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Cohabitación


Según el diccionario, la «cohabitación» es la convivencia entre dos personas que mantienen relaciones sexuales sin estar casadas, o bien, en política, la simultaneidad en el ejercicio del poder entre varios partidos de distinta ideología política, lo que viene a ser como lo mismo pero con mayor riesgo de contaminación en este último caso.



La moda de la «cohabitación» en política comenzó con Franí§ois Mitterrand, quien en marzo de 1986 se vio obligado a nombrar un primer ministro de derecha, Jacques Chirac, porque el PS francés perdió las elecciones parlamentarias. De ahí en adelante el invento ha servido causas y próceres cuyos objetivos no siempre son de una claridad que encandile.



Contrariamente a Mitterrand, quien desde la presidencia fue el principal defensor de los avances sociales de la república, otros cohabitantes más recientes se dan maña para aparecer más papistas que el Papa a la hora de avivarle la cueca a la sabiduría del mercado, a la globalización y al neoliberalismo.



En la materia, los socialdemócratas alemanes que aplican políticas de derecha junto a Angela Merkel y el grupo de socialistas franceses que se precipitó en brazos de Sarkozy no son sino el lamentable resultado de un desarme ideológico que comenzó hace ya algunas décadas.



La confusión de los valores políticos, éticos y sociales que oponen la derecha a la izquierda constituye un objetivo estratégico para los adalides del pensamiento único.



Según Alain Badiou, las «ratas de izquierda» que corren en todos los sentidos son las premisas que anuncian un terremoto político que tiene como idea subyacente la creación del partido único: «A partir del momento en que todo el mundo acepta el orden capitalista, la economía de mercado y la democracia representativa como datos tan objetivos e indudables como la gravedad universal, ¿Para qué montar la ficción de partidos políticos opuestos?«.



En su día, la socialdemocracia europea abandonó sus principios y su identidad y se empeñó en mimetizarse con la «modernidad» del mercado y las ideas de la derecha. Los resultados están a la vista.



En la copia feliz del edén, donde la crispación política generada por la dictadura aun no desaparece, la cohabitación implícita que hace posible un modelo económico compartido ha ido abriendo las puertas a una cohabitación explícita y asumida.



Los Lavín y los Escalona se congratulan públicamente de acuerdos alcanzados a espaldas del pueblo, de los pingüinos, de los dirigentes de sus partidos e incluso de los parlamentarios de sus coaliciones respectivas, en materia de Educación.



Y no falta el tartufo que celebre la idea de perennizar la LOCE y el afán de lucro como «un avance» que anuncia otros avances en un futuro un pelín indefinido.



Un par de días más tarde, los mismos próceres intentan profundizar la cohabitación explícita con el pretexto del desastre del Transantiago: «Arreglémoslo de una vez por todas, lleguemos a un acuerdo, y demos los recursos que sean necesarios«, clama Lavín, mientras Escalona respalda el llamado de Lavín a «un gran acuerdo» para resolver los problemas del Transantiago.



Pero el «gran acuerdo» se resume a seguir dilapidando cientos de millones de dólares de dinero público en beneficio de un puñado de empresarios generosos a la hora de financiar campañas políticas. Ni Lavín ni Escalona precisan cómo cuentan reconstruir un sistema de transportes destruido por Lagos en nombre de las «oportunidades de negocio«.



No obstante, y en honor a la verdad, hay que decir que no siempre las tropas siguen obedientemente el camino trazado por los eminentes estrategas: personeros socialistas por un lado, dirigentes de la derecha por el otro, no se resignan a la cohabitación.



A estos últimos hay que advertirles que no saben lo que se pierden: en el maridaje que haría la felicidad de Escalona la derecha no tiene nada que perder y sí mucho que ganar.



Lavín es un hombre de experiencia: hace algunos años ya había visitado La Moneda para ofrecerle apoyo y estabilidad a otro presidente, debilitado por otros desastres, y aquejado de una severa crisis de corrupcionitis aguditis.



Que se sepa, nadie ha pretendido que la cohabitación resultante no haya sido fructífera para los intereses que defienden Lavín y la UDI, a tal punto que Lagos terminó su período con el setenta por ciento de aprobación y rodeado del «amor de los empresarios«.



Si eso no es un buen punto de partida para el partido único…



Ä„Y para más INRI nos ahorraría el circo de dos primarias!



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Luis Casado. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI, Paris, Francia. Profesor del Institut National de Télécommunications (INT). Miembro del Comité Central del Partido Socialista de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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