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Las araucarias de Quinquén


La emblemática comunidad pehuenche de Quinquén ha recibido, después de 17 largos años, los títulos de dominio de sus tierras. Finalmente, el Estado de Chile hace efectivo el reconocimiento de los derechos de esta comunidad sobre su territorio cubierto de bosques de araucarias.



Esto ocurre a pocos días de celebrarse el día de Día Internacional de los Derechos Humanos y a pocos meses de la adopción de la Declaración de Naciones sobre Pueblos Indígenas. En el articulado de esta última, se señala que «los pueblos indígenas tienen derecho a las tierras, territorios y recursos que tradicionalmente han poseído y ocupado». También ocurre en un momento en que Chile se dispone a ratificar el convenio 169 de la OIT sobre Derechos de los Pueblos Indígenas.



Después de tantos años, la opinión pública puede haber olvidado que le debemos a Quinquén y al movimiento que encabezó la protección legal de la que ahora goza la araucaria. A fines de la década de los 80 y principios de los 90, Quinquén aparecía en todos los medios. Era el caso emblemático sobre temas indígenas y conservación de la naturaleza. El lonko de la comunidad llegó a decir que «Ä„Quinquén es más que una moda!». Una empresa maderera llegaba hasta la Corte Suprema para desalojar a las familias y poder explotar sus araucarias. La comunidad se preparaba para resistir el desalojo.



Esta misma empresa, en 1987 había demandado al Fisco y presionado para que terminara con la prohibición de corta de este milenario árbol que regía desde 1976. En ese año, la Araucaria araucana había sido declarada Monumento Natural para protegerla de la intensa corta que junto a otras amenazas había disminuido a casi la mitad los bosques de esta especie que solo crece en el sur de Chile y Argentina.



Comenzaban los gobiernos de la Concertación, se acercaba la conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles a América y una comunidad indígena resistía la ocupación de sus tierras y la explotación de su árbol sagrado frente a la mirada de la opinión pública nacional e internacional. El entonces recién asumido gobierno de Patricio Aylwin decidió negociar con la empresa y comprar un total de 26.510 hectáreas, de las cuales 15 mil correspondían a bosques de araucarias nunca explotados. El compromiso era traspasarlas rápidamente a la comunidad y así regularizar definitivamente su tenencia de la tierra.



La situación de las tierras de Quinquén parecía solucionarse, al tiempo que, en 1990, la araucaria recuperaba su condición de monumento natural, prohibiéndose su corta definitivamente y, además, incluyéndose en los listados de Cites (Convención Sobre el Comercio Internacional de Especies de Flora y Fauna Silvestre en Peligro) que impide su comercio internacional.



Sin embargo, con el tiempo Quinquén fue olvidada por los medios y el traspaso de los títulos se postergaba por años. En 2005, a petición de la comunidad, World Wildlife Fund (WWF) y el Observatorio Derechos de los Pueblos Indígenas se unen para apoyar a Quinquén en la obtención definitiva de sus títulos. Luego de un arduo proceso, finalmente los ahora ancianos de Quinquén y sus nietos pueden respirar con tranquilidad sabiendo que el Estado de Chile los reconoce como dueños legales de la tierra que siempre han habitado y dueños de los bosques de araucaria o pehuén que han sido su fuente de identidad cultural y la base de su economía.



De esta historia, debemos aprender en Chile algo que ya es una tendencia a nivel internacional. Conservar la naturaleza en territorios indígenas pasa por el reconocimiento de sus derechos. Los parques nacionales son necesarios pero no suficientes para cuidar los bosques y el mayor ejemplo es el devastador incendio que arrasó con más de 20 mil hectáreas de varios parques y reservas que protegían la araucaria en el verano de 2002. Quinquén tiene hoy una brigada de incendios apoyada por WWF y coordinada con Conaf. Ellos siguen siendo los principales defensores de su árbol sagrado y merecen el reconocimiento de toda la sociedad chilena.



En consecuencia, sostenemos que conservar la naturaleza es también un asunto de derechos humanos. Sólo respetando los derechos de la comunidad de Quinquén y de otras muchas poblaciones indígenas de Chile que viven situaciones similares podremos conservar los bosques y los recursos naturales donde ellos viven, otorgándoles condiciones de dignidad y justicia.



Rodrigo Catalán es coordinador del Programa Comunitario de WWF Chile (www.wwf.cl)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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