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Septiembre y la FECH


El 24 de septiembre de 1987 no fue una jornada más para la FECH. Ese día todo fue muy rápido. La Federación había llamado a los estudiantes a realizar un carnaval en el centro de Santiago, y desde el medio día ellos coparon sus calles protestando contra el Rector José Luís Federici, delegado de Pinochet. Una de ellos era la Pachy, una dirigente de la Facultad de Artes, una joven estudiante de piano de 19 años que en la tarde de ese miércoles, frente al Teatro Municipal y desde sólo un metro de distancia, fue baleada en la cabeza. Una vez más en nuestra historia los estudiantes asumían un rol protagónico en la defensa de la Universidad y el sistema educacional, y pagaban caro su compromiso social.



Aún no oscurecía cuando me llamó su pareja, otro dirigente estudiantil, para ir juntos a buscarla a neurocirugía del Hospital Salvador. Entramos a la fuerza, indignados, para descubrir que aún estaba viva y que tenía 15 días de embarazo.



La historia de la FECH ha sido un largo camino de compromiso con la república y la democracia, los trabajadores, los marginados y nuestro futuro como país. Sobre los violentos años de la refundación, en medio de la dictadura, se han escrito ya algunos libros y hoy contamos con un texto que reúne varias perspectivas de análisis de lo que fue ese proceso tan duro, y que nos costo tantas vidas y dolores (Diego Monge, José Isla y Pablo Toro; Los Muchachos de Antes, Universidad Alberto Hurtado, 2006). Sin duda que faltan datos. La pérdida de vidas de estudiantes y amigos de nuestra federación como Patricio Manzano, Tatiana Fariña y Ricardo Silva nos impactó profundamente y determinó una forma de hacer política que valoraba más la unidad de propósito de quienes teníamos la dirección del movimiento estudiantil, que la pasión exacerbada por el poder.



Se hicieron muchas actividades para apoyar a Pachy y exigir justicia, todas las cuales también aportaron a la caída definitiva de los rectores delegados, y finalmente de la dictadura. Entendíamos que, más allá de las legítimas diferencias ideológicas, nos unía un concepto de la democracia forjado en una historia ya centenaria de la FECH, que está en su ADN, pues el movimiento estudiantil históricamente ha jugado un rol protagónico en los cambios políticos. Sobre su historia, alegrías y dolores, se ha comenzado a publicar la interesante y completa obra de Fabio Moraga, cuyo primer tomo que abarca el periodo 1906 a 1936 (Muchachos casi Silvestres, Ediciones de la Universidad de Chile, 2007), nos da cuenta de la pasión y compromiso social que siempre ha tenido. Y tal vez sea esa la mayor lección de todos sus años de vida.



En nuestro país, este vínculo es parte de una tradición de la que han salido muchos de los presidentes y parlamentarios de la república. Y recordarlo hoy, nos obliga a lo menos a hacer distinciones respecto a la violencia. Lo primero, es que debemos asumir que no es posible pretender la construcción de la paz social, menos aun en democracia con los niveles de desigualdad en que convivimos. Es evidente que se ha progresado, que las estadísticas no mienten. Pero el presente de las grandes mayorías sigue siendo la pobreza y la injusticia social. A pesar de los avances, siguen estando lejos, económica y culturalmente, de un pequeño grupo desproporcionadamente rico y poderoso el que, a su vez, actúa cada día con más soberbia, incrédulo frente al aparente conformismo social de los desposeídos, cínico ante las crecientes desigualdades y pobre de ideas en medio de su autocomplacencia.



Convivimos en un marco de diferencias abrumadoras. Segregación social que la masificación y desarrollo de los medios de comunicación hace evidente, y donde el sistema educacional produce y reproduce relaciones viciadas por la injusticia y la inequidad. Y si a esto le sumamos la marginación política que sufren cientos de miles de chilenos, cuyo voto no es considerado a la hora de elegir parlamentarios y representantes sociales, es evidente que la república que hemos luchado por recuperar vive en peligro, presionada por el latente descontrol de la violencia contestataria de una marginalidad pobre y cada día más conciente de sus derechos.



Pero en segundo lugar, tenemos la evidente amenaza de otra violencia, generada más bien en la descomposición de un sistema social que sobrevive en base a la eternización de estas mismas injusticias. El narcotráfico y la delincuencia no sólo están vinculados a las desigualdades sociales, también son hijos de la desintegración de la sociedad en los marcos de un modelo de desarrollo implacable, elitista e inhumano. Entonces, más que ingeniería política y decisiones calculadas mirando ventajas de corto plazo, se requiere de un compromiso republicano, de un acuerdo que nos permita mirar nuestro futuro con un proyecto país que incluya a todos en las soluciones.



Los 24 de septiembre, recordamos que somos herederos de una tradición que no transa con la injusticia, que tiene buena memoria respecto de nuestros compromisos sociales y sabe de la fraternidad. Maria Paz tuvo que partir al extranjero a recuperarse de sus heridas, y hace poco tuve el placer de ver una foto de su hijo Cristian, un joven estudiante que hoy tiene la misma edad que su madre el día del disparo. Pero además, pude escucharla tocar una nueva y bella versión para piano de Gracias a la Vida de Violeta Parra. Pachy la interpretó en Paris, con la misma pasión que lo hacía antes de ese disparo, de hace justo veinte años, que a todos nos cambió un poco la vida. Y que vale la pena no olvidar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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