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Binominalismo binominal en el PS


Según no pocos observadores de reconocida sagacidad, uno de los problemas políticos contemporáneos más agudos que enfrenta el personal es la dificultad de distinguir las diferencias entre la izquierda y la derecha.



Joseph Stiglitz dice con razón que, de cara al liberalismo, la izquierda y la derecha «sólo se distinguen por su grado de entusiasmo», mientras que el profesor Paul Starr, de Princeton, va más lejos y agrega que la derecha «quiere precipitarse al vacío desde un desfiladero», mientras la izquierda «quiere bajar por el mismo camino, pero con cuerdas».



Puede que el diputado Aguiló haya simplificado la interpretancia del caso chilensis al referirse a la alternativa que nos cabe «Entre dos derechas», pero en todo caso el genio político que todo el mundo nos reconoce y el universo entero nos envidia nos ha llevado a elevar esta nueva categoría del mimetismo a niveles nunca vistos.



Lo que tenemos de Constitución le ofreció a la ciencia política la virguería del binominalismo, técnica que le permite a quién mangonea los partidos que «operan» legalmente designar los parlamentarios, haciendo de la elección misma una formalidad sin mucha importancia, asegurándole al oficialismo y a la oposición la mitad de los cupos con una leve mayoría p’acá p’allá, o p’allá, p’acá -que más da -, y un equilibrio que según algunos patriotas como Andrés Velasco garantiza la necesaria e imprescindible gobernabilidad que te da la posibilidad de hacer cualquier chorrez pasando por enterao sin excluir la guinda en el pastel que constituye la eventualidad de ser objeto del amor de los empresarios.



Abundando en la materia los líderes del PS inventan el binominalismo binominal proponiéndole al país la difícil y embarazosa alternativa de elegir entre dos candidatos indeferenciables, los Sres. Insulza y Lagos -una especie de Kaczynski chilenos, gemelos monocigóticos de placenta compartida-, cuya principal diferencia estriba en que el primero fue injustamente acusado de ser socialista mientras el segundo desmiente tenazmente haberlo sido nunca.



En francés, la pareja sería lo que se dio en llamar «blanc bonnet, bonnet blanc», o bien «du pareil au mÄ™me», mientras que en árabe daría «kif-kif» y en caribeño «la misma vaina». Si estuviésemos en los EEUU no habría otro remedio que preguntarse: «Where is the beef?».



Sin ser exhaustivos, una seguidilla de tipo puente de Chacao, puente Loncomilla, pista del aeropuerto, pavimento de la Alameda, Inverlink, MOP-GATE, jarrones de la Corfo, sobresueldos, Chiledeportes y Transantiago debiese ser capaz de disuadir al más testarudo, pero tropezar dos veces con la misma piedra es nuestro sino de modo que en una de esas el personal engancha y nos tenemos que mamar otro período de crecimiento con equidad.



Uno se dice que sería más simple, pertinente y hasta deseable intentarlo con quién pudiese aportar algo nuevo, cualquier cosa, Ä„y qué sé yo!, aunque solo fuese un resto de credibilidad si no es mucho pedir.



Aunque para ello sea necesario liberar a los barones del PS y a los mandamases de la Concertación de la pesada responsabilidad que constituye el designar en nuestro nombre y a costas nuestras quién va a seguir pactando con la derecha el programa común del desgobierno cotidiano.



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Luis Casado. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI) – Paris – France. Profesor del Institut National de Télécommunications (INT) – Paris – France. Miembro del Comité Central del Partido Socialista de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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