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La otra Guerra del Pacífico


En 1843 asumió como monarca de España Isabel II su reinado se prolongaría hasta 1868. Al momento de su entronización el otrora imperio donde no se ponía jamás el sol estaba en franca decadencia. Su flota de guerra había quedado reducida a sólo tres buques de alguna significación.



Bajo la influencia de Francisco Armero, de apellido tan ad-hoc, y Mariano Roca de Togores, Marqués de Molina, la reina inició un acelerado y costoso proceso de rearme de su poder naval cuyas perspectivas de reconstrucción de su tan erosionado esquema colonial se articulaban como eslabones de acero.



Aún cuando la llamada «cuestión social» ya empezó a despuntar en la tardía península la posibilidad de reconstruir el imperio contó con un fuerte consenso de las clases dominantes. El imperialismo de afanes colonialistas se reinstalaba como política de estado.



A fines de los 50 se iniciaron hostilidades bélicas con Marruecos que implicaron la movilización de más de 30 mil tropas y de la flota ya significativamente robustecida. La debilidad del adversario aseguraba la victoria y tonificaba la voluntad imperialista tan a mal traer luego del gigantesco desastre que habían sido las luchas de independencia en América del Sur. Un armisticio que amplió significativamente la esfera de influencia hispana en la zona puso fin a la guerra el 25 de Marzo de 1860.



Luego los españoles se involucraron en un conflicto en Indochina, aportaron inicialmente tropas a la invasión imperialista de Francia a México y por último procedieron a anexarse nuevamente Santo Domingo.



Tan nostálgicos del pasado como audaces jugadores creyeron llegada la hora de tantear la posibilidad de dar vuelta atrás a la rueda de la historia.



La reina Isabel II autorizó a fines de 1862 el envío a América Latina de una expedición «científica» que vendría acompañada de tres naves de guerra de gran potencia de fuego y velocidad para la época. Aparte del supuesto interés «científico» el gobierno español recopiló sigilosamente una serie de reclamos de ciudadanos españoles que vivían en los estados independientes que se habían instalado en las antiguas colonias.



No se necesitaba estar preso de la filosofía de la sospecha para percatarse que estas visitas «científicas», armadas de cañones hasta lo dientes, venían a tantear el terreno cual amante desahuciado vuelve bajo pretexto de amistad y con el puñal debajo del poncho.



La expedición, cual presente griego, rebosada de su proclamado carácter científico, arribó al puerto chileno de Valparaíso en Abril de 1863. El mando de la misma era todo un símbolo de sus pretensiones pues fungía como Almirante don Luís Hernández Pinzón descendiente en línea directa de los hermanos Vicente y Martín Pinzón que comandaron sendas carabelas en la primera oleada invasora a América Latina encabezada por Cristóbal Colón.



Luego de un tiempo en Chile, donde fueron acogidos con hospitalidad, los «científicos» y sus naves de guerra emprendieron viaje hacia el Perú. Con este país los españoles tenían una situación muy singular pues luego de la victoria revolucionaria de Ayacucho de 9 de Diciembre de 1824 y de la suscripción de las capitulaciones los peruanos reconocieron ciertas deudas con España, pero esta nunca reconoció formalmente la independencia de estos como si ocurrió con los otros estados nacientes.



La escuadra recaló en el Callao recibiendo un trato deferente y amistoso. Cuando emprendían rumbo a California un hecho fortuito les cayó del cielo.



El 2 de Agosto de 1863 en un incidente entre criollos y españoles-vacos en la hacienda peruana de Talambo terminó con la muerte de un hispano. El almirante español giró de vuelta y exigió disculpas y reparaciones al gobierno peruano presidido por don Juan Antonio Pezet.



El asunto se hizo aún más complejo con la resucitada exigencia hispana que se le pagaran los bonos de cuarenta años atrás. De su parte Madrid envió a don Eusebio Salazar y Mazaredo con el título de «Comisario Especial y Extraordinario de la Reina» a tratar los asuntos litigios con Lima. La denominación del enviado era la que utilizaban los funcionarios españoles en tiempos coloniales, lo cual no hizo sino excitar el patriotismo peruano en tanto esto traslucía claramente las reales intenciones de los visitantes.



Bajo ese título afrentoso Lima le negó trato oficial y España respondió haciendo que la flota surta en el Callao se hiciera a la mar ocupando luego las islas Chincha, depósito natural de guano, principal exportación peruana en al época, donde se izó bandera española el 14 de Abril de 1864.



El presidente peruano Pezet trató de hacer un doble juego y de una parte trataba con los españoles y de otra mandaba al coronel Francisco Bolognesi Cervantes a Europa a comprar armamentos y particularmente buques de guerra. De esta gestión surgió la compra de los buques, Huascar, Independencia, Unión y América.



En 1864 se celebró en Lima un Congreso americanista en el que participaron delegaciones de diversos países, pero que no lograron producir efecto apaciguador en el actuar español.



La escuadra española se vio reforzada con los buques de guerra Reina Blanca, Berenguela y Villa Madrid.



La escuadra española tenía ahora como jefe a José Manuel Pareja, hijo del general Antonio Pareja, que había encontrado la muerte en sus intentos por aplastar la insurrección independentista chilena iniciada en 1810, hecho que despertaba en este marino los peores rencores en contra de todo lo que fuera chileno.



El 25 de Enero de 1865 bloqueó el Callao y puso ultimátum de 24 horas. Desde España zarpa la poderosa fragata blindada Numancia de 7.500 toneladas y 96 metros de eslora con 620 tripulantes para unirse a la escuadra de Pareja. El presidente Pezet delegó funciones en el general Manuel Ignacio Vivanco quien culminó el proceso con el tratado llamado Vivanco-Pareja suscrito en la cubierta del buque español Villa de Madrid el 27 de Febrero, la indignación cundió por América Latina y con máxima intensidad en Chile.



En el Perú las cosas se pusieron al rojo vivo. El presidente Pezet concurrió al parlamento a explicar el tratado y fue allí donde el presidente del Senado Ramón Castilla, preso de la más viva excitación, las emprendió a puñetazos en contra del primer mandatario llegando fracturarle la mandíbula. Lo cual le costó inmediato exilio.



El 28 de Febrero se sublevó la guarnición de Arequipa al mando del coronel Mariano Ignacio Prado.



La corbeta española Vencedora atracó en el puerto chileno de Valparaíso donde se le negó aprovisionamiento bajo consideración de supuesta neutralidad en el conflicto peruano-español, el argumento era insostenible si se consideraba que días antes dos naves peruanas habían partido de allí cargadas con armamentos e incluso voluntarios chilenos que fueron despedidos con grandes muestras de adhesión popular, todo ello a vista y paciencia e incluso con participación de las autoridades gubernamentales.



En Santiago una vibrante y multitudinaria concurrencia reunida a los pies del monumento del general José de San Martín recibió el encendido mensaje del diputado Benjamín Vicuña Mackenna que puso el americanismo como deber inmediato de todo patriota chileno. Que nobles años.



El 17 de Septiembre el Almirante Pareja atracó en Valparaíso a fin de negociar la situación, pero con un descriterio absoluto exigió que como cosa previa se saludara el pabellón español con 21 cañonazos. El no chileno fue tan rotundo y expresivo que quizás pudo escucharse en España pues el general O´Donnell, a la sazón jefe del gobierno de Madrid, dio inmediato respaldo a lo obrado por el almirante. Se instaló entonces el bloqueo naval a Valparaíso.



El 24 de Septiembre ante un enardecido parlamento Vicuña Mackenna lee los documentos oficiales por los cuales se ha notificado ese mismo día al gobierno español el estado de guerra determinación que es aprobada en el acto por el parlamento. La primera magistratura de Chile la ocupa don José Joaquín Pérez.



El 31 de Septiembre el canciller Covarrubias cita a su despacho a Vicuña Mackenna y le designa agente diplomático especial y confidencial en EEUU con el fin de recabar apoyos políticos y materiales para la causa americana y excitar y colaborar con los independentistas portorriqueños y cubanos que a fuego lento trabajan en su propia marmita revolucionaria. El diplomático revolucionario parte rumbo al norte al día siguiente en el vapor Chile. Realizará allí una obra extraordinaria.



En el bando chileno-peruano se encuentra don Diego Dublé Almeida como oficial de artillería quien es padre de Carlos Dublé Alquizar que fue uno de los oficiales chilenos que combatirá como voluntario en la guerra de independencia de Cuba que va desde el 1895 al 98. A través de las generaciones los destinos de América Latina se entrelazan. Pero, volvamos a los acontecimientos inmediatos.



El presidente Pezet se ve forzado a la renuncia siendo reemplazado por el vicepresidente Pedro Diez Canseco. Este también evade la confrontación con España y cae derrocado el 26 de Noviembre por el coronel Prado quien se posesiona de Lima luego de cruentos combates.



Prado que ya ha tenido reuniones con los chilenos que habían dispuesto al efecto a Domingo Santa María expresa su solidaridad con estos a la vez que declara la guerra a España. Se reciben las adhesiones de los gobiernos bolivianos y ecuatorianos. España bien parece estarle pisando la cola a un león dormido.



El almirante Pareja se suicida ante las sucesivas derrotas que viene recibiendo en diversos combates y la clara percepción de que el futuro para su escuadra esta cargado de los más negros presagios. Todo preludia el desastre o la retirada ignominiosa. Los chilenos le habían capturado incluso la corbeta Virgen de Covadonga. Asume la escuadra española Casto Méndez Núñez.



Peruanos y chilenos forman un solo escuadrón naval que queda al mando del chileno Manuel Blanco Encalada, ya anciano, un grupo de tareas de este al mando del peruano Manuel Villar que se enfrenta exitosamente con la escuadra rival en el sur de Chile frente a la isla de Abtao combate que pasa a la historia con ese nombre. Señalemos que combate allí como oficial quien sería luego el gran almirante peruano Miguel Grau. Aquí se explica porque en la fratricida Guerra del Pacífico (1879) muchos oficiales peruanos y chilenos se conocen o son incluso amigos.



Desde un punto de vista militar el combate de Abtao no es una gran victoria americana pero desde el punto de vista político el éxito es rotundo y produce un desbalance estratégico en los objetivos de los contrincantes pues queda claro para todos que Chile y Perú tienen hábiles marinos y embarcaciones en condiciones de dar batalla a cualquiera. España no tiene la fácil supremacía marítima que se suponía y si las cosas fueran a tierra firme la correlación de fuerzas se haría aún más desventajosa para los herederos de Cristóbal Colón.



A más, la flota aliada espera la pronta llegada de los blindados Huáscar e Independencia recién salidos de astilleros europeos, así las cosas sólo podían empeorar para los españoles.



Pérdida la perspectiva de una victoria estratégica, y como tantas veces en la historia, los españoles buscan ahora salvar el honor por medio de la violencia en si misma de resultados puramente destructivos. Esta línea nunca ha salvado el honor de ningún ejército pero si ha dejado a muchos en el cubo de la historia. La mirada de la frustración se posa sobre el puerto de Valparaíso. La orden de Madrid es expresa, se destruye la flota aliada o una ciudad. En nuestros días esto se llamaría terrorismo de estado y/o crímenes de lesa humanidad.



La presencia del Numancia, buque del máximo poderío a nivel mundial impide a la flota aliada dar batalla en mar abierto y Valparaíso queda abandonado a su suerte junto a sus 80 mil habitantes. En un desesperado intento por presentar combate las autoridades chilenos aceptaron la proposición del ingeniero alemán Kart Flash para construir un pequeño submarino que fue el tercero en construirse en el mundo. El pequeño sumergible zozobró con sus doce tripulantes en la rada de Valparaíso cuando pretendía hacerse a la mar.



El 31 de Marzo de 1866 los buques Villa de Madrid, Blanca Resolución y Vencedora con el potencial de fuego de casi 150 cañones dejaron caer sobre la ciudad 2.600 proyectiles en casi tres horas de impune bombardeo. Los incendios y los gritos de dolor de los miles de heridos y moribundos, todos población civil no combatiente, crearon un escenario ante el cual el mismo Dante se habría estremecido. La ciudad quedó en ruinas. En nuestros tiempos esto sería catalogado claramente como terrorismo de estado.



En un mensaje cargado de cinismo Casto Méndez informó a Madrid de su obra:



«Profundamente afectado bajo la dolorosa impresión que V.E. puede comprender debe producir en el ánimo del jefe de una escuadra él tener que dirigir los fuegos de los buques de su mando sobre una población que no se defiende»Â… «he cumplido con este triste deber en obedecimiento de las instrucciones del Gobierno de S.M. como extremo imprescindible a que hemos tenido que apelar».





El fingido sentimentalismo del almirante español fue rápidamente desmentido por el vandalismo de su flota que destruyo 30 naves mercantes chilenas en su trayecto rumbo al Callao luego de su acción en Valparaíso, en la cual sólo le falto tocar la lira para una versión moderna de Nerón.



Hay quienes han reconstruido este periodo histórico de manera benevolente para España señalando que todas estas tropelías fueron cometidas por almirantes obcecados que se excedían de las órdenes de Madrid. Pero de la simple lectura de este informe se colige claramente que la flota actúa «en obedecimiento de las instrucciones del Gobierno de SM.». La apelación a la violencia impune sobre población civil no combatiente no es característica perversa de un pueblo determinado sino el componente brutal de una ideología: el imperialismo. No hay países perversos ideologías si.



No sólo en América del sur se combate contra el imperialismo. En México los aztecas con Benito Juárez a la cabeza llevan adelante una heroica y exitosa campaña militar en contra de Maximiliano impuesto por Napoleón III como emperador de ese país. Esta insolente entronización terminará con el propio Maximiliano ante el pelotón de fusilamiento el año siguiente.



El 2 de Mayo la flota española atacó el Callao. Pero aquí las cosas se presentaron de un modo distinto al alevoso ataque al puerto chileno. A la existencia de cañones y fortificaciones se sumó una guarnición militar que apoyada por la población encendida de patriotismo reforzó las defensas y resistió el ataque causando graves daños a los atacantes de los cuales no menos de cincuenta pasaron a mejor vida y prácticamente todas las naves recibieron averías de distinta magnitud. A tal punto que luego de cinco horas de combate debieron replegarse a la isla de San Lorenzo a fin de reparar naves y curar heridos.



Los peruanos contaron entre sus bajas al propio Ministro de Defensa don José Gálvez que encabezaba la resistencia desde uno de los fuertes donde también cayó el capitán de artillería chileno Juan Salcedo.



España ya no tenía perspectiva estratégica de ganar la guerra y se mostraba incapaz incluso de realizar acciones táctico-punitivas. Era el epílogo.



El escuadrón español se dividió partiendo unos hacia Filipinas y otros al Atlántico sur.



Los aliados con naves de refuerzos llegaron a hacer planes para atacar a los hispanos incluso en sus propias bases. Pero, en la península se abrió un nuevo proceso político que culminarla con el derrocamiento de la reina Isabel II que dio de hecho por concluido el conflicto.

España, Bolivia, Chile Perú y Ecuador firmaron un tratado en 1871 en Washington que puso término legal al conflicto. España reconoció la independencia de Perú en 1880. El colonialismo llegaba definitivamente a su fin en esta parte de nuestra América.



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(*) Este texto es un extracto del libro «Chilenos en al Independencia de Cuba» próximo a publicar.



Roberto Ávila Toledo. Abogado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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