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Diez muertes de la sociedad chilena


La muerte de diez adolescentes en el incendio del centro de detención juvenil «Tiempo de crecer» de Puerto Montt es un llamado de atención a toda la sociedad chilena. Es un hecho horrible que debe señalar un antes y un después, provocando un remezón que nadie puede ignorar.



Como educadora de párvulos y profesora de educación básica, en toda mi vida los niños y adolescentes han sido sujetos prioritarios de mi quehacer y sensibilidad. Siempre he pensado que esta prioridad debe ser, también, una prioridad de país, pues su atención, educación y cuidado es la base de cualquier proyecto de desarrollo integral que tengamos como sociedad.



Desde el inicio del actual gobierno, estamos abocados a contribuir en hacer posible el sueño de lograr la igualdad desde la cuna, con el objetivo de romper el círculo de la pobreza. La mirada visionaria de nuestra Presidenta ha posibilitado que uno de los ejes de su gobierno esté dirigido, por primera vez con tanta fuerza en la historia de Chile, a hacerse cargo de los niños de 0 a 4 años y lo que se ha hecho hasta ahora es impresionante: en nueve meses del año 2006 la Fundación Integra y la Junta Nacional de Jardines Infantiles construyeron más salas cunas públicas de las existentes desde la creación de Junji en 1970.



En mi trayectoria profesional he tenido la suerte de participar en investigaciones con muchachos presos en centros de reclusión juvenil. Eran jóvenes que habían llegado allí por adicción a drogas, hurto, robo e incluso por haber asesinado a alguien. Y pude constatar que absolutamente en todos los casos estudiados había en estos jóvenes un trasfondo que constituye un pecado social del que nuestra sociedad es responsable: todos los jóvenes recluidos estaban marcados por un enorme abandono desde su primera infancia, por violencia y, en muchos casos, por abuso sexual.



Cuando la prensa informó del incendio ocurrido en el Centro de Detención de Menores «Tiempo de Crecer» y de la muerte de ocho adolescentes, cifra que se amplió después a diez, recordé esta condición fatal de la que todos ellos fueron víctimas desde su nacimiento. Y lamenté profundamente que sólo cuando ocurren estas horrorosas tragedias se pueda visibilizar esta condena social en que aún viven muchos niños de nuestra patria.



Tenemos una deuda muy grande con ellos y con muchos otros jóvenes que crecieron desde su nacimiento en ambientes en donde las mínimas condiciones de vida, cuidado, estimulación y cariño no existían. ¿Podemos permitir que en el útero todos seamos iguales, pero que sólo dependiendo del hogar en donde se nace el destino de cada niño quede predeterminado al instante de nacer?



Es responsabilidad del Estado que esto no ocurra. Pero también de toda la sociedad. Y para ello se debe enfrentar el problema de fondo, desde el origen, preventivamente. Es preciso y urgente asegurar para todos los niños y niñas de Chile educación, alimentación, salud y amor, y esto es la esencia de cualquier política de seguridad ciudadana.



Sé que lo que este gobierno está haciendo a favor de propiciar condiciones de igualdad desde la primera infancia. El Programa Chile Crece Contigo es una muestra de ello. Igualmente lo es la construcción de miles de salas cuna en los sectores más vulnerables. Estos grandes esfuerzos harán que en el futuro sea más difícil que diez adolescentes mueran calcinados en un centro de reclusión. Pero esto sólo es el principio. Con esta muerte atroz nuestra sociedad también se ha calcinado un poco por dentro.



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María Estela Ortiz Rojas. Vicepresidenta Ejecutiva de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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