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Un 10 de diciembre por cinco países


Mientras el ex dictador peruano Alberto Fujimori, sentado ante el tribunal, ha comenzado a responder las acusaciones de transgredir los derechos humanos en su país, el Presidente argentino, Néstor Kirchner, de pié ante el Congreso de los representantes del pueblo, le entrega el gobierno de la Nación a la Presidente electa, Cristina Fernández. Es 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Perú y Argentina le dan realce al simbolizar esa afinidad entre justicia y democracia, no siempre acogida por quienes administran los procesos de transición.



El Estado peruano ha logrado, con la colaboración del chileno, procesar a su ex dictador. Pero, la Corte Suprema, 15 días antes, condenó a prisión a 10 ex ministros de Fujimori por participar en el autogolpe del 5 de abril de 1992. Una decisión que crea jurisprudencia de cara a políticos o militares dispuestos, en el futuro, a tramar golpes de estado, acto reconocido en la sentencia como marco político generador de violaciones de los derechos humanos, uno de los motivos por los cuales se juzga a Fujimori.

Así como Perú logra sobreponerse con justicia, Argentina lo hace con democracia. El Tribunal Supremo anuló las leyes de Punto final y Obediencia Debida y los actos de indultos a favor de los jefes militares que impedían procesar a personas por «delitos de lesa humanidad», hechos considerados «contrarios a la Constitución y a toda la comunidad internacional» y, por lo tanto, «el estado tiene la obligación de esclarecerlos e identificar a sus culpables».



El gobierno de Kirchner removió, con el apoyo del Congreso y la ratificación del Tribunal Supremo los obstáculos para procesar a personas que infringieron, entre otras disposiciones, la Convención para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, que Argentina colaboró a dar forma a este instrumento jurídico vinculante de carácter universal al ser crímenes de lesa humanidad.



En 2007, El Tribunal Supremo de Uruguay reconoció el carácter permanente para los delitos de desaparición forzada y la sustracción de menores y, por lo tanto, la inaplicabilidad de la Ley de Caducidad (o amnistía), promulgada en tres días por el gobierno de José María Sanguinetti, en 1986, ante la presión militar. El 4 de septiembre, demócratas uruguayos, incómodos con la amnistía a delitos de lesa humanidad, iniciaron una campaña ciudadana para que los uruguayos le abran cace político a la justicia pronunciándose sobre la Ley de Caducidad en el 2009.



En Brasil, el gobierno de Lula condenó, en agosto pasado, por primera vez, las dictaduras militares (1964- 1985) al presentar el informe que concluye afirmando que los crímenes sucedieron por una «decisión consciente de los gobiernos de la época» y con «pleno conocimiento de las más altos jefes de las Fuerzas Armadas», descartando que hayan sido obra de individuos fuera del control de sus superiores. La demanda por abrir los «archivos de los gobiernos militares» ha logrado revocar el plazo de 50 años decretado por el ex Presidente Cardoso. Sin embargo, la justicia continúa pendiente.

Chile, candidato al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, tiene su deuda con el mundo. El gobierno de Bachelet aún no puede ratificar 5 convenciones internacionales de derechos humanos, entre ellas: la de Protección de Personas por Desapariciones Forzosas, Imprescriptibilidad de Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad y el Estatuto de la Corte Penal Internacional (CPI).

Tampoco ha logrado cumplir su promesa de superar el muro de contención de la automistía de 1978, que impide hacer justicia en delitos de lesa humanidad ni doblegar las resistencias a un Instituto de Derechos Humanos competente para seguir procesos por violaciones de los derechos humanos. Ello, en parte se explica por un sistema electoral que entrega un virtual «poder de veto» a la derecha y en el caso de la CPI se agrega el temor a recibir sanciones de Bush, especialmente en el negocio militar.



Perú y Argentina sobresalen en el paisaje de los derechos humanos en el Conosur. Uruguay no se conforma consigo mismo y se da ánimo para abrirle cauce político a la justicia. Brasil reaparece con la condena oficial a los regímenes militares, pero sus crímenes de estado siguen impunes y Chile acumula su deuda con el mundo, en forma paradójica, por una de las obras de Pinochet, más allá del primer año de su muerte.





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Pablo Portales, periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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