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Cecilia Bolocco, la niña triste


No sé si estas palabras llegarán a ti algún día. Pero es así, tu rostro multiplicado al infinito por infinitas portadas me ha traído tu inmensa tristeza el día de tu cumpleaños, el mismo día en que la menor de mis hijas celebraba sus dos años. Todavía recuerdo cómo cruzábamos bromas por aquella inesperada coincidencia. Ya ves, Cecilia, como en esos viejos cuentos fantásticos, un fino hilo invisible nos une finalmente.



Durante años te he visto iluminada por las candilejas del espectáculo, el mundo al que fuiste convocada desde siempre, el mismo que te ha construido y que te ha mimado. Como en un sueño, la ebriedad de ser siempre visible en televisión, en prensa y radio, te convirtió en esa «diva» que a todos seduce. A nadie importó nunca la otra Cecilia, aquella detrás de tantas máscaras, aquella chiquilla llena de ilusiones que soñaba con llegar a ser Miss Universo.



Al ver tu rostro en la prensa adivino, precisamente, a esa chiquilla olvidada por todos. La niña triste que no alcanza a comprender el sórdido tinglado que sostiene el mundo de fantasía en el que habita. Un mundo en que cualquier aventurero es capaz de cualquier cosa por un puñado de dólares. Un mundo pobre y pequeño que se nutre de escándalos para perpetuar una orgía «voyerista» de fotografías que alimenta a pequeños y pobres espectadores. Un mundo que convierte a las figuras en «productos», es decir, en objetos desprovistos de cualquier dignidad. Nada hay de que avergonzarse, salvo quizás, sentir «vergüenza ajena» por quienes perpetran el escarnio.



Cecilia, pareciera que no elegimos del todo la vida que nos toca. Sea la de una «diva» o la de un adusto amanuense. Pero sucede que a veces, en medio de esta locura que es la vida, nos olvidamos de nuestras verdades elementales. Verdades simples y exentas de «glamour», esas verdades últimas que están en el fondo de nosotros mismos. La tarea de todos y cada uno es ir descubriéndolas y para eso no hay recetas fáciles. Quisiera tanto ver tu rostro iluminado por esas otras candilejas.



Cecilia, te escribo estas palabras para llevarte un poco de calor en este crudo invierno que te toca vivir. Te escribo para decirte que como todo, esta tormenta por la que pasas es efímera. Dejará cicatrices y, ojalá, alguna lección que aprender. En todo caso, te escribo estas palabras sólo para decirte que en cada cumpleaños de mi pequeña hija Josefa, estarás como siempre en medio de regalos, globos y serpentinas.



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Álvaro Cuadra. Investigador y consultor en comunicaciones/ IDEES

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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