que la Iglesia Católica se pusiera nuevamente del lado de los obreros y los marginados del País y en vez de representar una posición conservadora, reconociera avergonzada que sus colegios no han hecho, mayoritaria y sistemáticamente, una opción por los más pobres a la hora de seleccionar a sus alumnos.



Pero así como la historia no perdona a la hora de castigar nuestras negligencias, el futuro no es otra cosa que lo que vayamos a hacer de aquí en adelante. Recuperar la vergüenza y con esto sentar las nuevas bases de una moral centrada en la igualdad, libertad y justicia social, es una bella y noble tarea que bien vale la pena para jugársela con todo. Debemos demostrar que no hemos perdido nuestra capacidad de indignarnos con las miserias de la vida, que aún somos permeables y que nos da rabia cuando uno muere peleando por una causa tan justa. Debemos demostrar que estamos vivos y que esperamos que algún día, ojalá pronto, esa indignación se vuelva propuesta, una suma de sueños, un proyecto común que nuevamente convenza a las mayorías del país, que nos convenza de una nueva realidad; con hombres y mujeres libres e iguales, sin trabajadores que tengan que arriesgar su vida por la impotencia de ni siquiera ganar el sueldo mínimo.



Nicolás Grau Veloso. Presidente FECH 2006. Estudiante de Magíster en Economía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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