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Lo que separa la derecha de la izquierda


En la luminosa época que tenemos el honor, el placer y la ventaja de vivir, hay quién intenta agregarle placidez a la felicidad explicando que para serenidad y sosiego del personal las diferencias que alguna vez existieron entre la derecha y la izquierda son, hoy por hoy, cosas del pasado.



De modo que para entender la vida política actual bastaría con leer a Enrique Santos Discépolo como si fuese un redactor de la Wikipedia capaz de describir la receta del frangollo: «Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos».



Gracias a esta fraternal y ecuménica visión de la realidad nacional, para elegir un «liderazgo» (ya se sabe, hasta los ñus requieren un jefe de manada) basta con discernir los «estilos» de los candidatos a prócer de la patria. «Estilo», he ahí el quid del asunto, porque el contenido sale sobrando: todos hijos del FMI y de madre desconocida.



Y uno se va quedando acojonado al pensar en el «estilo Piñera» (the winner takes all), el «estilo Lavín» (París bien vale una misa), el «estilo Alvear» (macuquea, macuquea, que al final algo que’a), el «estilo Insulza» (yo no soy ni de izquierda ni de derecha: yo estoy donde me pongan), o el «estilo Lagos» (yo no fui, fue Michelle), y así.



Mirado a través de este prisma, los Terminators de las diferencias entre la izquierda y la derecha no dejan de tener razón: es como el chiste que concluye en que la pierna izquierda y la pierna derecha están separadas por las puras huevasÂ… con el perdón.



Ahora bien, resulta que la noción misma de derecha e izquierda, en política, nace con la Revolución Francesa, por ahí por septiembre-octubre de 1789, cuando los diputados de la Asamblea Nacional se dividieron sobre un tema esencial.



Se trataba de decidir si el Rey debía tener derecho a Veto sobre las decisiones de la Asamblea Nacional o, en otras palabras, si la opinión de un tipo podía prevalecer sobre la opinión de la representación del pueblo.



El despelote que se armó entre los defensores y los impugnadores del derecho a Veto fue tal que el presidente de la sesión resolvió pedirle a los primeros situarse a su derecha (a la diestra de dios todopoderoso), y a los segundos a su izquierda (la siniestra, el lugar del diablo).



Como sabemos se impuso la opinión de la «izquierda», la que rechazó el derecho a Veto, triunfando la tesis de la soberanía del pueblo, esa que había teorizado entre otros Jean-Jacques Rousseau.



De ahí en adelante la derecha política ha intentado siempre recuperar el derecho a Veto, y a ratos lo logra, despojando al pueblo soberano del derecho a decidir de su propio destino. Un buen ejemplo es la actual Constitución chilena, llena y rellena de Vetos y vericuetos que impiden que se exprese la voluntad ciudadana.



La izquierda, por el contrario, si es consecuente con sus orígenes, lucha por ampliar y extender el ámbito del poder popular, en una palabra de la democracia.



Quienes ocultan hoy en día esta diferencia esencial y proclaman el fin de las ideologías practicando la peor de ellas -la imposición de su propio derecho a Veto-, no hacen sino esconder la pelota.



En el Chile de hoy, apoyar la convocatoria de una Asamblea Constituyente que nos dé una Constitución democrática significa situarse a la «izquierda», en el campo de los demócratas.



Desde luego, plantear estas cuestiones es un pelín más complicado que autoproclamarse «bacheletista-aliancista», prometer que no se va a «gobernar para los empresarios» o desafiar a todo dios a un «pacto social» sin contenido.



Pero alguna vez, de una buena vez, nosotros, el personal, debiésemos entender qué es lo que separa la derecha de la izquierda.



Aunque en la luminosa época que tenemos el honor, el placer y la ventaja de vivir, haya quién intente agregarle placidez a la felicidad explicando que para serenidad y sosiego del personal las diferencias que alguna vez existieron entre la derecha y la izquierda son hoy por hoy cosas del pasado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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