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Reforma política y corrupción programática


En la actualidad observamos que las dos coaliciones hegemónicas de la política viven entre la guerra y las treguas en que se prometen cooperación. Muy poco ocurre y no se llegan a formar acuerdos.



Gran parte de los problemas «sociales» que tenemos se explican por la débil democratización y los rezagos institucionales. Son las «reglas del juego» que condicionan a los actores y los resultados. Esto, se evidencia claramente en problemáticas como:



a.- La hiper-centralización: La que está detrás del fracaso del Transantiago, producto de la miopía de ser el único país de «desarrollo medio» sin gobierno metropolitano especializado.



b.- La marginalidad juvenil: Que se debe en gran medida por la casi inexistencia de programas juveniles electorales, porque ellos no son considerados como «sujeto electoral» a diferencia de los adultos mayores, con quienes proliferan las «políticas públicas».



c.- El desapego a la democracia: Realidad que se debe en parte a la exclusión de minorías relevantes y a la larga tramitación de los proyectos de ley en un Congreso bicameral.



d.- El paternalismo: O en otras palabras, exigirle todo a la Presidenta y al gobierno central, lo cual se basa en un presidencialismo extremo. Esto, en un país en donde no hay una elección de gobiernos regionales poderosos que se jueguen por el desarrollo y competitividad de sus territorios



e.- El fracaso en la lucha contra la delincuencia: Producto de que en los municipios no existen los recursos ni las competencias para generar soportes comunitarios vigorosos ni potestad sobre las policías (hasta los «gurúes» del «Tolerancia Cero» de Nueva York basaron su éxito en la descentralización policial)



Bajo este panorama, la clase política chilena tiene trabadas las reformas en una teleserie de mentiras. Por un lado, sectores de la Concertación temen a la inscripción automática de los jóvenes y la elección de gobiernos regionales, y prefieren el modelo clientelar de un Estado hiper centralizado.



Por otro lado, en la derecha se promete voluntad de flexibilizar el binominalismo electoral y después se niega, los grupos más autoritarios no creen en gobiernos regionales democráticos y temen perder poder con las nuevas generaciones.



Si hubiera sinceridad, como la pedimos en el movimiento Chile Primero, debiésemos acordar ahora una reforma política modernizadora y democratizadora con la agenda pendiente: la elección de gobiernos regionales y creación de metropolitanos. Tomar la idea de un Congreso unicameral electo por distritos de cinco a siete parlamentarios que den opciones a las minorías. Acordar la inscripción de los jóvenes, reconocer a los pueblos indígenas, y traspasar decenas de programas a los municipios para aislar la delincuencia con «intervención social» y potestades de petición de cuentas a las policías.



La «reforma política» claramente no es la panacea de todos los males, pero sería un paso clave para dignificar la política, salir de la corrupción del habla y hacer un Chile más cohesivo con protagonismo de todos en el «hacerse cargo» del destino del hogar común.



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Esteban Valenzuela Van Treek. Diputado Chile Primero

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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