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Un foro sin cohesión


La Cumbre Iberoamericana que acaba de finalizar en Santiago, más allá de su folclor mediático, dejó la sensación de ser un foro agotado, que ya ha cumplido su ciclo político y que, si se le quisiera sostener en el tiempo, deberían redefinirse sus objetivos.



Este, sin embargo, no es el resultado del poco diplomático roce entre el monarca de España, Juan Carlos de Borbón, y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, sino de la carencia de metas objetivas y medidas concretas que permitan generar, entre reunión y reunión, compromisos efectivos de los Estados con los temas que se acuerdan. Y porque son incapaces de enfrentar asuntos de alta sensibilidad e impacto, como la paz en Colombia, las migraciones o disputas ambientales serias, como la que enfrentan Uruguay y Argentina.



La situación empeora si la reunión se organiza en torno a un tema tan inasible como la cohesión social -propuesto por Chile en una clara alusión a su compromiso de protección social-, una convocatoria más cercana a un informe de la CEPAL o del Banco Mundial, que de una propuesta de agenda política para los Estados que componen el Foro.



En un continente de desigualdades económicas y sociales extremas como es América Latina, la cohesión depende de cómo se enfrentan la concentración extrema de la riqueza y del poder político, y un deterioro significativo de la calidad de vida de la población y de los instrumentos de la política. Empleos precarios, peores salarios, baja calidad educativa y de salud, y mayor indefensión ciudadana frente a los abusos, sin nadie que los represente o defienda.



En esa perspectiva, tanto el lenguaje como la forma de la Cumbre están lejos de garantizar una agenda de temas que impliquen compromisos concretos más allá de la retórica política que siempre la envuelve.



Esta forma de diplomacia directa -entre jefes de Estado- jugó en el pasado un papel esencial en la región. En especial en una época en que América Latina se recuperaba de duros procesos dictatoriales. El vínculo directo entre mandatarios permitía romper con las modas diplomáticas de la guerra fría y poner una agenda de cooperación que era necesaria, pero que las cancillerías no estaban en condiciones de realizar, lo que tuvo enorme repercusión para desactivar conflictos y generar un clima de paz en todo el barrio.



Pero ello ya terminó. No sólo la normalización democrática y los procesos de crecimiento económico han contribuido a cambiar el escenario. También lo han hecho las condiciones de época, que ponen de manera natural un vínculo directo entre los Estados, cuyos gobiernos tratan de ser selectivos en sus agendas, evitando temas difíciles o compromisos de carácter general que compliquen sus posturas. Sin una agenda clara la reunión resulta incómoda, como efectivamente ocurrió entre Argentina y Uruguay, o se transforma en un espacio mediático para hacer farándula política, como viene ocurriendo desde hace tiempo con Hugo Chávez.



La corrección política de las desigualdades de la región no se sustenta sólo en una democracia electoral, en políticas sociales abundantes y una chequera generosa. Se requiere el desarrollo de instituciones republicanas que, junto con generar el bienestar, aseguren poder político efectivo a la ciudadanía y la vigencia de la libertad, en todos sus ámbitos.

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