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Pobres, cifras y cuchufletas


Estalló el júbilo, se abrieron los champañas y se sucedieron los discursos el viernes cuando se dio la noticia más asombrosa del último tiempo: según la encuesta Casen del Ministerio de Planificación, «Chile redujo a casi la mitad la pobreza y la indigencia en relación a 1990». La información decía que los pobres hoy son un 44,5% menos que el año 90, y cinco puntos menos que el 2003. Más aún: para el 2014, se dijo, «podríamos llegar a cifras cercanas al cero».



Vaya, vaya. ¿O sea que se están acabando los pobres en Chile? Ä„Eso sí que es noticia!



Todos celebraban y se felicitaban. «Esta encuesta es un tapabocas a la oposición y a los pesimistas», lanzó furibundo Francisco Vidal desde su capilla de TVN. «Es una muy buena noticia», admitió desde la derecha Cristián Larroulet. «Debemos sentirnos orgullosos», terció Benito Baranda desde el Hogar de Cristo. «Un modelo exitoso debe generar crecimiento, reducir la pobreza y aminorar la desigualdad. Esta encuesta demuestra que hoy en Chile se cumplen estos tres requisitos», reflexionó muy serio el ministro de Hacienda Andrés Velasco.



Qué ganas de haber estado en esa fiesta.



Sinceramente, qué ganas de creer en todo eso. Qué ganas de comprobar que no se trata de una nueva cuchufleta que nos están metiendo. Qué ganas de constatar que era verdad aquella promesa tan cacareada de que Chile iba a ser un país desarrollado el 2010 para el Bicentenario (no es ni broma ni metáfora: Ä„está todo escrito en los diarios!). Qué ganas de que tuviesen razón las publicaciones económicas y sus gráficos y sus próceres orondos y sus jaguares y toda la parafernalia.



Con el abecedario en la mano los técnicos explicarán que la encuesta Casen es un instrumento de medición retrógrado, que se creó hace más de veinte años, en los tiempos de Pinochet, y que se limita a calcular una canasta con un cierto número de productos y alimentos. Es cierto. Los sociólogos añadirán que el concepto de pobreza hoy tiene más bien que ver con las expectativas, el tiempo libre, los índices de seguridad, etcétera. También es cierto.



Pero lo más grotesco no es eso: la obscenidad mayor es que cualquier persona que camine por la calle sabe que es una mentira grosera sostener, como lo hace la encuesta Casen, que solo el 10,5% de los chilenos son pobres y el 3,2% son indigentes. La farsa está en la base: según esta medida oficial, un chileno que vive en la ciudad con más de 23.549 pesos al mes ($18.146 en el campo) deja de ser indigente. Y uno que vive con un peso más que $47.099 mensuales en la ciudad ($31.756 en el campo) deja sencillamente de ser pobre.



Tal cual.



Los economistas lo saben mejor que nadie: cualquier cifra depende de los parámetros que se apliquen, o sea de las variables que se metan en la juguera. ¿Quién puede creer que en Chile la cesantía es menos del 7%, como lo afirman las cifras oficiales? ¿O sea que en Chile hay menos desempleados que en países como Francia, Italia o España, que ostentan cifras de dos dígitos? Un medio tan prestigioso como The Economist afirmó de lo más campante, la semana pasada, que Chile es el país con mejor calidad de vida de América Latina. Incorporando parámetros tan diversos como «sueldos», «políticas de salud», «pensiones», «clima» y «valores de familia», el semanario británico sostuvo sin arrugarse que la calidad de vida en Chile es muy superior a la de Brasil y Argentina, y equivalente a la de países como Francia y Alemania.



Y no nos habíamos enterado.



Como lo demuestran los sondeos variopintos que la prensa exhibe rotundamente cada dos o tres semanas, las cifras son manipulables y dan para todo. Lo único que revela verdaderamente la famosa encuesta Casen es que entre los chilenos ha aumentado el consumo de ciertos productos básicos muy precisos. Punto. Y eso está bien. Pero la más mínima honestidad intelectual nos dirá que ser pobre en aquellos remotos años 80, en los días broncos del atentado contra Pinochet, no tiene nada pero nada que ver con ser pobre entre la cibernética y el consumo del siglo XXI.



Dejar de mentirse, mirarse la cara tal como es, es requisito básico para convertirse en adulto. Lo otro, seguir vendiéndonos pomadas, es volver, una y otra vez, como la piedra de Sísifo, al mismo viejo problema de vivir el sueño un día, y despertar de bruces al siguiente.



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Pablo Azócar. Periodista y escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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