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Iorana (O la columna hospitalaria)


Ä„Pero qué mala suerte! No podremos recibir a los miles de comensales con un vaivén sensual y un collar de flores nativas cortadas al alba. No quiero ni pensar que Te pito o te henua es un ombligo pelusiento en la mitad del planeta.



Rapa Nui, la isla exótica de nuestro país, recibió el desprecio de los votantes al no ser elegida como una de las siete maravillas del mundo moderno. No sirvieron las campañas del Gobierno de Chile, los llamados de Felipe y Tonka a participar de este duelo de beldades, ni siquiera la idea bizarra de que sus monumentos, los Moais, fueran invención de seres de otro mundo para instigar al público a votar por esta isla polinésica.



De todas formas, me parecía raro que Chile, un país con aspiraciones primer mundistas, con presidentes vestidos con telas nobles, con habitantes caracterizados por vidas sexuales discretas -excluyendo a modelos y futbolistas- promoviera y patrocinara como «maravilla» una isla indígena, con una cosmovisión «pagana», de costumbres sensuales y voluptuosas basadas en el taparrabo y el Takona o pintura corporal.



Bastante más extraño resulta cuando nos encontramos con los fuertes deseos de autonomía que tienen los isleños, alimentados por la profunda dejadez de las autoridades chilenas y el usufructo que éstas hacen del territorio. Por ejemplo, en julio de 2006, Pedro Edmunds Paoa, alcalde de Isla de Pascua, amenazó al gobierno de Chile con la «total independencia» ante la instalación de un casino en el poblado de Hanga Roa que dejó de lado la participación de los pascuenses.



Finalmente, se consiguió un trato especial para nuestro territorio insular. No se asemeja, en todo caso, a mis sueños adolescentes de formar el Movimiento Separatista Isleño. Ahora la Isla de Pascua depende directamente del Ministerio del Interior, en Santiago. La modificación establece que el Gobierno y la administración del territorio se regirán por los estatutos especiales que establecerán las leyes orgánicas constitucionales, que aún no se han dictado, para agilizar los flujos y reflujos gubernativos y paliar las consecuencias del extremo aislamiento.



Es de esperar que nos ocupemos y no ocupemos de los pueblos indígenas de nuestro país. Llenar stands en una feria internacional, disfrazar a nuestros niños de «indiecitos» en el día de la raza, ver Ogu y Mampato, decorar con un Kava-Kava la mesita de arrimo, o votar por Rapa Nui, no es suficiente para decir que esta isla forma parte del orgullo patrio.



Porque las cosas que no se hacen de buena fe, terminan por no resultar y porque los pueblos indígenas son algo un poco más complicado que un baile del Bafochi, el gobierno de Chile debe tenerlos presente, no sólo para aparecer en el ranking de las 7 maravillas. La verdadera maravilla va a suceder en nuestro territorio cuando respetemos las raíces, la diversidad cultural y el territorio legítimo de los pueblos originarios.



Comenzar de atrás para adelante no da resultados, es por eso que antes de apoyar una campaña mediática como la de las 7 maravillas de mundo, el gobierno de Chile debe otorgar garantías a sus habitantes sin distinciones y en igualdad de derecho. Revisar la aplicación de la ley Antiterrorista, que, curiosamente, es aplicada sólo en la Novena Región, sería un excelente comienzo para promover las frases en bronce que nos hablan de ser inclusivos, propositivos y democráticos.



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Karen Hermosilla. Periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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