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Editorial: Por qué no te callas


La derrota del Presidente venezolano Hugo Chávez en el referéndum constitucional del domingo pasado aparece marcada por tres hechos sustantivos. Se produce en el momento de su mayor poder electoral, al menos hasta el día previo; se da en medio de un alto nivel de abstención del electorado, de aproximadamente el 45% del padrón, según las cifras disponibles hasta este momento, y se genera en el epicentro de una nutrida acción internacional del gobernante, llena de polémicas y tensiones.



Venezuela, más allá de la personalidad de su Presidente, es hace rato un caso especial de proceso político que contradice pronósticos, y no termina de afirmar un sistema político plenamente estable, que luego de los resultados del domingo agrega más elementos de incertidumbre.



La victoria del No fue producto, en primer lugar, de la movilización electoral del "constitucionalismo chavista", que se desmarcó de su líder y generó la alternativa de una nueva coalición política. Ello fue decisivo para generar credibilidad y la imagen de una oposición viable. En segundo lugar, es resultado de la movilización social encabezada por las federaciones de estudiantes, que le dieron una mística democrática en las calles a una oposición hasta ese momento estéril.



La derrota de Chávez es, por lo tanto, doblemente dolorosa para él y su entorno. Porque viene de partidarios desafectados y de jóvenes estudiantes, es decir, gente que "debiera estar con él". De ahí su mensaje, una vez anunciada su derrota: "no retiro ni una coma de lo propuesto".



Queda en suspenso determinar si el abstencionismo proviene de un conformismo apolítico, de un pesimismo político de los que no creen que se pueda hacer algo, o tiene elementos de castigo democrático dentro de las propias huestes chavistas.



La sociedad venezolana expresa niveles de satisfacción y rechazo que pueden explicar la abstención electoral. Según el LatinoBarómetro de 2007, el 60% de los venezolanos cree que la situación económica es muy buena y el 61% que será mejor el 2008. El 55% cree que la distribución de la riqueza es adecuada, y cerca del 60% estima que la empresa privada y el mercado son indispensables para el desarrollo. Pero también un alto porcentaje cree que el mayor problema es la delincuencia y la corrupción y tiene una baja valoración de la política.



Pero tales guarismos no alcanzan para justificar un aumento de 20% de la abstención, habida consideración de la importancia y la polarización de este referéndum.



La clave de este aumento de la abstención parece estar en el cansancio de la población frente al estrés electoral y político a que se ha visto sometida desde 1998, sin cambios efectivos que justifiquen la tensión de una constante pugna política, y que ahora hizo crisis y se expresó como un silencioso rechazo democrático.



Una situación similar, con las naturales diferencias de contexto, podría producirse en el resto de Sudamérica, especialmente en Bolivia y Ecuador, donde una intensa agenda electoral se ha transformado de hecho en un instrumento de movilización ciudadana constante, para nuevas empresas institucionales, refundaciones políticas o asambleas constituyentes, en medio de una agenda que pasó velozmente de la democracia de los años 90 a los temas de la desigualdad y la discriminación. Ella ha sido incentivada por el estilo Chávez, en un escenario donde, en menos de 10 años, 14 presidentes fueron destituidos por su mal desempeño por movimientos sociales, aunque generando sucesiones mediante mecanismos institucionales y sin que los militares intervinieran directamente o se produjeran regresiones autoritarias.



La derrota de Chávez debiera inhibir, o al menos moderar, su tendencia a involucrarse en tales procesos. Y hacer ver, al resto de los gobiernos, que las relaciones entre los países no son un problema de amistades, compadrazgos o simpatías personales, sino relaciones de Estado.



La capacidad de acción política de Hugo Chávez está hoy afectada, pero continúa existiendo. El mandatario tiene por primera vez una efectiva oposición interna, política y social. Y, a nivel internacional, se ven lejanos los momentos de esplendor del llamado eje progresista, particularmente ahora que su principal aliado político, Evo Morales, enfrenta serios problemas de gobernabilidad con su Asamblea Constituyente.



Lo razonable sería que el mandatario venezolano se volcara a su realidad política interna y la atendiera con talante democrático y conciliador, aunque ello le resulte difícil. Y que no emprenda una acción de hostigamiento y represalias contra sus antiguos partidarios que votaron NO, ni contra el movimiento estudiantil. Pues, pese a las buenas percepciones económicas, la Venezuela de hoy es una democracia electoral polarizada, en extremo frágil en aspectos institucionales y en la confianza cívica, y tal actitud sería un seguro detonante de violencia social.



Ha resonado fuerte dentro y fuera de Venezuela el imperativo "por qué no te callas", que le espetó fuera de protocolo Juan Carlos de Borbón a Hugo Chávez, en Santiago de Chile.



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