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La pobreza en Chile y el espejismo del desarrollo social


Hace algunos días se difundió ampliamente en Chile la última encuesta CASEN (Caracterización Socioeconómica Nacional) sobre la pobreza. El mundo político y social ha debatido sobre sus resultados que aparecen como muy promisorios para el desarrollo social, porque anuncian que la extrema pobreza quedará superada en los próximos tres años. Posiblemente, celosos de este resultado, integrantes de la coalición opositora han buscado mostrar que el «Programa Puente», orientado a combatir la pobreza en el Gobierno de Lagos, fracasó. Debates más, debates menos, lo cierto es que los resultados que han devenido en controversia ocultan un espejismo social gigantesco. La desigualdad de los ingresos en Chile sigue siendo enorme y se ha reducido a un mínimo en los últimos años. Solo hay desarrollo económico y más riqueza para los grandes capitales.



El no pobre del sector urbano tiene un ingreso mensual igual o superior a $ 48.000 per cápita, gana $ 1.600 al día, es decir, 3 dólares diarios; el no pobre rural gana una suma igual o superior a $ 2.20 dólares diarios ¿Alguien puede vivir con estos ingresos, es decir comer ( sin estar desnutrido), tener un techo, transportarse y educarse? ¿Incluye todo esto una canasta básica? ¿Con esto el Estado chileno cumple con sus responsabilidades de desarrollo social? ¿Hay que aplaudir a las autoridades como lo piden algunos políticos de la Concertación y como lo hacen también conspicuos políticos y analistas de la Alianza?



Aun cuando muchos dirán que no ha lugar la comparación, cabe destacar que en Bélgica se considera pobre a las personas que perciben ingresos mensuales inferiores a $ 575.400 (9.862,74 Euros por año). Bélgica está situada al medio de los ingresos de los países europeos, por encima de Francia e Inglaterra, por debajo de Suecia y Dinamarca. Con el sistema de medición de la pobreza en Bélgica, que es más exigente, hay preocupación política, en tanto en Chile hay celebraciones por los magros resultados.



El instrumento de la Encuesta CASEN desde el punto de vista «técnico», resulta insuficiente e incoherente para medir la pobreza y al relacionar los umbrales de medición con la vida democrática y política del país, resulta, además, inconsecuente porque una sociedad democrática y «moderna» como la chilena, no podría sentirse satisfecha con una población pobre con ingresos inferiores 11 veces con respecto a Bélgica, país con 11 millones de habitantes.



Seamos claros; los gobiernos o los Estados que buscan caminos fáciles, bajas responsabilidades y muchos aplausos por pocos esfuerzos, se empeñan en tener indicadores débiles o de fantasía. En el caso de Chile se aplica una recomendación de la CEPAL para medir la pobreza. La ONU considera pobre o hambriento a una persona que recibe menos de 1 dólar diario, estos parámetros, no por ser de organismos intergubernamentales, no por ser generalizados, dejan de ser de una condescendencia escandalosa con las autoridades que los financian, por decir lo menos, y generan espejismos sociales que nos pierden del camino adecuado.



No olvidemos que son los propios gobiernos los que generan las decisiones de medir y difunden estas re-presentaciones como el pan de cada día. El manejo de estos criterios no hace sino mostrar lo poco exigentes que son en Chile los que están en el poder político y económico para evaluar sus propias conductas, lo que es inaceptable para cualquier intelectual honesto.



El estudio de la pobreza y la medición CASEN puede llevar a un espejismo social si no se le confronta con otros estudios y con su propia fundamentación. El deber ético de un buen intelectual, sea sociólogo, comunicólogo o periodista, es buscar entender el basamento de la construcción conceptual de las mediciones sociales, saber si los indicadores son coherentes, establecer relaciones con otras formas de medir, saber relacionar cifras y fenómenos para entregarle al mundo científico y al público en general, visiones abiertas a la controversia y no dogmáticas y aparentemente «serias».



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Periodista, Doctor en Comunicación Social. Profesor de Teoría de la Comunicación en la Escuela de Periodismo, Facultad de Humanidades, Universidad de Santiago de Chile. Experto e investigar en análisis medial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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