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La cortina de humo del FMI


Durante su reciente Asamblea General los gobiernos que conforman el Fondo Monetario Internacional lograron esquivar olímpicamente la discusión sobre la crisis crediticia que afecta cada vez más la economía mundial. Nuevamente, el FMI ha tendido una cortina de humo sobre los problemas acuciantes de la economía mundial, demostrando que no tiene capacidad para resguardar los intereses de la mayoría de los habitantes del planeta frente a una coyuntura compleja y amenazante.



Hábilmente, el saliente director general, Rodrigo Rato, no dudó en darse volteretas espectaculares de opinión respecto al futuro del dólar, promover visiones contradictorias sobre las perspectivas del crecimiento mundial, y desviar atención hacia cuestiones más bien secundarias. Previamente, Rato no había vacilado en instrumentalizar su caduco cargo para propinarle un golpe bajo al gobierno español, y perfilarse así como reactivado líder de la oposición reaccionaria en su país. Strauss-Kahn, el nuevo director general, habló sobre las reformas del FMI, con acostumbrada vaguedad. Todo esto a vista y paciencia de los gobernadores del Fondo, que tuvieron que esperar la publicación de los capítulos 1 y 2 del informe anual hasta el mismo día de la Asamblea (los otros ya habían sido publicados semanas antes), para eliminar entre bambalinas todo aquello que pudiera generar controversia ente los ilustres señores.



Hasta ahora, el FMI y su aparato burocrático-académico no han logrado entender lo que para muchos administradores de fondos de inversión es una evidencia: que detrás del aparato oficial de instituciones financieras se ha ido creando un «sistema bancario de sombra» fuera de control de las instituciones oficiales. Este está conformado por los vehículos, instrumentos y toda una estructura de intermediarios de fondos de inversión. Bill Cross, director de PIMCO, ha llegado al extremo de comparar el crecimiento de este sistema (del cual PIMCO obviamente forma parte) con las metástasis del cáncer, y se ha mofado de la ignorancia de los propios funcionarios del Departamento del Tesoro de EE.UU. respecto de su funcionamiento. Es precisamente este aparato el mayormente afectado por la actual crisis crediticia.



Para ejemplarizar el estado actual de cosas y la ignorancia que en medios oficiales existe al respecto, Cross ha tomado el ejemplo tratado en todo curso de primer año sobre economía monetaria. Allí se explica que una unidad monetaria (dólar, peso, euro etc.) depositada en un banco induce depósitos bancarios por hasta 5 unidades. Sin embargo, en el sistema bancario de sombra actual, una unidad depositada en símbolos de capital puede inducir la generación de 10, 20 y hasta muchas veces más su propio valor. Al final de la cadena, ya nadie puede siquiera atinar a calcular los riesgos implícitos en cada una de las nuevas operaciones.



El sistema bancario de sombra ha permitido no sólo una ampliación extraordinaria del crédito, provocando una verdadera explosión de deudas a lo largo de la economía mundial y cada una de sus partes. También ha ayudado a muchas empresas a apoderarse de otras y expandir sus actividades muy por encima de sus posibilidades reales, como también a mucha gente a vivir con un nivel de vida muy superior al justificado por sus ingresos. Algunos superricos han acumulado así una riqueza fantástica, y millones de hogares han quedado acosados por una montaña de deudas. Igualmente, el sistema bancario de sombra ha sido el factor decisivo de la creación de una inusitada liquidez global y la respectiva acumulación de reservas internacionales, fomentando los crecientes desajustes comerciales y cambiarios entre muchas naciones.



El detonante de la actual crisis ha sido la incapacidad manifiesta de muchos hogares norteamericanos para cumplir los requerimientos que el sistema les ha impuesto para acceder a la propiedad de sus hogares. Pero la verdadera causa está en la insostenibilidad del propio sistema. El FMI, seguido por los ministros de hacienda y los presidentes de bancos centrales, ha mostrado una vez más que no tiene capacidad para proponer y orientar políticas que eviten su progresivo deterioro. Menos, de diseñar políticas para prevenir y amortiguar sus efectos sociales. Les queda sólo tender una cortina de humo sobre la unilateralidad de intereses con la que se ha desarrollado la globalización y sus aparatos institucionales.



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Alexander Schubert es economista y politólogo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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