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Explosión de marginalidad


La hipótesis más complicada de lo ocurrido el 11 de septiembre en la noche es que corresponde a un estallido de violencia que no obedece a ningún tipo de racionalidad, política ni criminal, sino simplemente a una explosión de marginalidad que toca la médula cultural de nuestra sociedad y le sirve a todos los que tengan una vocación antisistema.



Si ello fuera efectivo, todas las explicaciones sobre las nutridas balaceras, saqueos, un carabinero muerto de un tiro en la cabeza y los numerosos heridos a bala serían, al menos parcialmente, correctas.



Extrema marginalidad política de grupos anarquistas y antisistema que aprovechan fechas de significación ciudadana amplia, como el 11 de septiembre, para desplegar sus acciones en contra del poder político constituido donde más le hace daño: la seguridad.



Existencia de un poder criminal armado en los barrios, que usa estos momentos para ensayar sus guerras con la autoridad, obtener poder territorial y reclutar adeptos en medio de la adrenalina y el riesgo. No cabe duda del apoyo logístico espontáneo que este poder brinda a la violencia.



Grupos de jóvenes en tránsito a constituirse como pandillas estructuradas, que adquieren prestigio de violentos en sus barrios, y sellan sus jerarquías internas y su pacto de lealtades.



O simplemente la violencia de pasada, un ir por ir a la calle, que puede dejar algo, un computador, algunas monedas, artículos electrodomésticos varios o simplemente una memorable jornada de riesgo. Es el recurso de dejar cagada, como se dice en La Rinconada de Maipú, Pudahuel o Lo Hermida.



Hay también ausencia de sociedad civil y los barrios aparecen abandonados. Ese día se nota. Pero el abandono viene de antes, de las horas no aprovechadas para la prevención y el desarrollo del capital social para controlar y manejar la convivencia social fuera de los mecanismos de la violencia.



Hay también problemas policiales. Se ve un dispositivo policial que se despliega para contener los desbordes de una acción política descontrolada y se encuentra con una violencia social larvada o directa que de política no tiene nada, sino que nace de lo más profundo del barrio sin otro objetivo específico que la destrucción o el desafío a la autoridad.



Sin embargo, lo más notable de toda esta situación es la falla de pensamiento estratégico que exhibe el Estado. Porque no es inteligencia policial lo que más falta, sino un concepto político sobre integración y cohesión social que le de sentido a la acción gubernamental más allá de la necesaria represión de los actos violentos que hace rato se repiten de igual manera. Que articule los elementos policiales, con los sociales, educativos, laborales y económicos, en una política crimonológica coherente y una visión de gobierno de ciudad, que integre a los barrios. No se puede permitir que la violencia se estructure como una cultura ciudadana que domina la cotidianeidad, ya sea para manifestar o reprimir.



En los últimos meses, la televisión se ha regocijado exhibiendo reportajes sobre la violencia en los barrios y al interior de los colegios, las guerras entre bandas juveniles, el control territorial de las mafias de narcotraficantes. Ello ha resultado en un espectáculo al que la sociedad asiste como si se tratara de otro país, mientras en la calle sigue igual.



Por su parte, el Estado muestra una vocación de alarma policial antiterrorista que no sirve para estos casos. Y que ha terminado en bullados fiascos, como el episodio de los machetes de utilería de la Usach, o el operativo de la Fiscalía Sur con 200 policías y apoyo logístico aéreo para detener a unos cuantos vendedores de marihuana que todo el mundo sabía donde vivían y traficaban.



Esa falta de inteligencia estratégica debe solucionarse antes de que la explosión de marginalidad pase a un estado de organización superior que resulte irreversible, como ocurrió en Brasil, donde el crimen organizado dirigido desde las cárceles, paralizó y aterrorizó la ciudad de Sao Paulo en 2006 y mantiene constantemente en jaque a la autoridad.



*Abogado, analista político y de defensa

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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