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Dominique Strauss-Kahn


Dominique Strauss-Kahn, mi «compañero» del Partido Socialista Francés -en el que ambos militamos- fue elegido director del FMI y no sé si reír o llorar.



No tanto porque su candidatura fue oportuna y oportunistamente apoyada por Sarkozy, dedicado a dar vuelta socialistas tan ansiosos de darlo todo por la república que no dudan en colaborar con gobiernos de derecha.



Ni siquiera porque DSK había prometido obrar en cuerpo y alma por la modernización y la reconstrucción del PSF hasta el momento en que Sarkozy le puso el hueso del FMI en las narices, sino porque DSK, al que se le reconoce inteligencia y competencia, comienza por hacer declaraciones huevonas como si ellas fuesen una condición sine-qua-non para merecer la función o se hubiese contagiado de vitoriocorbitis, lo que viene a ser lo mismo.



Interrogado por el vespertino «Le Monde» que le pregunta qué puede justificar esta «reorientación» de su carrera que le mantendrá alejado de la política francesa, DSK responde literalmente: «¿Qué es la política para mí? Defender las convicciones en las cuales se cree y ponerlas en aplicación cuando se puede».



Leyendo esto cualquier despistado se asusta, va y piensa que DSK va a aplicar sus convicciones socialistas en el FMI, y ya te imaginas la tembladera.



Craso error: las convicciones «socialistas» de DSK, un socialdemócrata asumido y autoproclamado, son las que le llevaron, en tanto ministro de finanzas del gobierno que encabezó Lionel Jospin, a privatizar tanto y en tan poco tiempo que la derecha francesa reconoció que nunca hubiese soñado con que fuese posible hacerlo.



DSK pretende haber obtenido el apoyo de los países «emergentes y los países pobres» gracias a una campaña de 100 mil kilómetros, antes de recordar que por acuerdo tácito entre los EEUU y Europa los primeros se reservan el Banco Mundial y los segundos el FMI, sin importarles un pepino la opinión del tercer mundo.



Y es gracioso que DSK pretenda que tal acuerdo «no tiene razón de ser», y que cualquier país de los 185 estados miembros pudiese pretender que uno de sus ciudadanos dirija el FMI si es competente para ello, porque al mismo tiempo precisa: «Yo podría haber pasado el verano en vacaciones y esperar ser designado, simplemente porque soy europeo».



En un discurso que tiende asintóticamente hacia el delirio DSK se asigna una misión inédita para un organismo como el FMI, cual es la de «regular la mundialización para reducir los aspectos negativos», y aquí es donde uno piensa que DSK se está pitorreando del personal y nos está subiendo amablemente al columpio.



Porque el FMI traicionó la misión que debió ser la suya desde el día de su nacimiento y durante décadas no ha sido sino un instrumento al servicio de las potencias financieras mundiales a tal punto que economistas no menos distinguidos que DSK, los premios Nóbel de economía Edward Prescott y Joseph Stiglitz (el primero republicano, el segundo demócrata), han sugerido eliminarlo.



Habida cuenta de los mecanismos de control que hacen de los EEUU y de los mercados financieros los verdaderos patrones, reformar el FMI para que sea «la propiedad del mundo entero», como pretende DSK, revela que el nuevo director cree en los cuentos de hadas tipo Amélie Poulain o bien que no tiene una muy alta opinión de la inteligencia humana.



Mientras tanto, gracias al «pragmatismo» de los socialistas que como DSK allanaron el camino, Sarkozy puede continuar tranquilamente la obra de destrucción de los servicios públicos y de lo que queda del patrimonio industrial y científico francés.



Aquellos que están en el secreto de los dioses afirman que DSK -cuyo pituto, el mejor pagado de Washington, dura cinco años-, aun alberga la esperanza de ser elegido presidente de Francia en el año 2012.



Probablemente para «reducir los aspectos negativos» de las políticas que Sarkozy, el padrino de su llegada al FMI, habrá puesto en práctica entretanto.



Estas últimas fueron definidas por un ilustre predecesor de DSK en el FMI, el inenarrable Michel Camdessus, un «socialista de tipo liberal» según su propia
definición: aumento de la jornada laboral, disminución del salario mínimo, reducción del gasto fiscal, privatización de los servicios públicos, flexibilización del mercado del trabajo, subvenciones a las empresas, semana de trabajo de siete días por semana para el comercio, reducción del número funcionarios (en la salud y en la educación especialmente), jubilación a 65 años en vez de 60 actualmente, en una palabra hacer de la pobre Francia un país rico y pujante como Chile.



Tal vez por eso DSK vino a la copia feliz del Edén a esperar su designación en el FMI: para impregnarse de las sanas políticas que conducen al crecimiento, al ahorro fiscal, a la educación al fiado, al plan Auge y al Transantiago.



Después de sus hazañas en el FMI, y de haberse ganado el apodo de «el experto que se equivoca siempre», Michel Camdessus pasó directamente al Vaticano y al Opus Dei.



Lo que prueba que el FMI puede llevar a todo, incluso al cielo.



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Luis Casado. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI) – Paris – France. Profesor del Institut National de Télécommunications (INT) – Paris – France. Miembro del Comité Central del Partido Socialista de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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