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Otra cara de la exclusión


Dos seleccionados chilenos de fútbol recorrieron el pasado mes ciudades y estadios de Venezuela y Canadá. Deportistas chilenos de diversas especialidades participaron en Río en los Juegos Panamericanos. Los tenistas chilenos más capacitados juegan habitualmente vibrantes partido en canchas de todo el mundo.



La televisión nos trae en directo todas las contiendas. Los comentaristas deportivos acaparan la atención nacional.



Al ver las imágenes televisivas o leer la prensa uno tiene la impresión de un Chile que está en todas partes. Chile está ahí.



Los estadios se llenan de banderas, los rostros de los espectadores se pintan de rojo, azul y blanco. Quince mil, diez mil, cinco milÂ… Cinco, cuatro, tresÂ… Muchos o pocos. Son de todas las edades. Algunos se emocionan hasta las lágrimas al escuchar el himno nacional, gritan para animar a los jugadores chilenos, gozan con las victorias y sufren las derrotas, viajan largas distancias para sentir a Chile, para afirmar una y otra vez su irrenunciable identidad.



Sí, Chile está en el mundo entero. Cientos de miles de chilenos habitan en decenas de países y siguen allí apegados a muchos aspectos de su cultura original, escuchan nuestra música, intentan reproducir nuestras comidas más populares, comen empanadas los días domingoÂ… Es esta una enorme riqueza. Un patrimonio humano de categoría, en todos los niveles sociales, políticamente plural, que ha conocido otros mundos pero que sigue perteneciendo al nuestro, sigue pensando en Chile y sintiéndose chileno. Los chilenos de afuera conocen el idioma y las costumbres locales, saben de política y de economía del país donde habitan más que nuestros diplomáticos, y son, en muchos casos, un apoyo para la labor que éstos realizan. Influyen en los medios locales, generan contactos, participan en emprendimientos económicos, dan a conocer Chile en su actividad diaria por humilde que sea, están presentes en las Universidades y el mundo de la ciencia, las humanidades y el arte.



«Chile jugó como si fuera local». Sí, es cierto. Pero a esos chilenos se les trata en Chile como si fueran extranjeros o, al menos, chilenos de segunda. Son chilenos para gritar por Chile, no son chilenos para votar. Produce una cierta vergüenza verlos allí en los estadios y escuchar todos los elogios de que son objeto.



Los partidos de la llamada «Alianza por Chile» (¿por cuál Chile?) carga, entre otras graves responsabilidades políticas, con la de negar el derecho a voto a los chilenos que viven en el exterior. Es esta otra dimensión de la exclusión, otra cara de ese país que no es para todos, que margina, que posterga.



Esa es la realidad: la derecha, cuando puede, excluye. Es la vieja mentalidad del encomendero que cerca su territorio para cerrarlo a los indígenas que no puede explotar o que son portadores de «ideas extrañas». Es la del que cree que Chile es su condominio, con guardias de seguridad y sistemas de alarma, cámaras y perros guardianes que protegen la riqueza acumulada por la minoría.



¿Hasta cuándo permitimos que la derecha haga uso y abuso del poder parlamentario que heredó de la dictadura? Debemos unir fuerzas para terminar una situación que se hace insostenible y avanzar hacia una democracia plena.



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Jorge Arrate fue Presidente del Partido Socialista de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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