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Tiempo de alianzas


Cada día es más evidente que los complejos problemas de la modernidad no pueden ser resueltos por un solo actor, por muy bien intencionado que sea. Más bien la acción concertada de las empresas, los municipios y la comunidad parece ser indispensable para lograr un cambio.



Si las empresas se vinculan directamente con la comunidad, es fácil que la relación derive en asistencialismo, ya que las urgentes necesidades de la sociedad son casi infinitas. Si el clima es de conflicto, ello puede incluso significar cooptación de líderes a través de financiamiento de proyectos u ofrecimiento de empleos, lo cual es malo para la empresa, para la comunidad y para el dirigente.



Por ello, es tan aconsejable que el municipio «contenga» la relación, valide la información, otorgue transparencia a las decisiones y lo que se acuerde se enmarque en una iniciativa más amplia que garantice su sustentabilidad futura.



Esto, que parece fácil, ha comprobado no serlo. Los municipios y las comunidades tienden a acercarse a las empresas como si éstas fueran un cajero automático, por lo que el resultado es generalmente frustrante, si previamente los tres actores no han hecho el trabajo de identificar en qué ámbito la colaboración puede resultar equilibradamente de beneficio para todos. Para ello, es importante identificar las mutuas necesidades y aspiraciones y no caer en la tentación de diseñar una iniciativa «para» la comunidad, sino «con» la comunidad, que generalmente conoce mejor que nadie sus potencialidades. Ya se ha comprobado que la tradicional filantropía no resuelve los problemas, por muy bienvenida y necesaria que sea.



Sin embargo, lo que definitivamente hace la diferencia es la instalación de capacidades sociales y laborales en la comunidad. Muchas veces en estos procesos se generan líderes locales con capacidad e iniciativa, que pueden inspirar y concretar distintos proyectos de mejoramiento local, postulando a diferentes fondos concursables, al mismo tiempo que pueden ser de gran apoyo para potenciar los programas y políticas de los municipios. Está comprobado que el capital social de una comunidad, medido en la capacidad de articularse con otros, es determinante para resolver problemas relacionados con la pobreza.



Por otra parte, el municipio es el «dueño de casa» por lo que es más que prudente solicitar su venia antes de comenzar a dar forma a una iniciativa. Hacerlo no sólo significa facilitar su ejecución sino también incorporar otros recursos: humanos, equipamiento, redes, convocatoria, entre otros. Para lograrlo, es preciso conocer las estructuras municipales, así como sus limitaciones y ritmos. Sin embargo, la mayoría de los municipios está llegando tarde a esta conversación de responsabilidad social empresarial, y todavía no han descubierto la oportunidad de poder acoplar las intenciones de las empresas de relacionarse con las comunidades a sus propios programas de desarrollo y viceversa.



Los viejos problemas sociales y ambientales requieren nuevas prácticas, y entre ellas, la palabra «alianza» es la clave.



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Ximena Abogabir. Casa de la Paz

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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