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Rodrigo, Manuel, Cristián y los otros


La saga es emotiva, o trágica, o indignante, o todas las anteriores, y tiene como protagonistas al guerrillero Manuel Rodríguez, al cineasta Cristián Galaz, al político Pepe Auth, al compositor Modesto Mussorgski y al héroe desconocido de esta historia, el estudiante de Filosofía Rodrigo Medina Hernández.



Esta es, más o menos, la secuencia:



1. Manuel Rodríguez. Fue hombre acaudalado, abogado, diputado, secretario de Guerra, capitán de Ejército, brevemente Director Supremo, pero despreció los cálculos políticos, receló del poder y fue siempre, finalmente, un disidente. Su leyenda se propagó en la clandestinidad, durante el período de la Reconquista, cuando cruzaba una y otra vez la cordillera con mensajes subversivos de San Martín, convertido en el hombre más buscado del reino, y de boca en boca corrían voces que contaban que había sido visto disfrazado de fraile o huaso o pordiosero. Fue asesinado a los 33 años por las propias fuerzas gubernamentales chilenas, traicionado por todos lados, en las afueras de Til Til, el 26 de mayo de 1818 (fue sepultado silenciosamente por dos campesinos bajo el altar de la capilla de Til Til). Sus custodios declararon: «Trató de huir».



2. Cristián Galaz. Es el director de la película Manuel Rodríguez, hijo de la rebeldía, exhibida finalmente este domingo en Canal 13, con audiencia récord (lo que desmiente a los operadores necios que arguyen que la televisión sólo puede transmitir necedades). «Manuel Rodríguez es uno de los personajes más ninguneados de nuestra historia oficial», declaró el actor Benjamín Vicuña (quien encarnó al guerrillero), «porque nos recuerda una vergüenza, uno de los primeros crímenes políticos ocurridos en Chile». A la memoria de Rodrigo Medina Hernández, se lee al final de la cinta, a modo de dedicatoria, casi de contrabando. Es, quizá, la clave secreta que le inyecta a este Manuel Rodríguez la dinamita que él hubiese querido. Se trata de un homenaje privado de Cristián Galaz, compinche de Rodrigo Medina durante la infancia. Años después Galaz se enteró de que su amigo había sido detenido por la DINA (Ä„en la calle José Miguel Carrera!), el 27 de mayo de 1976. Desde ese día está desaparecido.



3. Pepe Auth. El hoy político también fue amigo de Rodrigo Medina, un poco más tarde, hacia el final de la secundaria. Lo conoció en 1972 en el local de la Fech, detrás del edificio de la Unctad, haciendo trabajos voluntarios, ambos sudados, sucios, tiznados de azúcar, lentejas y harina. «Compartíamos el pelo largo, las patas anchas y esa mezcla de temor y atracción que nos provocaban las mujeres que pululaban en los trabajos voluntarios. Nos unía el amor por la lectura y nos dejábamos impresionar juntos por unas exégesis de Gramsci que no estoy seguro de que podíamos comprender», recordaría Auth. «Nos volvimos a ver en 1974, tras el golpe. Yo sabía que él había conseguido incorporarse a la cadena de la resistencia, y él sospechaba lo mismo de mí, pero nos teníamos mucho cariño como para contarnos demasiado».



4. Modesto Mussorgski. Su célebre pieza musical Cuadros de una exposición había sido descubierta entre los 15 y los 16 años por Rodrigo Medina. A todos sus amigos los obligaba, literalmente, a escucharla. Para algunos de ellos, el recuerdo de esa melodía quedó como una marca feroz. Uno la siguió escuchando todas las mañanas durante años. Otro no pudo volver a oírla nunca más.



5. Rodrigo Medina Hernández. Estudiaba Filosofía en la Universidad de Chile, militaba en el MIR. Lo detuvieron un frío martes de mayo hacia las ocho de la noche. Iba con un amigo. «No temas, no te preocupes», le dijo, y le entregó sus cuadernos. Unos meses después, en agosto de ese mismo año 1976, otro preso, Máximo Vázquez, lo vio golpeado y muy flaco en la Villa Grimaldi, una vieja hacienda de los años 30, el más grande y simbólico centro de detención del régimen de Pinochet. Rodrigo Medina vestía jeans y un cortavientos azul, recordaría Vázquez. «Me recomendó que hiciera gimnasia para mantener los músculos en actividad». Los informes Rettig y Valech registran miles de testimonios con las inimaginables sevicias practicadas en Villa Grimaldi. La familia de Rodrigo Medina visitó todos los cuarteles, intercedió ante decenas de autoridades, presentó múltiples recursos. Tanto la Corte de Apelaciones como la Suprema rechazaron todos los recursos de amparo. El Ejército de Chile, la DINA y más tarde la CNI negaron tener en sus cuarteles a alguien con su nombre. El ministro del Interior Sergio Fernández envió en 1978 un oficio pidiéndole a los tribunales no difundir noticias sobre su caso, «a fin de evitar que pueda ser conocido y explotado por elementos interesados». El día que lo apresaron, ya hacía once meses que Rodrigo Medina era seguido por la policía. Tenía apenas 18 años.



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Pablo Azócar. Periodista y escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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