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Chile y Bolivia, hacia alta mar II


El Chile gobernado por Michelle Bachelet conversa con la Bolivia gobernada con Evo Morales. Lo hace sin reproches, como aquellos que profiriera el ex Presidente Ricardo Lagos en Monterrey (2005) y fuera aplaudido con fervor por chilenos de todos los pelajes. Chile, desde hace 128 años, está habituado a un trato arrogante con sus vecinos andinos, especialmente Bolivia, más débil, tras la victoria militar de 1879.



Ese sentimiento de superioridad es uno de los obstáculos que han acompañado esta relación de vecindad. En las palabras: «el problema de Chile es su barrio», Chile está para jugar con los países de «primera división». En los gestos: la renuncia de Edmundo Pérez como Cónsul General en La Paz, porque se le había agotado la paciencia (abril, 2003); la acefalía de la representación diplomática chilena en La Paz durante 10 meses; la destitución del Cónsul General, Emilio Ruiz-Tagle, a ocho meses de ser designado (septiembre, 2004) por declaraciones diplomáticas que pretendían crear confianza con en el país vecino.



Pero más daño hace la política: no escuchar «al otro»: sus reclamaciones, sus argumentos, sus alternativas. La opción tajante de invalidar la voz y el racionamiento «del otro» al decirle que lo suyo no tiene sentido, porque ha quedado zanjado, en el caso que nos ocupa, en el terreno de las armas (1979) y definitivamente cerrado en el terreno de la diplomacia (1904).



Los tratados internacionales, como las constituciones y las leyes, generan obligaciones de quienes las suscriben. No obstante, éstos pueden ser modificados si los estados y los ciudadanos, según sea el caso, así lo determinan, luego de reconocer una realidad cambiante, de desarrollar un debate reservado, primero, abierto después y de usar mecanismos previamente convenidos para resolver los contenidos y los términos de lo que se desea modificar. La experiencia con Argentina es elocuente.



La política regional del gobierno de Michelle Bachelet es la de «integración abierta». El canciller Alejandro Foxley, en entrevista al diario neoconservador El Mercurio, decía que las relaciones de Chile con los vecinos, Bolivia uno de ellos, es central para la integración chilena en América Latina y desde ahí proyectarse al mundo. Sería iluso pensar que Chile pudiera participar en un mundo globalizado desde una posición solitaria en la región. Agregaba: Chile debe aprender a convivir con los diferentes tipos de democracia existentes y ser un factor de convergencia en este contexto. Ello requiere de credibilidad internacional, esto es ser reconocido como un país de calidad en el trato y la convivencia con los próximos, los vecinos.



Una encuesta de opinión pública muestra una amplia mayoría que rechaza que el gobierno negocie un acceso soberano al Pacífico. El canciller Foxley se lamenta, en la entrevista aludida, que un alto porcentaje de chilenos esté en desacuerdo con la propuesta de «un mar para Bolivia» y apela a desplegar una tarea educativa para que los chilenos entiendan que los países tienen que integrarse de verdad en el siglo XXI.



La pregunta es: qué tipo de relación desea Chile con Bolivia en el largo plazo; qué características y términos debiera tener la integración entre ambos y, entonces, preguntarse sobre la conveniencia de un acceso soberano de Bolivia al Océano Pacífico para un Chile integrado a su región y desde ahí al mundo global. El gobierno de Michelle Bachelet ha comenzado a elaborar la respuesta a esta interrogante y lo hace escuchando al gobierno de Evo Morales.



Cuando las confianzas sean firmes, sería oportuno que los ciudadanos bolivianos y chilenos dispusieran de elementos que les permitiera creer en una «integración de verdad». Sería un aporte para que los chilenos puedan comprender, por qué una amistad cívica e integración de proyectos compartidos con el mundo y la cultura andina, que representa Bolivia es mejor para Chile, que la arrogancia altiva o indiferente predominante. De seguir esta actitud histórica, Chile quedaría desacreditado como factor de integración en la región y, por ende, siguiendo al canciller, debilitaría la proyección de Chile en el mundo global.



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*Pablo Portales es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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