Si a usted le hizo daño la dictadura, no crea que la Concertación, por el hecho de no haber violado los derechos humanos de manera flagrante, ha dejado de menoscabar los derechos de mi generación. Nosotros somos víctimas de la desidia cultural de los que otrora lucharan al ritmo de Carlos Cabezas. Esa impronta ejecutiva del deber cumplido nos ha dejado vacíos, con un discurso identitario inmaduro, sin las características heroicas del cursado en los ochenta.
Con estos cabecillas al mando de la reconstitución patria, los «revivals» de la programación dictatorial, al estilo Gigantes con Vivi, Rojo o Morandé, se han mantenidos por años, como instituciones de estupidización masiva, logrando hacer añicos cuanto pensamiento contestatario surja en la generación de la alegríaÂ… así como mandato de la mismísima «Oficina». Peor aún, es tanto el afán por la apariencia, que se han multiplicado los programas en donde las grasas son extraídas de cuerpos obesos, en búsqueda de una armonía artefacta para el bien de una sociedad homogénea y según los cánones primer mundistas.
Al llegar la democracia se relajó el debate, murieron, entre otras, las revistas Apsi, Análisis y Rocinante. Los medios alternativos fueron despojados de muchas de las ayudas de mecenas en el exilio, mientras los productos audiovisuales con apuestas en pos de la educación, la conversación fundamentada y la creatividad, iban desapareciendo hasta su extinción total (ésa siempre fue la idea); los eventuales sobrevivientes quedaron relegados a transmisión por cable a horarios para insomnes.
No es raro entonces ver a muchachos que recién con los textos universitarios se enteran de la sangrienta revolución capitalista, que no fue en ningún caso sometida a cambios, para así ser aprovechada por estos «actores políticos», cada vez menos díscolos, en negocitos como el del lobby o las consultorías. A los nuevos héroes no les queda más que ser «quemapacos tirapiedras», unos cabezas de pistola sin el glaumour contestatario y heroico de grupúsculos «terroristas» como el MIR, Lautaro o el FPMR, que hoy son solo un recuerdo ya que muchos han seguido el ejemplo de Max Marambio o se han cobijado al alero de alguna oficina pública.
Estos jóvenes, como Akira, el anarquista que golpeó el auto a la jueza Chevesich, se atrincheran sin palabras en el desconsuelo de la inmovilidad democrática, en aulas plagadas de impagos pero conformes profesores, que hablan del concierto internacional latinoamericano y la hegemonía chilena en el «tercer mundo».
Para tristeza de todos, los medios de masas influyen radicalmente en los comportamientos. A principios de los noventa, el canal nacional mantuvo una programación acorde con los patrones culturales de centro-izquierda, pero al paso del tiempo, o en realidad a las tres temporadas, comenzó un deterioro en los contenidos, pues seguramente, se tomó el gusto al libre mercado y se convirtieron en gourmets tanto productores como artistas de la industria cultural. Es evidente el amague engañoso que se hizo en los canales de televisión, a pesar de la existencia del pomposo CNTV y de algún premiecillo como el Altazor (si se enterara Huidobro…)
Al igual que Pinochet, la Concertación ha optado por estupidizar a todo un pueblo. Ocupó y ocupa a la televisión para engañar con respecto a la democratización de las comunicaciones, abriendo falsas expectativas a cabros de población con programas al estilo de Rojo de Chile, homólogo refinado y todavía más perverso de Música Libre. De todas formas esto se explica de una manera muy fácil. Ya fue el tiempo de los revolucionarios, nosotros sólo servimos como clientes de las universidades o como aspirantes a la farándula.
El momento histórico nos dicta que ser críticos activos del sistema, es obsoleto. Démonos en el pecho por la Cultura Entretenida, por las desfinanciadas y desafinadas Escuelas de Rock, por un eventillo al año para 30 mil y ojalá 50 mil personas.
Karen Hermosilla es periodista