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Palizas por partida doble: era de esperar


Hemos sido testigos «en vivo y en directo» de las palizas que recibieron los jugadores de la Sub 20. En lo futbolístico, la esperaba y era predecible, pero no así la protagonizada por la seguridad canadiense, no obstante que ambas, la deportiva y la policial, obedecen a una misma razón: actitud.



Repasemos en cómo nuestros representantes cayeron en cuanta trampa, legítima o ilegítima, les pusieron sus oponentes. Entraron a la cancha nerviosos, ofuscados, golpeando, reaccionando mal ante los innumerables golpes de sus rivales que quedaban sin sanción por un arbitraje sin duda deficiente, pero que constituye una de las posibilidades que hay que considerar en este juego, manteniendo claridad para hacer lo que fueron a hacer, esto es, jugar al fútbol, que sin duda lo hacen bastante bien.



No hay que consultar con una bola de cristal para ver la verdad de lo que sucedió después del partido: la misma actitud se prolongó ante la policía, sumándose ahora la rabia acumulada por la destrucción del sueño de campeonar. Puede ser cierto que efectivamente la respuesta policial fue desmedida, como todos debemos saber que sucede, como son muchas en nuestro país o como ha sido la de las policías en casos similares, por ejemplo, hace unos años en Buenos Aires con la barra de la «U» en un partido contra River, de ingrato recuerdo o en estadios y campeonatos en todo el mundo. No considerar estos factores es pensar que estas cosas sólo les pasan a otros, nunca a mí ni en mi caso. Si todos pasan el signo «Pare», ¿por qué me sancionan solamente a mi?, como está de moda afirmar para luego posar de víctima.



Sabemos por experiencia que con las policías es mejor no jugarse en asuntos de menor importancia, a riesgo de ser golpeados o detenidos o muertos. Sabemos que con los equipos argentinos no podemos caer en la obnubilación y que debemos enfrentarlos con inteligencia y control, además de calidad cuando la tenemos como en esta oportunidad, en la que si no éramos superiores, al menos no éramos inferiores. Mente fría, razón e inteligencia deben ser condimentos indispensables para lograr el éxito y eso, precisamente no tuvieron estos muchachos ni en lo deportivo ni en lo policial.



Es cierto que hubo provocaciones, pero debieron prepararse y no reparar en ellas, menos si tenían a la vista un premio mayor y cargaban sobre sus espaldas la representación de una hinchada que los había endiosado. Pero debo convenir, lamentablemente, en que no era dable esperar otra conducta de muchachos que se presentan a la cancha con el pelo teñido de rojo o con cortes estrafalarios como no lo hizo ninguno de los adversarios, preocupados sólo de su objetivo, sin distracciones, tinturas ni entrevistas televisivas ajenas a su actividad profesional remunerada, en su pleno ejercicio. No he tenido la suerte de conocer todavía a ningún alumno de excelencia que trate de destacar exageradamente por su vestimenta o su corte de pelo. Les basta con su calidad, equilibrio e inteligencia.



Sin descartar que la respuesta pueda haber sido superior a lo habitual, tiendo a creer en lo afirmado por el jefe de la policía de Toronto, en cuanto a que «el trabajo de mis agentes fue responder en una manera firme pero justa, para finalizar la violencia».



Basta de engañarnos. Hubo descontrol tanto en la cancha como fuera de ella una vez terminado el partido, violencia que la ducha no apagó. A dar vuelta la página y olvidar el campeonato que no llegó, sin cegarse, para ver si alguna vez puede llegar, cuando se termine «la farándula», los pelos raros y las distracciones. Cuando los que van a jugar sólo cumplan con sus cometidos concentrados, previo paso de todos por el estudio del psiquiatra o del psicólogo, según corresponda.



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Leonardo Aravena Arredondo. Profesor de Derecho, Universidad Central

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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