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Volver a los 17


Cuando ya se les hacía tributo como si fueran veteranos de guerra o viejos nostálgicos de una fallida revolución, aparecieron por los palos y a la carga nuevamente. La verdad es que sorprendieron a los más incautos, a los que creyeron que el movimiento radicaba en un par de cabezas precozmente iluminadas. Pero recordemos que, a diferencia de la política tradicional chilena que se enquista en el poder, llegando incluso a recibir amenazas de desalojo, el movimiento secundario o la revolución Pingüina cuenta con representantes «removibles», evitando el acomodo tan clásico en la forma de hacer política en Chile y asegurando el recambio y la inclusión de todos los actores.



Como voceros del descontento social se han manifestado los secundarios esta vez. Su petitorio abarca las problemáticas manadas de un sistema que hace aguas a pesar de demostrar en cifras un avance sustancial en la superación de la pobreza. ¿Pero que sucede con estos pingüinos? ¿Una pataleta artificiosa y malagradecida comandada por una chica de violencia impía que lee a Marx?



Bien lo dijo Allende «ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica» más cuando los ojos grandes de nuestros jóvenes advierten con visión de lince que las políticas enchuladoras no tienen un correlato en la sociedad. Los esfuerzos del estado por generar desarrollo apuestan por ataviarnos de bisutería vial y de fetiche tecnológico sin profundizar en un cambio cultural trascendente por medio de la educación de calidad.



El remake de la LOCE apuesta por una fervorosa declaración de principios y pide mucho más de lo que podría llegar a obtener en un modelo neoliberal consagrado y profundizado por los gobiernos de Concertación. La Ley General de Enseñanza, no representa un cambio en la educación pública, puesto que continúa otorgando su tuición a los municipios que difícilmente pueden sostener esta responsabilidad otorgada en Dictadura. Es imposible nivelar la educación si dependemos de corporaciones municipales pobres u organizacionalmente ineficientes.



Luego de los vergonzosos resultados del SIMCE, a las autoridades no les quedó más que afrontar con pundonor que la educación chilena se encontraba en la UCI. El mismo J.J. Brunner no pudo más que afirmar que no se podían pedir peras al olmo y que el olmo no daba ni miel. La asignación por alumno asciende a la quinta parte del monto invertido en un alumno de un colegio privado y este ahorro hecho con los niños de Chile se manifiesta en el deplorable estado de la educación pública. Entonces ¿No será una sobrerreacción la de Provoste al sentirse horrorizada por la actitud Pingüina?



Volver a los 17 y sentir profundo las necesidades humanas sin el velo tecnocrático y el discurso del mejor de los profetas, podría acercarnos a los verdaderos sueños de país, esos que nada tienen que ver con el Transantiago, con la rebaja en la responsabilidad penal, con el Imacec, con el triunvirato político, con Tombolini en la presidencia de PRSD o la chamuchina binominal. Retroceder el paso, respirar hondo y aspirar al retorno podría ser el más grande de los cambios, el más real de los cambios, el más sincero y generoso de los cambios.



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Karen Hermosilla es periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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