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Lagos y el juicio de la Historia


El ex Presidente Ricardo Lagos ha decidido volver a la arena política. Y lo ha hecho de manera peculiar. Ha «ofrecido excusas» por las ‘sombras dentro de la luminosidad’ como eufemísticamente llamó a los desaguisados del Transantiago. Más importante, ha espetado a la Concertación, y de paso a toda la clase política, su tendencia a enredarse en lo que denominó -con un francés que no se le conocía- la petite histoire.



Una dirigencia -como señalara algo molesto- que ha mostrado debilidad para defender las «grandes transformaciones» ocurridas en el país en los últimos veinte años. Carente de ideas -remataría con cierta altanería- para enfrentar los complejos desafíos globales -como al ex-Presidente le encanta resaltar- que ya entrado el siglo XXI, un país como Chile no puede eludir.



De esta forma, Lagos, con una habilidad singular, logra ubicarse donde más le acomoda, al margen de las minucias de la política diaria, mas bien dialogando con la historia y el porvenir; cual estadista abocado a los asuntos permanentes de la República.



Convengamos que Ricardo Lagos es hoy como pocos, un político de grandes relatos, y es por ello que exige, a lo que aparece como una plebe ruidosa, que le juzgue por sus (grandes) realizaciones y no por los «accidentes» de un sistema de transporte mal ejecutado (por el gobierno actual se entiende).



Curiosamente, Lagos tiene razón en subrayar dicho ámbito. Pues es en la esfera del largo plazo en la cual el ex-Presidente deberá formular su relato más elocuente, si quiere salir absuelto frente a las cuentas de la historia (y de la ciudadanía, si es finalmente candidato el 2009). Una tarea, me temo, para nada asegurada.



Y no me refiero a las acusaciones (si procedieran) formuladas desde una izquierda nostálgica que le imputa no haber sido lo que en la imaginación de muchos, alguna vez pareció ser: el segundo presidente socialista después de Allende. Ello pues, en rigor, Lagos nunca busco ser aquello, por lo que en tal cargo el jurado de la historia, creo, lo absolvería.



La querella está más bien puesta en el plano de las «grandes realizaciones», ajena, por tanto, a toda imputación personal (como lo hace la Derecha) y pasando por alto (aunque los ciudadanos no creo que lo hagan) los contratiempos del corto plazo (léase Transantiago). Una querella -acogiendo su alegato- pura y exclusivamente centrada en los logros de la historia larga, o si se quiere en el plano de las ideas como al ex-Presidente le gusta debatir.



En ello conviene primero dejarlo hablar a él, y reproducir brevemente su memorable discurso del 21 de mayo de 2000, cuando un Lagos entusiasmado aseveraba: «Estamos aquí en un nuevo milenio. En menos de una década cumpliremos 200 años como nación libre, como nación soberana. Propongo una gran tarea común para esa fecha: LLEVAR A CHILE AL MÁXIMO DE SUS POSIBILIDADES PARA TENER EN EL 2010 UN PAÍS PLENAMENTE DESARROLLADO E INTEGRADO» (las mayúsculas son de Lagos).



En su estilo, Lagos se fijaba así una meta ambiciosa que aunque el 2010 será el tiempo de evaluarla, uno ya puede advertir que no será cumplida. Cabe precisar en esto, que aunque suene más etéreo que las concretas fallas del Transantiago, el fracaso en lograr un país ‘plenamente desarrollado e integrado’ para el Bicentenario, es (y será), sin embargo, excesivamente más dramático.



Ello porque implicará constatar que a pesar del crecimiento, de las mejoras en carreteras e infraestructura, del aumento de la matrícula de estudiantes universitarios, de la proliferación de tratados de libre comercio, por nombrar sólo algunos de los indicadores que al ex -Presidente le gusta resaltar, lo cierto es que Chile continuará siendo subdesarrollado para su Bicentenario.



Un país subdesarrollado, valga recordarlo, es un país por debajo de su potencialidad económica, social, cultural y medioambiental. Mas aún, un país subdesarrollado con un crecimiento constante y relativamente alto como es el caso chileno, es un país en el que el subdesarrollo está en gran medida asentado (y por ello explicado) en su alto nivel de desigualdad, y para decirlo sin eufemismo, de explotación. Un país donde el problema no es la carencia absoluta (aunque sigue existiendo) sino la precariedad. En definitiva, un país esencialmente injusto (lo que socialmente hablando es antónimo de integrado).



Si ello es así (y el lector lo juzgará) el fracaso de Lagos -en el plano de las grandes realizaciones en el que hablamos- es (y me temo lo seguirá siendo el 2010) el fracaso de una fórmula modernizadora -el crecimiento con equidad- que más allá de las cuitas de la ‘política pequeña’, para usar un término del ex -Presidente, ha sido compartida y co-ejecutada por la Derecha.



Una fórmula que ha reducido la equidad a un mero producto del crecimiento, excluyendo cualquier ruta que la ubique (a la equidad) paralela a éste (crecimiento), aunque en ningún caso opuesta, por cierto. O si se quiere, una fórmula que ha clausurado todo derrotero que imagine el mejoramiento directo de la igualdad social como una condición para un crecimiento más sustentable, social, económica, cultural y medioambientalmente, – más cercano así, a la esquiva noción de desarrollo.



Ello, porque si algo ha quedado demostrado en los veinte años de historia reciente, a los que recurrentemente exige Lagos que se acuda para calibrar los balances, es que el problema del desarrollo en Chile no es económico sino político, esto es, un problema de poder. O mejor aún, de mala distribución del poder.



Finalmente, si algo hay que reconocerle a Lagos, es que el énfasis que sugiere poner en lo que observa como sus «grandes realizaciones», permite abrir una discusión paralela sobre sus grandes fracasos (sin comillas, esta vez). Un debate que obligará a reabrir la discusión sobre el proyecto modernizador del Chile actual, el de Lagos pero también el de la Derecha. Una disputa, en definitiva, en donde el ‘ofrecimiento de excusas’ -me temo- no lo absolverá de lo que más parece agitarlo: el juicio de la historia.





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Ricardo Camargo es abogado y Master en Ciencia Política (U. de Chile), Master of International Studies (University of Otago, New Zealand), Candidato a Doctor en Politics (University of Sheffield, United Kingdom) y Honorary Fellow del Political Economy Research Centre, University of Sheffield.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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