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TV digital: Enriquecer con soluciones mixtas


El cambio de frecuencia análoga a digital abre la oportunidad de enriquecer la oferta televisiva, mejorar su estándar técnico y versatilidad, así como dar una oportunidad a nuevas voces privadas, sociales y regionales. Esto implica debatir el marco regulatorio de los canales y resolver con consulta y transparencia la norma técnica como el dar un rol empoderado a un nuevo Consejo Nacional de Televisión (y ojalá de radio). Lo básico es entender que el espacio es un bien común de todos los chilenos.



El debate se ha concentrado en la norma técnica. Hay confusión y voces discordantes. Se nos dice que la europea es mejor porque permite más canales, tendrían un menor costo de adaptación de equipos para las millones de familias aparatos, y un cierto sentido común, avalarían su adopción ante la masiva suscripción de la misma en la mayoría de los países. No nos corresponde pronunciarnos a favor de ella, ya que hay que mirar la letra chica de la misma, observar si permite o no otras ventajas como portabilidad, la posibilidad de ver televisión desde celulares y otros elementos móviles, así como los costos de estas operaciones para los usuarios. Hay quienes sostienen que hay que esperar, ya que las normas y tecnologías están convergiendo. Lo cierto, es que no se debe esperar tanto, y parece prudente tomar una decisión este año, para lo cual recomendamos un debate abierto, que la Presidenta conforme una comisión de alto nivel que la asesore y articule una conversación nacional. Y lo más relevante, es clave que la decisión la tome un ente colegiado, como el gabinete de ministros, esta comisión plural o el propio Congreso de la República. Tenemos una buena opinión del subsecretario de Telecomunicaciones, pero algo tan decisivo requiere construcción de opinión y decisión inclusiva, recordando a Habermas y su visión de democracia comunicativa y sustantiva



A fines de los ’50, el país entregó a perpetuidad el espacio televisivo a un conjunto de universidades públicas y católicas, así como a la creación de un canal estatal. Aquí hay un elemento a revisar, hablando fuerte y claro: con mirada de hoy no parece justo dar una concesión a perpetuidad sin un plazo y la posibilidad de reversibilidad por grave incumplimiento del proyecto original de la concesión. No podemos fustigar a la clase política de hace medio siglo. Es más, el resultado de cinco a seis canales no ha sido malo. Ha existido un nivel aceptable de pluralidad, de producción de programas nacionales, y no se traspasan de manera grosera los límites morales. Sin embargo, es evidente que es una televisión concentrada, santiaguinizada, atrapada por una programación similar, dominada por la farándula y los shows fáciles, en que la cultura y la educación no juegan un papel principal, eso sí, con notables excepciones como el esfuerzo de dar cabida a cine chileno y series históricas, o programas de debates.



No tienen sentido debates esencialistas y dogmáticos de cualquier índole, del tipo todo privado o todo público, apertura total o mantención de lo actual. Es claro que ha habido niveles de competencia, que el Estado no ha debido subvencionar los canales y estos han logrado subsistir con la publicidad, buscando la ecuación entre bienes públicos, entretención y sustentabilidad financiera. Pero no desconozcamos que tenemos una televisión parcial, que tiende a asimilarse en un formato común. Además, se ha vuelto más comercial, con resquicios, y algo de hipocresía, muy chilensis. TVN salió de su déficit al término de la dictadura, vendiendo señales, que entre otras cosas, permitieron el canal Megavisión del grupo Claro. Del mismo modo, con la inusual figura del usufructo convencional, la Universidad de Chile entregó Chilevisión a extranjeros y éstos al grupo Piñera. Así, el concepto de televisión de interés nacional universitaria sufrió una modificación estructural.



Es la hora de sincerar esta nueva realidad y abrirla a otros. Los actuales canales no pueden pretender la inamovilidad, propiciando la alta fidelidad como cuestión esencial. Recordemos que si se adoptara la alta fidelidad se vería imposibilitada la opción de nuevos canales, los que según algunos estudios podrían llegar potencialmente a una treintena si se privilegia la pluralidad y más competencia-oferta, como valor que guíe las soluciones técnicas. A mayor fidelidad con lo digital menos rango para nuevos canales, es la ecuación que la ciencia no logra dirimir, sí un potencial boom de la banda ancha y el acceso a televisión plural por computadores. Pero eso aún es sólo una verdad que viene.



ANATEL sugiere una disyuntiva falsa: si los chilenos estamos o no dispuestos a financiar tantos nuevos canales, ya que el actual pentagopolio sería lo que permitiría una televisión de calidad y que logra financiarse con la torta publicitaria, que es finita. Por cierto, es inaceptable pretender poner barreras a nuevos canales y a la diversificación de la oferta de televisión abierta a todos los chilenos, que ofrece la transformación a lo digital. Recordemos lo que somos: Chile es un país de graves desigualdades sociales, culturales, territoriales y educacionales, donde sólo la clase media-alta accede a una mayor oferta televisiva. Sólo un cuarto de los hogares tienen acceso a televisión por cable o Internet. Es decir, tres cuartas partes de los chilenos se informan y asimilan patrones culturales del alto consumo de la televisión abierta, la que ha tendido a la homogeneidad temática.



Esto es un asunto de equidad: ¿por qué la mayoría de los chilenos no pueden acceder a televisión cultural, a programas educativos como los que emite el cable en asuntos de vida natural, historia, gastronomía, educación rural, inglés o films artísticos? Incluso se da la paradoja que la señal internacional de TVN o la cultural de Canal Trece, de marcado acento menos comercial y más informativo-cultural están vedados para la mayoría. Los ultraliberales, en contraposición, parecen privilegiar menos regulación y que se vendan 25 nuevas señales para que florezca la oferta. Aquí se pueden cometer dos errores: perder la posibilidad de enriquecer y que se concentre en grupos económicos metropolitanos la oferta, como ha ido ocurriendo con las radios y los medios de comunicación escritos. Por eso, estamos por las soluciones mixtas que combinen, en la era digital, más canales, mejor fidelidad y la convivencia de nuevos canales privados con otros entregados a nuevas universidades, agencias públicas y consejos regionales. Es decir, pasar de cinco a quince canales nacionales, dejando espacios para canales regionales donde los respectivos Consejos y universidades puedan hacer alianzas con privados para generar una televisión sustentable, la que pueda recibir niveles moderados de subvención.



En países capitalistas desarrollados, liberales o socialdemócratas, se combinan las cadenas de radio y televisión con una oferta interesante de medios públicos, que rescatan identidad, informan del quehacer regional y hacen apuestas de globalización con la pluralidad del país.



Hagamos un ejercicio hipotético. A los actuales cinco canales añadimos otros por concurso de proyectos donde se combine calidad e inversión, donde privados tengan que aliarse con otras universidades o gobiernos regionales para tener un mayor puntaje. Incluso dar la oportunidad a los actuales canales universitarios y a TVN de optar a una nueva concesión donde promuevan su oferta de mayor densidad educacional y cultural. Hay ministerios que debieran tener algo que decir en tareas nacionales que despiertan consenso. Podemos tener un canal educacional y un canal en inglés, si nos tomamos en serio de que la bilingüilidad sería una ventaja de los chilenos en el mundo global. También el reconocimiento a nuestra diversidad: allí imaginamos un canal con tutela de la CONADI en que los chilenos sepan de sus pueblos originarios y aprendamos más que unas cuántas palabras de toponimia mapuche, y nos enriquezcamos de su cultura, cosmogonías y lenguas. Si el espacio televisivo es un bien comunitario, las concesiones no pueden ser eternas. Lo sensato son diez años, con posibilidad de caducidad y, por cierto, de renovación privilegiada si se cumplen los objetivos.



Una última reflexión. Adoptar normas que permitan una mayor oferta de canales privados y sociales, nacionales y regionales, serán una gran posibilidad de industria para las numerosas nuevas generaciones de periodistas, actores, diseñadores, bailarines, profesores e investigadores, así como otros oficios vinculados a la entretención, la educación y la cultura. Pueden ser una gran industria nacional, porque estamos ciertos que esta mayor pluralidad-enriquecida y apropiadamente comunitaria, inventará programas que podrán exportarse, ser parte de la industria cultural de Chile en la era global y digital.



En síntesis, optemos por una norma que no inhiba la definición central que se espera: una televisión abierta que no se queda con la acotada oferta actual, pero que tampoco desemboque en una jungla de canales privados compitiendo por el mismo producto estandarizado y comercial. Las opciones mixtas son la mirada de futuro para poner a Chile primero en estas definiciones esenciales.



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Esteban Valenzuela es diputado por Rancagua

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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