Publicidad

Liderazgo y costo de oportunidad en política exterior


La política exterior es el conjunto de instrumentos que los estados utilizan para defender y promover sus intereses en el mundo. Para el análisis clásico, cada país está determinado por la cantidad de recursos con que cuenta, como por ejemplo territorio y población, factibles de ser convertidos en poder. Pero en el nuevo escenario internacional estas condiciones son cada vez más relativas, ya que naciones pequeñas y distantes de los grandes centros de desarrollo, gracias a la tecnología y a diseños inteligentes de proyección de sus ventajas competitivas, pueden elevarse por sobre sus limitaciones.



Del mismo modo, restricciones en la percepción de sí mismos, derivadas de la cultura o la geografía, las divisiones de política interna y la propensión a ensimismarse con sus propios problemas, pueden superarse con voluntad, algunos consensos básicos que permitan unidad y fortaleza en la acción y el uso de las herramientas que la globalización pone a disposición de quienes sepan aprovecharlas.



Cuando a estas sociedades les va bien, generan potencialidades que deben ser utilizadas en su proyección externa, en una dinámica que forma parte de su propio desarrollo y, consecuentemente, se convierten en variables influyentes en sus aspectos positivos, si se aprovechan, o negativas si se dejan escapar.



Pero existe la tentación de pasar inadvertido, de buscar siempre el empate, arrimarse al más poderoso y esperar que las situaciones positivas se den prácticamente solas para después cosechar los beneficios. Por el contrario, esta fórmula de «riesgo cero-costo cero», no toma en cuenta el factor que en economía se denomina «costo de oportunidad» y que tiene que ver con lo que se pierde cuando no se aprovechan las condiciones favorables en un momento determinado.



Asimismo, si cualquier nación se destaca por sobre el promedio aparecen rápidamente fuertes incentivos para alejarse de su entorno. Y los ejemplos que prueban su carácter de espejismo son abundantes: Finlandia cambió su estrategia de inserción externa luego de la desaparición de la Unión Soviética, no dudando en integrarse a Europa aunque con un perfil particular; lo mismo Irlanda, impulsando las inversiones con una política más liberal, pero dentro de los márgenes insustituibles de la Unión Europea; y Australia y Nueva Zelanda, que redefinieron Oceanía como parte integrante del Asia-Pacífico, para ampliar sus expectativas ante la crisis de la comunidad británica de naciones; Canadá, por último, decidió convertirse en una potencia singular, reconociendo la cercanía con su poderoso vecino, Estados Unidos y, a la vez, la necesidad de diferenciarse.



Por el otro lado, hemos sido testigos de la larga crisis de Argentina y de sus esfuerzos por recomponerse, uno de cuyos hitos más complejos ha sido asumir que no era un pedazo de Europa transplantado en medio de la pampa.
Son dos criterios diferentes. Uno actúa con su región, apoyándose en ella como pilar y plataforma. El otro la niega para convertirse en lo que no es, albur que por lo general termina en amarga frustración.



Lo lógico es adecuarse a los factores que surgen del ambiente y, al mismo tiempo, usar las singularidades que se poseen, pues de su adecuada mixtura surgen las fortalezas requeridas para proyectar aquel liderazgo que encadena necesariamente las dimensiones interna y externa del desarrollo, sobre todo en un mundo donde la carta de presentación de un país comienza por el continente al cual pertenece.



Por eso, es imperativo construir sobre esas bases el perfil más adecuado de acuerdo al rol que cada país quiere jugar en el concierto internacional y atreverse a ser proactivos, aprendiendo de la experiencia y usando todo aquello que el mundo moderno pone a nuestra disposición.



Otras importantes características de las naciones que triunfan en la globalización es saber planificar en función de objetivos de corto, mediano y largo plazo, y renovar la diplomacia. Esta es la principal herramienta con que cuenta la política exterior y requiere generar constantemente habilidades originales y especializaciones acorde a los nuevos desafíos, aunque ya no se entiende como monopolio de los servicios profesionales, sino como un abanico de actores que realizan gestiones en el plano externo, coordinados por el estado central en función de propósitos comunes.



De esta manera, se hace posible participar de manera protagónica en el mundo del siglo XXI, a condición de impulsar ciertos temas relevantes y priorizar ámbitos donde se puede lograr un mejor desempeño, instancias que para las potencias de rango medio o menor son preferentemente las organizaciones multilaterales y los espacios regionales.



*Cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias