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Zaldívar, el caballo de Troya


Con un desparpajo a toda prueba, sin el menor rubor y con una ansiedad y pasión paradigmáticas, el ex presidente de la Democracia Cristiana y actual senador Adolfo Zaldívar ha declarado muchas veces que la Concertación ha muerto, arrogándose de esta forma la paternidad de la coalición y, en un ejercicio de endiosamiento, en su filicida.



Con estas declaraciones rimbombantes, a la que ya nos tiene acostumbrados, ha pretendido coronar estrategias políticas personales incontenibles que, por cierto, producen náuseas por ser de un egocentrismo de vértigo. Para ponerse en el eje de la actividad política ha desarrollado siempre estrategias en detrimento en todas sus dimensiones de la Concertación; su afán último es consagrar su gran operación: la desarticulación concertacionista.



Porque ha sido un secreto a voces que Zaldívar ha diseñado una estrategia que para, materializarse, debe primero arrasar con la Concertación, en la coyuntura actual con el gobierno de Michelle Bachelet, y, por los últimos acontecimientos que lo tienen como candidato a la expulsión de su partido, dividirlo. Su fin estratégico último ha sido siempre alcanzar la Presidencia de la República liderando una nueva coalición, una aspiración tan quimérica como inverosímil, aún haciendo una lectura lo más benévola posible de todas las encuestas que miden las preferencias políticas del electorado durante los últimos 16 años.



Con Adolfo Zaldívar hemos estado siempre ante la sinrazón de un opositor frenético y fanático de su propio gobierno. Sus últimas declaraciones producen abatimiento, porque demuestran que ha perdido completamente el sentido de las proporciones; una antológica: comparar a la Concertación, por un supuesto autoritarismo, con la Junta de Gobierno que administró la dictadura, declaración de supina esquizofrenia política. La pregunta es: ¿puede un senador de la Concertación ser anticoncertacionista de la manera tan brutal y desconstructiva? Es como preguntarse si un círculo puede ser un cuadrado. Las preguntas condicionan las respuestas, pero lo intentaremos, no sin rubor por estar el tema contaminado de vanidad, presunción y de ceguera por el poder, y porque vale la pena tratar de arrojar un poco de luz en medio de tanto oscurantismo político.



En efecto, al iniciar su presidencia de la DC, la primera medida de Adolfo Zaldívar fue excluirse de la reunión que sostiene regularmente el comité político, los presidentes de partidos y las bancadas parlamentarias concertacionistas; fue una especie de aperitivo indigesto de lo que sería el estilo de su reinado. Si diseccionamos su estrategia política para reposicionarse en el escenario político, descubrimos que prevalece una posición hegemónica con relación a la Concertación, la cual posee un tufillo autoritario y absolutista al presentarse como el que posee la Verdad Absoluta ; su discurso ha exhibido la soberbia del depredador, y con ello ha devastado la prudencia política, cualidad elemental de todo político con un mínimo de sentido común; ha intoxicado la convivencia al interior de la Concertación al arrasar con posturas irreductibles, dejando caer sus planteamientos como un mazazo en la cabeza de la Concertación, y, por último, ha usado una retórica cuasiconcertacionista odiosa que ha oscilado entre un tibio apoyo a la coalición para después declararla dictatorial, ineficaz y, por último, muerta.



Todo esto salpicado con la cualidad de un gran maestro de eficacia corrosiva. Su «propuesta» con relación al Transantiago es una muestra cabal de este estilo: condicionó su voto favorable al proyecto de ley que otorgó 290 millones de dólares al Transantiago a la salida de los ministros de Hacienda y Obras Públicas, en una demostración de ineptitud política máxima, pero muy premeditada: la «propuesta» era absolutamente inviable y sólo buscaba la desestabilización del gobierno, y, lo más importante, asegurarse una excusa para justificar su voto en contra. La aprobación por la derecha y los diputados «colorines» de 1.000 pesos para financiar el Transantiago, trasluce un sarcasmo grosero y un desprecio por los problemas reales de la gente; y le hacen un flaco favor a la calidad de la política por el completo descrédito de la representabilidad de su electorado al apoyar un proyecto político disidente que funciona en absoluto detrimento de la gobernabilidad que debe ofrecer la coalición por la que fueron elegidos. En el Senado esta atmósfera política alcanzó la apoteosis con la firma de un documento por nuestro personaje en concomitancia con la derecha con el mismo objetivo: la obstrucción política a su propio gobierno.



Eduardo Frei Ruiz-Tagle, senador y camarada de partido de nuestro personaje, está en lo cierto cuando comentaba sus dichos sobre la muerte de la Concertación: «Los caminos propios liquidaron la democracia», y llama «(…) a no repetir los errores del pasado». Ahora no está la democracia en peligro, pero sí los partidos políticos que son las entidades en que se fundamenta la democracia; su desplome sólo produce el colapso del sistema y la entrada triunfal de caudillos populistas; este es el escenario que persigue nuestro protagonista. Si la historia registra la carrera política de este eterno «díscolo», contará de la tentativa del camino propio y de la miopía política de repetir los errores del pasado.



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Licenciado en Ciencias Sociales y Master en Género y Cultura en América Latina por la Universidad de Estocolmo y Chile, respectivamente

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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