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La derecha el 2009


Las crudas declaraciones del ministro señor Vidal frente a su partido, el PPD, deben ser tomadas muy en serio por los partidarios de la coalición de gobierno. En efecto, el debilitamiento del conglomerado gobernante es grave y obedece a causas mediatas e inmediatas.



Entre las causas inmediatas, habría que destacar el escandaloso fracaso del proyecto de transporte urbano, Transantiago. Una mala concepción y una peor implementación que no alcanza a ser matizada por la intervención del señor Cortázar, ha dado como resultado el desprestigio del actual gobierno y del grupo de partidos que lo apoyan. A esto se suma la seguidilla de rencillas políticas entre los distintos sectores de la Concertación, protagonizado por díscolos personajes de la farándula política que, con razón o sin ella, proyectan una imagen de fragmentación y decadencia. Por último, y no menos importante, este gobierno ha acentuado en el imaginario nacional la sinonimia entre Concertación y corrupción, Concertación e ineficacia.



Con todo, debemos reconocer que el actual gobierno es heredero de casi dos décadas de gobiernos concertacionistas. De suerte que a las causas actuales del desgaste hay que agregar las causas mediatas de este declive. Digamos de entrada que esta agrupación de partidos nació en un contexto muy distinto del actual: la dicotomía entre dictadura y democracia. Así, todos los gobiernos de la Concertación han sido herederos, en mayor o menor medida, del «sí» y el «no» expresados en el plebiscito de fines de los ochenta. Pareciera que dicha oposición ha quedado atrás y ya no se sostiene.



La atmósfera política actual puede ser descrita en una palabra: decepción. La Concertación de Partidos por la Democracia no ha sido capaz de alcanzar su objetivo central: consolidar en el país una democracia amplia, dinámica y moderna. Es decir, la Concertación ha sido inepta para llevar adelante aquello que los marxistas llaman «una revolución democrático burguesa». Este fracaso posee lecturas de izquierdas y de derechas.



Desde una perspectiva de derechas se le puede reprochar a los sucesivos gobiernos concertacionistas el no haber radicalizado la política de privatizaciones, permitiendo inversiones de gran escala en sectores clave: ferrocarriles, energía, entre otros. Esto no ha permitido desatar las fuerzas creativas y productivas de los sectores tecnoeconómicos, lo que se ha traducido en una merma del crecimiento. Si bien se han abierto interesantes oportunidades, como los TLC y la inserción en la APEC, estas no se han aprovechado sabiamente debido a erráticas políticas de gobierno, que como el perro del hortelano no come ni deja comer. Así, en vez de propender a un estado regulador moderno y con reglas muy claras, se ha caído en la inoperancia burocrática no exenta de corruptelas. Esto se traduce en una pérdida de protagonismo del país en la región con una serie de consecuencias sociales inmediatas, aumento de la cesantía y de la delincuencia.



Desde una perspectiva de izquierdas se le puede reprochar a los gobiernos de la Concertación su ineptitud política para avanzar hacia una legislación a la altura de los tiempos, haciéndose cargo de los «amarres» constitucionales que impiden una profundización de la democracia. Junto a esto, se constata una falta de capacidad para transformar cuestiones sociales fundamentales en una democracia moderna: previsión, salud y educación. En suma: la Concertación ha sido incapaz de crear los cimientos de una sociedad más democrática, igualitaria y más justa. Como telón de fondo, a casi tres décadas de acaecidos los hechos, la sociedad chilena sigue sumida en el debate sobre el atropello a los Derechos Humanos durante la dictadura militar. Esto habla de la incapacidad de los distintos gobiernos para poner el tema como cuestión fundamental en la construcción de una nueva democracia para Chile. La prolongación en el tiempo de una herida abierta no sirve a nadie y sólo naturaliza una situación de hecho, trivializándola, y en muchos casos instrumentalizándola.



El desafío de Chile es conjugar un importante desarrollo económico, con crecimiento, inversiones y baja inflación, pero al mismo tiempo, cuotas crecientes de justicia social. Salarios éticos para los trabajadores, acceso de las mayorías a la educación de calidad, a la salud y a un sistema previsional que garantice una vejez digna. Todo esto en un sano clima democrático: plural, tolerante y abierto a los cambios del mundo. Esta revolución sigue pendiente.



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Álvaro Cuadra. Investigador y Consultor en comunicaciones / IDEES

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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