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La verdadera farándula


A pesar de lo que se diga, el patético espectáculo que dan algunas figuras de nuestro «jet-seller» (como dijo un popular comentarista deportivo) mediático, descuartizándose en público, no es más que el viejo circo romano: alejar la atención del pueblo de la falta de pan y hacer de paso reír a los ricos. Claro que los gladiadores de antaño por lo general eran esclavos y no tenían más remedio que hacerlo, pero, en descargo de los chismosos actuales, digamos que la verdadera farándula de nuestro país, interminable y vacua, ni siquiera es reconocida como tal por sus actores.



Me refiero a las inagotables y cotidianas riñas menores que entendemos por política, entre miembros de un club que, compartiendo a estas alturas intereses entrelazados de todo tipo, copan los medios con asuntos que sólo interesan a los propios protagonistas. Especializados comparsas, muchas veces a sueldo de quienes deberían criticar, prolongan las polémicas entrevistando a los más ávidos y tratando infructuosamente -según comprueba la abstención electoral- de convencer a la gente de que tales necedades le conciernen.



Entretanto, los cargos públicos y privados son distribuidos por estricto orden de compadrazgo, parentesco o lazos económicos. El hasta ayer experto en agricultura pasa de la noche a la mañana a ser experto en astronáutica, y el mismo encargado de fiscalizar una determinada actividad pasa, a los pocos días de dejar su cargo, a integrar el directorio de una de las compañías que ayer vigilaba en nombre del Estado. Cuando se agotan los puestos disponibles siempre es posible crear más sillones parlamentarios o nuevas regiones (con su correspondiente camada de funcionarios) y, si aún esto fallara, descubrir en el beato del servicio público insospechadas dotes para la diplomacia.



La ciudadanía contempla con asombro a esta raza de superhombres que domina en cuestión de días lo que al resto de los mortales nos toma años, y por momentos llega a pensar que tan inusual talento debe justificar las altas rentas que, con el dinero de nuestros impuestos, se asignan a sí mismos.



Por supuesto que esa erudición de almanaque hace muy difícil la mirada experta en cualquier rubro. La posibilidad de asesorarse (en rigor, con quienes deberían ocupar el cargo) generalmente es mirada como una amenaza por el que entró por la ventana, y no es extraño entonces que, saltando de espontáneo a espontáneo, gran parte de nuestra vida como sociedad se caracterice por la improvisación.



Así es como los problemas se eternizan o, lo que es peor, revientan un día con inusitada furia. Pero eso tampoco preocupa al club. Nadie es castigado jamás por la ignorancia que ha costado muy cara al país. Surgen los parches, el incapaz es trasladado a otro cargo menos visible y muy pronto otro miembro del club es designado mesías de la crisis. A poco andar, éste descubre donde estuvo la falla: Ä„en la población! Una andanada de restricciones, amenazas, impuestos y multas le cae encima al ciudadano común, entonces, con leyes plagadas de errores y dictadas a la carrera, y la casta elegida continúa sin remordimientos su deporte de discutir naderías, asignar puestos y planear elecciones, desde el confort de su refugio en Versalles.



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Patricio Bañados es periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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