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Las ideas de izquierda


Un comentarista francés dice que reunir en una sola frase las palabras «idea» e «izquierda» es tan pertinente como, hablando de Paris Hilton, mencionar la noción de refinamiento intelectual. Uno no sabe si el galo conoce a Camilo Escalona o si tuvo la ocasión de escuchar a Ricardo Núñez, la cuestión es que, aun cuando nos pese, no deja de tener razón. Si se deja de lado el reciente tropismo que lleva a los socialistas a unirse a sus enemigos en la imposibilidad de vencerles, no hay mucha novedad ni en el pensamiento ni en la práctica de lo que fue la izquierda. En suma de pensamiento, aparte la justificación de la traición recurriendo al viejo expediente de la ética, la estética, la hermenéutica y las cuáticas, nada. En suma de práctica, aparte la rapidez con la que se aceptan cargos de directorio en las multinacionales que otrora se combatía, nada.



El problema no es pura ni principalmente chileno. Un ex precandidato presidencial del PS francés que prometía obrar a la renovación del socialismo, trastabilló apenas Sarkozy le propuso hacerse cargo del FMI. Otro, que renunció a la candidatura en un acto generoso y responsable, para no «quebrar el partido«, prefirió abandonar la comisión política del PSF con tal de figurar en una comisión creada por el mismo Sarkozy.



Hablando de tropismos, los socialistas contemporáneos están precisamente en eso: la respuesta ante un estímulo exterior. En este caso el estímulo exterior suele presentarse bajo la forma de dinero y/o cercanía al poder. Tropismo: la palabra nos viene del griego tropos, «vuelta«. ¿Como se dice tropismo de chaqueta en griego? Lo curioso es que no faltan las almas optimistas que desean continuar el combate y llaman a reconstruir las ideas de izquierda, si se me perdona el oximorón, y con algunas décadas de retraso con relación a quienes ya renovaron el envase y el contenido, para no hablar de las etiquetas, el logo, el discurso y las corbatas, piden, Ä„qué digo!, exigen abandonar todo aquello que no es sino mito, tautología, inercia, arcaísmo, remanencia, residuo, sedimento.



Jacques Julliard, que confunde mocedad con teñirse lo que le queda de cabello, citando a Paul Veyne nos dice que los griegos no creían en sus propios mitos. En público, dice, se celebraba solemnemente a Zeus y a Atena, pero en casa nadie hacía caso de tales sandeces. De modo que inspirándose útilmente en los helenos, Julliard pregunta no sin razón: ¿Los socialistas creen aun en mitos como la lucha de clases, el proletariado, la nacionalización de los medios de producción y tantos otros? «Tantos otros» incluye la concentración de la riqueza, la explotación de la mano de obra asalariada, la represión de los movimientos reivindicativos, la opresión de los débiles por parte de los poderosos, la dominación del mundo por parte del imperio, la dominación cultural e ideológica ejercida por el poder del dinero, el secuestro de los derechos ciudadanos por parte de la elite dominante, la mercantilización de la salud, de la educación, del agua potable, de la energía, de los servicios públicos, la destrucción del medio ambiente en nombre de la rentabilidad, la institucionalidad al servicio de los intereses de la minoría, en fin, ¿los socialistas creen aun en tales sandeces?



Julliard dice que si ya no se cree en tales mitos hay que decirlo y llegar hasta las últimas consecuencias. No hacerlo es despreciar la inteligencia, error que produce, fatalmente, una impostura moral. Bien. Julliard debiese saber que, juzgando según esa ley y midiendo según ese patrón, el socialismo chileno es el más moderno del mundo y sus alrededores. Una vez que se ha desarmado, ideológicamente se entiende, al socialismo, no queda sino proponer algo en reemplazo. ¿Qué propone Julliard? Valientemente Jacques responde: «No me corresponde decidir en lugar de los socialistas sus orientaciones para el futuro. Ä„Que cien flores florezcan, que las bocas se abran y que la verdad sea la de los que no cedieron!«. Entienda quién pueda.



Para ser justos, Julliard avanza algunas pistas: «Inventar un socialismo de mercado» es una de ellas. Hay que rogarle que venga a admirar el nuestro. «Reunificar la izquierda» es otra, pero Julliard no explica qué hacer cuando la palabra «izquierda» ya no designa la identidad del PS sino la de una fracción de la población marginada del juego político. «Pensar la democracia de opinión» es la tercera, pero el mismo Julliard nos dice que la democracia de opinión no es la solución sino EL problema. Calla y sé feliz. La última sugerencia trae lágrimas a nuestros ojos: «Resistir a la plutocratización de la sociedad» porque basta con ver lo que ocurre con la prensa y los medios audiovisuales. El dinero no debe ejercer el poder en la vida intelectual porque «Nuestra mente no es una mercancía«, termina, piadosamente Jacques Julliard. Lo dicho, reunir en una misma frase las palabras «idea» e «izquierda«, es tan pertinente como, hablando de Paris Hilton, mencionar la noción de refinamiento intelectual.



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Luis Casado. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI) – Paris – France. Profesor del Institut National de Télécommunications (INT) – Paris – France. Miembro del Comité Central del Partido Socialista de Chile. Presidente Director General de ASSCOT SA (Francia)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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