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Chile y Bolivia, hacia alta mar I


¿Qué nuevo hay entre Chile y Bolivia que conversan sin sobresaltos? Las diferencias entre los malhumores con Perú, que reclama 37.900 metros cuadrados de espacio marítimo al querer trazar una bisectriz, en vez de la actual paralela, desde el punto de la Concordia, o los espesos encuentros con Argentina, debido a la falta de fluido que, se suponía, haría circular como por un tubo una nueva amistad.



Desde julio de 2006, Chile y Bolivia dialogan, a pesar de estar sin relaciones diplomáticas plenas, a diferencia de lo que ocurre con Perú y Argentina. Lo hacen alejados del bullicio de la farándula mediática, como si estuvieran en algo propio, en medio de un mar pacífico, hasta ahora.



Michelle Bachelet y Evo Morales se han reunido ocho veces en los últimos 18 meses. Sus colaboradores lo hacen desde hace un año en un Comité Binacional de Consultas Políticas. 13 temas están ahí, sobre la mesa, incluido uno, el sexto: el acceso al mar de Bolivia.



El que fuera activista cocalero, dirigente campesino, fundador y diputado del Movimiento al Socialismo (MAS) y luego elegido presidente por mayoría absoluta (53,74%), el segundo de la historia de su país, navega y dirige con su mano el timón ya no de frente a las costas, como se estaba habituado a hacerlo en los espacios multilaterales, sino enfilado de modo que la navegación sea paralela a la ribera.



La opción de Morales es ensayar una nueva carta de navegación, como las que se emprenden para reconocer, en este caso, las inmensidades y los límites que van a una y otra banda. Este rumbo lo hace junto a Chile. Y aquí parece estar la novedad significativa: la falta de acceso soberano al mar no es un problema de uno ni de otro. Es de los dos, es un «problema conjunto» y, por lo tanto, ha de conversarse entre ambos y en un tiempo lo suficientemente amplio como para no estrellarse en las abruptas costas nortinas, sino que hacerlo a través de la inmensidad del Pacífico.



Se crea un contexto que no requiere límites fijos ni dramáticos. Por el contrario, se precisa de tiempo para explorar, reconocer, diferenciar y descubrir «en conjunto» los territorios mentales y físicos que permitan deshacer, añadir y unir una variedad de elementos.



Urdir confianza en sí mismos y con el otro hasta sentirse cómodos en esas confianzas. Convencerse de que uno y otro pueden, y es deseable que lo hagan, colocar el pasado por delante, de cara al futuro, para poder «en conjunto» efectivamente acordar las bases de una nueva relación, más próxima a los retos, de ambos, del siglo XXI, que de los errores, de ambos, del siglo XIX y XX.



La opción boliviana es conversar sin sobresaltos de la «reintegración marítima», un concepto diferente al de «reivindicación marítima», pues considera que el «problema conjunto», de Chile y Bolivia, no tiene ya como único «puerto» un acceso soberano al Pacífico, sino que este «puerto» podrá ser real si es parte de una integración contenida de muchos otros aspectos, cuyos algunos titulares están entre los 13 temas en conversación. El diálogo ha reemplazado a la presión y si éste es verdadero, con confianza, surgirá algo diferente a lo que actualmente está en la cabeza de Bolivia y Chile, de lo contrario sería una parodia.



*Pablo Portales es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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