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Ni idénticas ni excepcionales.


El último sondeo realizado por la Universidad Diego Portales arrojó que el 54,6% de las personas encuestadas cree que el próximo presidente debe ser hombre.



Este dato, más que reflejar un rechazo de la ciudadanía al llamado «liderazgo femenino» que la Presidenta Bachelet supuestamente encarnaría, manifiesta dificultades inherentes a la envergadura del cambio cultural que significa la inserción de mujeres en espacios que históricamente les estaban vedados. La última encuesta realizada por Corporación Humanas, evidencia que las ciudadanas perciben estas limitaciones; un 70% de las entrevistadas declara que las mujeres son discriminadas en política.



Estas resistencias se expresan a través de la liviandad con que se asocia el liderazgo femenino a la figura de la Presidenta, pues si la gestión de la mandataria representa el actuar de las mujeres en política, no se debe a una estrategia intencionada de su parte, ni a que exista un estilo femenino distintivo. Esta asociación se explica porque la subrepresentación de mujeres en espacios de decisión política, que encuentra su déficit paradigmático en la composición del parlamento, determina la inexistencia de una masa crítica de mujeres en estos ámbitos y por ende una carencia de múltiples modelos de desempeño.



Por este motivo, quiéranlo o no, las pocas mujeres en cargos de poder político pasan a representar a todas las mujeres en base a un estereotipo esencialista del actuar político de «la mujer», en dónde la escasez oculta la diversidad y nos transforma en idénticas, prejuicio que a su vez limitaría una mayor integración de mujeres en estos espacios, pues cuando una de ellas no cumple con el mandato de la excepcionalidad y perfección, ninguna merece ocupar cargos dónde no logran superar el desempeño de los hombres.



Sólo basta ver el trato dado a la Presidenta, dónde las críticas se han centrado en un abierto cuestionamiento a sus capacidades, en lugar de focalizar el debate en la pertinencia de las medidas que decreta. El mensaje final es: si Bachelet no demuestra ser mejor que un hombre no merece estar ahí, ninguna mujer lo merece.



Para superar estos obstáculos se requiere implementar medidas para aumentar la participación de mujeres en política, como por ejemplo, la aprobación de una ley que garantice una composición paritaria de las candidaturas a cargos de representación. Esto permitirá conocer nuevos modelos de liderazgo que evidencien a las mujeres en su multiplicidad y derriben el mito de que su actuar en política responde a un patrón «femenino».



Así, la suerte de las próximas aspirantes a La Moneda no dependerá de cómo se evalúa la gestión de la actual Presidenta, pues cuando exista un número significativo de mujeres en espacios de decisión, ellas ya no representarán a todas las mujeres, si no que sólo a sí mismas y a su colectividad política. Podrán tener tantos aciertos y errores como los hombres y no se les exigirá excepcionalidad para ocupar cargos que por un asunto de democracia y justicia tienen derecho a ejercer.



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*Mariela Infante Erazo, Socióloga Corporación Humanas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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